Colombia necesita de un Estado y de unos gobiernos que sean paladines de la vida y sus derechos

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De tiempos atrás venimos escuchando que Colombia no es ningún país de garantías para los Derechos Humanos.

En repetidas ocasiones, gobiernos, al verse no bien librados frente a balances de este orden, observamos que se mostraron incómodos y hasta elevaron ante organismos competentes sus notas de inconformidad y hasta de protesta, no sin indicar que sus políticas estaban precisamente vigilantes, atentas frente al compromiso de la defensa de los Derechos Humanos.

Recordamos que alguna vez Amnistía Internacional terminó siendo señalada como un organismo muy discutible en sus procedimientos investigativos y hasta se llegó a hacer pensar que sus informes dados a la opinión pública mundial desdibujaban un tanto la imagen colombiana y sobre todo a su Estado y sistema democrático.

Cualquiera que haya sido la realidad en nuestro país, en materia de Derechos Humanos, lo cierto es que no parecemos figurar ante la faz del mundo como una nación que en sus políticas de la defensa de preceptos universales, concernientes al hombre, adelante la gran causa social y humana, como para decir a esta hora que somos una nación de grandes conquistas, merced precisamente a que ha tenido gobiernos de reconocida conciencia cuando se trata de sacar la cara y por los derechos elementales del hombre del común en nuestro medio.

Vayámonos entendiendo: las políticas se pueden medir desde la atención que le hayan dedicado a los débiles. Por lo general, cuando sistemas y gobiernos, se colocan en las perspectivas de los pobres, se llega a obtener un reconocimiento universal de la gran defensa de la vida, sin que en políticas de este orden, se termine en implicaciones de violación a Derechos Humanos. Más bien, por lo contrario, la defensa de los desprotegidos de la historia, da para que se entronicen en la misma historia, gobernantes de profunda sensibilidad humana; lo que llamaríamos políticas cumplidas como “paladines de la vida”.

Porque hay que ver qué es un Estado o qué es un gobierno, consagrado a defender a quienes nadie defiende. Los poderosos y acomodados, como el mismo término lo indica, están en condiciones de movilizarse dentro de sus propias seguridades. No así, los hombres de periferia; los que se ven sometidos a sufrir la arrogancia y el despotismo de quienes manejan sus propias seguridades y acomodamientos, a expensas de lo oficial. Entonces es cuando desde el mismo poder deberían surgir los grandes defensores de Derechos Humanos, para que así, sistema y gobierno, se coloquen a tono con la vida y sus derechos.

Es más, cuando hay gobiernos consecuentes con lo que debe ser la función a favor de los débiles, no necesitan que a su alrededor se vivan creando veedurías ciudadanas. Su receptividad y vigilancia sobre sí mismo debe llegar a tal grado, que no requiere verse fiscalizado o investigado desde el sector ciudadano. Y los mismos organismos fiscales se ven presionados a cumplir y con rigor sus propias responsabilidades. De otro lado, como gobiernos plenamente demócratas crean condiciones para que haya fuerza de oposición, si es que no existe. Todo con el ánimo de ser observado y aún criticado, porque lo perfecto no puede darse, menos aún si se carece de otras ópticas y por lo tanto de otras interpretaciones o lecturas de la realidad.

Cuando pueblos y naciones cuentan con este tipo de Estados o de gobiernos, no encuentran por qué verse mal librados en el Manejo de los Derechos Humanos. Así de sencillo.

Miremos ahora a qué distancia podemos estar de lo ideal, de lo que pueda resultar signo de vida política, social, democrática, profundamente humana; tan humana, que todo ha sido resuelto dentro de principios elementales de justicia.

Porque hay pueblos y naciones, que con todo y sus condiciones de subdesarrollo, han llegado a la madurez de no tener necesidad de actitudes vehementes, beligerantes y menos aún conflictivas, para marchar dentro de la gran búsqueda de mejores condiciones de vida para su propio pueblo.

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