Bailamos señorita

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«Nos encontramos de frente con un profesor de la escuela de danza, tomado de la mano con los dedos entrelazados a una estudiante menor de edad (14 años) de la misma escuela». La siguiente es la denuncia pública que realiza una vecina tunjana frente a hechos en la escuela de danza de Tunja.

Por | Salma Henao

«Me eduqué durante toda mi infancia en un colegio católico para señoritas en la ciudad de Tunja. Recuerdo desde muy pequeña que las monjas que allí impartían educación hacían mucho énfasis en la práctica de los principios que en general las religiones promueven con vigor: La fe, la bondad, la humildad, la solidaridad, la inclusión, la honestidad, el respeto. Quizá sea esa una de las razones por las cuales mi vida ha sido una constante lucha entre el deber ser y los hechos. 

Históricamente, las mujeres, como ya es sabido, hemos tenido que mantenernos al margen de los hechos, en gran parte porque la vivencia del mundo que experimentamos a través de nuestros sentidos con regularidad es enmarcada dentro del rótulo de locura. Por eso frases como “me gusta cuando callas porque estás como ausente” son valoradas como alta poesía. Es, en efecto, una hermosa manera de decir “calladita se ve más bonita”. Sin embargo, no es una manera justa de relacionarse con una parte del mundo que representa un poco más de la mitad mundial de la población. Y esto es más evidente en cuanto a temas de violencia de género se refiere. Pero aún consciente de esta realidad, me animo a hacer la siguiente denuncia pública. 

Me he enterado, por casualidad, de manera directa y por boca de otras personas de una situación muy irregular que se da en la escuela de danza del municipio de Tunja. Servicio que presta a la ciudad, a través de un contrato por prestación de servicios, la Fundación Haskala en cabeza de la maestra Sofía Fonseca. 

Es para mí, por supuesto, una de las acciones loables de la presente Alcaldía la iniciativa de llevar la cultura a los ciudadanos, poniendo a su disposición actividades lúdicas de carácter artístico y deportivo. Sin embargo, luego de los hechos que compartiré más adelante, me pregunto cuáles son los criterios por los cuales los profesores e instituciones prestadoras de estos servicios son elegidos, ¿es una convocatoria pública? O quién termina haciéndose cargo de la educación ética y moral de los niños de la ciudad. Porque no se promueven las artes en una sociedad para crear una sociedad de artistas, se promueve el arte para formar seres íntegros, éticos, con principios y valores. En primera instancia, son niños que mientras cantan, bailan, juegan un deporte, tocan un instrumento, pintan, escriben o leen, están esquivando todo lo que de dañino tiene la sociedad y elaborando sus emociones de forma sana. Siempre y cuando las personas encargadas de estos procesos formativos sean pedagogos éticos e íntegros con valores y principios.        

La noche del 30 de noviembre “noche de la Radio Nacional” celebrada dentro del marco del quincuagésimo Festival Internacional de la Cultura 2023, mi esposo y yo nos retirábamos de la Plaza de Bolívar, sobre la una y treinta minutos de la madrugada, una vez finalizado el último grupo invitado al evento, cuando entre la multitud nos encontramos de frente con un profesor de la escuela de danza tomado de la mano con los dedos entrelazados a una estudiante menor de edad (14 años) de la misma escuela. 

Nosotros habíamos escuchado sobre el tema y adicionalmente se nos hacía evidente que utilizaban la pertenencia al elenco para las presentaciones y la permanencia en la escuela como formas de control con los niños, pero nos aterró la dimensión que adquirió el hecho. La escuela insiste de forma casi obsesiva en principios religiosos que aparenta practicar, algunos de sus profesores se muestran muy interesados en resaltar el hecho de que sus estudiantes profesen o no sus mismas creencias religiosas, señalando y excluyendo a los que no con la etiqueta “ateos” como si estuviéramos en la antigüedad y ser ateo fuera una causal de ostracismo. En otras situaciones, el mismo profesor señalaba de “malo” el hecho de que sus estudiantes manifestaron identidades de género ampliadas, hecho que en el mundo de la danza es muy común. Es decir, bailarines homosexuales es lo que hay, pero aun si fueran abogados o ingenieros, la escuela no debe expresar sus prejuicios frente al libre desarrollo de la personalidad de sus estudiantes, ya ha de ser suficientemente complicado para una persona diferente asumirse como tal en una sociedad machista, goda y religiosa, como para tener que lidiar con los prejuicios del profesor de danza. En últimas este espacio es para aprender danza y no para formar militantes de ningún tipo de religión. Si ese fuera el propósito, los padres llevaríamos a los niños a una iglesia y no a una escuela de danza. 

Así mismo la escuela que centra su interés en la danza folklórica trata como sub géneros a los demás géneros de la danza urbano, contemporáneo o ballet, pasando estas prácticas a un segundo plano junto con los profesores y estudiantes que se interesen en ello, incluso considerándolas como males necesarios, pero esto da para otra discusión.     

Finalmente, las circunstancias mostraron cómo la permanencia y pertenencia al grupo de la escuela de danza del municipio estaba (según las prácticas de estos profesores) supeditado no a las habilidades, interés y desempeños de los estudiantes en la danza, sino a la capacidad de los niños y niñas allí reunidos a someterse al poder de algunos de los que allí se desempeñan como docentes, todo lo cual trata de ser resguardado en apariencias religiosas. 

Así las cosas pareciera que solo son dignos de recibir la prestación de este servicio público prestado por la fundación Haskala quienes estén dispuestos a salir con los profesores de la escuela y someterse a las prácticas abusivas de violencia verbal, psicológica, física y hasta sexual. Porque para quien no lo sepa en nuestro país es un delito contemplado dentro de las violencias basadas en género que un adulto entable relaciones de carácter íntimo con un menor de edad, mucho más cuando dicho adulto tiene un rango de poder sobre el menor.

Cualquier psicólogo estará en la capacidad de testificar el estrés emocional (maltrato psicológico) al que son sometidos los niños que se colocan en la encrucijada entre pertenecer y hacer lo correcto – Me quedo en la escuela y me someto a este maltrato y humillación o renuncio a mi deseo de hacer – en el caso presente, danza. Y si esto se da en estas esferas de poder tan ínfimas. Cómo está funcionando la sociedad a mayor escala. Hay que parar, por el bien de nuestros niños, hay que parar.     

Así las cosas, invito a la comunidad cultural de la ciudad de Tunja y a las entidades locales, Secretaría de cultura, procuraduría de infancia y adolescencia, Alcaldía de Tunja, a establecer protocolos claros para que en el futuro las personas que sean consideradas para la prestación de los servicios culturales en la ciudad tengan no solo la trayectoria profesional necesaria, sino también, que los principios y valores de dichas entidades comulguen con las leyes establecidas en la constitución política del país. Entre otras cosas entidades que reconozcan y respeten el derecho al libre desarrollo de la personalidad de los ciudadanos dentro de los principios laicos que la constitución establece. Y que por supuesto manifiesten un interés honestamente comprometidos con la formación en artes y no interés en los estudiantes como tal.  

Sabemos que en la ciudad hay antecedentes de profesores que usando su plataforma de poder se acercaron de formas inadecuadas a sus estudiantes, no es la primera vez, no será la última y por lo mismo como ciudadanía necesitamos estar atentos y no temer poner al descubierto estas irregularidades incluso si somos mujeres, incluso si luego somos llamadas locas».           

*Esta denuncia es pública y no hace parte de la redacción de EL DIARIO.

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