El hombre no está en el mundo para admitir que le roben sus derechos

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Aplastar a la persona humana, robarle sus derechos más elementales, es injusticia que más tiene de barbarie, de crimen.

La más terrible injustica de nuestro tiempo no es el hambre, ni la incultura. La más grave injusticia del actual momento histórico de la humanidad se percibe al escuchar el chirriar del engranaje del mundo; un mundo que sigue dando vueltas y en cada vuelta van muriendo millones de personas aplastadas por mentalidades y sistemas trituradores del máximo valor que se moviliza en el planeta: el hombre.

La demolición no es fácil de advertir. Se necesita un alto concepto de la vida para darse cuenta que más que las guerras y violencias, más que el hambre y la incultura, existe un pecado universal no menos condenable: aplastar a la persona, robarle los derechos más elementales.

¿El caso es de una nueva forma de esclavitud social y síquica? ¿Qué en la época actual existe la persuasión de que todos los seres humanos, en razón de su naturaleza, son iguales entre sí? Es verdad, crece la conciencia de la excelsa dignidad que corresponde a la persona humana; crece la conciencia de que el hombre está por encima de todas las cosas; crece la conciencia de que sus derechos y deberes son universales e inviolables.

Precisamente lo impresionante del fenómeno se presenta cuando la humanidad da la impresión de ser más consciente de su propia condición. Sabido es que toda injusticia, cualquiera que sea, siempre es forma de aplastar y hasta de triturar lo sagrado: la personalidad humana.

Esto es lo que más nos debe hacer vibrar, en señal de protesta. Por fortaleza física o autoridad moral, el hombre pasa hambre, vive en un tugurio, pero por su elemental decoro de persona no puede consentir que se le roben sus derechos, que se intente contra su profundo sentido de dignidad humana, de sensibilidad.

Algunos hipócritas llaman docilidad al servilismo. Según ellos quien exija sus derechos inalienables de hombre es un rebelde y no más que un rebelde. ¡Humildad! ¡Humildad! ¡Cuántas esclavitudes se han cometido en tu nombre! ¡Jamás un esclavo fue humilde! ¡Jamás se le consideró como persona!

En toda injusticia hay más gravedad por cuanto se le quita a la personalidad o dignidad humana, que por los bienes materiales de los que pueda ser privada.

Cuando un hombre, por circunstancia imperiosa de la vida, tiene que renunciar o entregar en silencio, algunos de sus derechos inalienables, ha dejado de ser hombre; ha tenido que convertirse en una piltrafa, a quien la sociedad aplastó.

El ser humano tiene derecho a su existencia; derecho a un nivel de vida mínimo. Derecho a ser respetado. Derecho a la libertad para buscar la verdad y defender sus ideas. Derecho a la información objetiva de los sucesos públicos.

Entendámoslo y muy bien: los hombres condicionados, son más víctimas que responsables.

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