La paz tiene sabor a pueblo

Foto | EL DIARIO
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Por: Ec. Carlos Julio Castro Espinosa

El pasado 4 de abril, sesionó en la ciudad de Tunja el Cabildo Abierto por la Paz, y aunque lo intenté en tres oportunidades, no pude por diversas circunstancias, dirigirme a un auditorio que con enorme entusiasmo atiborro el recinto del Concejo Municipal.

Es por tal motivo, que me permito en las siguientes líneas, enunciar algunos de los aspectos que hacían parte de mi frustrada disertación, con el ánimo de promover una reflexión, a la que estamos obligados en la presente coyuntura.

Con la seguridad de no ser aguafiestas, debo resaltar, que una vez suscritos los Acuerdos de La Habana, a la paz se le colgaron todos, unos por convicción y otros por oportunismo, unos para promoverla y otros para sofocarla.

En la derecha y algunos sectores de centro, la paz es asumida como una dama de compañía que debe lucirse en todo evento y con mayor razón en tiempo electoral, con el objetivo evidente de oxigenar el maltrecho modelo neoliberal.

Un propósito en el que adquiere importancia sustantiva, evitar que las protestas y movilizaciones populares, generen un estado de indignación colectiva que incentive  desde abajo incomodos procesos de maduración política.

Es de todos sabido, que las luchas populares “…son procesos de subjetivación en los cuales los de abajo se dan cuenta de su fuerza y de su potencia para transformar la realidad…”; razón por la cual, el establecimiento se apresura a silenciarlos.

De ahí la necesidad de estimular la unidad de la Izquierda y su trabajo mancomunado con las organizaciones sociales, pues solo a través del empoderamiento popular, se garantiza que las transformaciones sociales, económicas, políticas e institucionales que la paz exige sean posibles.

Solo a través del empoderamiento popular, se garantiza que las transformaciones sociales […] sean posibles.

No veremos la paz sin el apoyo de una creciente mayoría social y popular, que sea protagonista en la construcción de una sociedad diferente, a esa que las elites defienden generando todo tipo de desigualdades e injusticias.

Esa consigna que recorre España, exigiendo “…mantener un pie en las instituciones y mil en las calles…” adquiere en Colombia plena vigencia, porque con ella se enarbola la pluralidad que signa la lucha política y social.

Son esos espacios de resistencia, los que permiten que la cultura allí forjada, se convierta en el instrumento a través del cual se transfiere al proceso de cambio, la vitalidad necesaria para garantizar que sea permanente.

Si hoy no asumimos el compromiso de  construir desde abajo esa nueva hegemonía, nuestro sueño de cambio y paz será tan solo eso, y Colombia continuará siendo el territorio electorero del que pelechen los sectores de derecha y centro, reproduciendo la inequidad y corrupción de siempre.

La paz tiene ineludiblemente sabor a Pueblo, y es únicamente con el Pueblo convertido en sujeto por el cambio, que es posible que ésta pueda llegar a ser estable y duradera.

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