¿Qué puede esperarse de poderes establecidos, si no son factor de esperanza para los débiles?

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Pasaron los tiempos en los cuales la sabiduría figuraba  como el don del buen consejo, impartido por viejos venerables, de los que aún se ven  en su silla de pasatiempo o reposo, siempre  pendientes del ir y venir de vecinos y conocidos, en una cotidianidad que más  parece de hormigueo humano.

Como hombres de largo recorrido, de múltiples experiencias ya vividas, no es que figuren hoy como personajes consultados. De algún modo se ven marginados, ya que no hay inclinación ante su sabiduría; es más, se piensa que la sabiduría ya no existe; todo por estar desapareciendo la esperanza.

Sucede que el escepticismo se ha apoderado aún de los espíritus más fuertes, de los hombres de más firmeza en sus convicciones  y de más claridad en sus propósitos.

Los jóvenes, por su parte, van en su propia disipación; nada los cuestiona, nada los interroga; no se dan por entendidos frente a las realidades de esta Colombia que aparece más que polarizada; entonces, cubierta  por nubarrones y que hasta hacen pensar que el futuro puede ser más de oscuridad e incertidumbre.

De otro lado, no faltan quienes: considerándose  no ya tan jóvenes” y apoyándose en cierto aire de suficiencia, por la “formación académica y profesional” que dicen llevar, hasta se toman el  atrevimiento de considerarse los entendidos  de la época,  allá en su ambiente de trabajo o cotidianidad; es más, hacen creer que los llamados a jalonar la vida política de sus pueblos y regiones, como en un afán de reemplazar a los veteranos del clientelismo político. Mamola, como diría Gaitán.

Como hombres, que dicen ser de inquietudes y hasta de ideas y proyectos, se consideran revelaciones del momento. Pero más parece que no son conscientes de la necesidad absoluta de crear formas de sabiduría; de las que tanto necesita la patria. ¿En qué consisten? En actitudes de vida. Pero entendámonos: actitudes intrépidas, de hombres de desafíos, de capacidad para llevar a la esperanza. ¡Ahí está  el gran reto para toda  una generación!

Ante todo, hay que partir del principio de que no habrá fundamentos de esperanza, mientras se esté contemporizando con los fenómenos deshumanizantes a que ha llegado la sociedad actual.

Es sociedad de estructuras viciadas y por lo tanto, débiles. Fácilmente se observa el estado de parálisis a que ha llegado  lo institucional, que es precisamente el andamiaje en el cual se apoya la sociedad para sus propias perspectivas; sólo que como armaduras del Estado ya no crean vida, ya no mueven la historia, ya no dan muestra de eficacia. ¡Tremendo vacío de poder! Esto en lo estatal, ¿qué no se dirá de lo político?

Nos encontramos, entonces, ante entes o poderes que ni siquiera experimentan inquietudes; menos aún pueden conducir a la esperanza. Prueba de ello es que,  como organismos y entidades, apenas se mueven dentro del marco de la simple “funcionalidad”.

Nada puede esperarse de estructuras e instituciones que experimentan su propia pobreza: la de no haberse colocado en la situación de los débiles. A sabiendas de que si no hay respuesta para los pobres, se estará cayendo en la ineficacia de la vida.

Para peor, lo institucional, no sólo lo es lo estatal. Muchas formas de organización, en lo sectorial y en lo gremial, partidos políticos mismos, solo les ha bastado fortalecerse en sus propias estructuras, en sus propios esquemas de poder o de manejo; sin embargo, todo parece caer en la ineficacia, en la falta de vida. Es más, tantas religiones e iglesias, se mueven apenas en lo institucional. No parece interesarles ningún tipo de carisma, así como para comprometerse y de lleno en la defensa incondicional de los débiles y llevar así a la esperanza.

El problema, en forma global, es de infidelidad e inconsecuencia. Entonces, habrá que crear el nuevo concepto de sociedad, el nuevo concepto de Estado, el nuevo concepto de organización sectorial y gremial; ahí sí para que surja la nueva actitud de vida en la política, en el sindicalismo, en la universidad, en la religión.

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