El áspero suelo

Foto | vía ciudadyderecho.blogspot.com
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Por | Silvio E. Avendaño C.

En tiempos recientes la inmigración del campo a las ciudades es constante. El bombeo hace que de la vida de pueblo y de campo se pase a la miseria urbana. La población migrante queda confinada en la periferia, en barrios marginales y miserables que constituyen un mundo aparte del centro de la ciudad. Las causas de esa inmigración pueden ser la ilusión de una vida mejor o bien a los desalojos por cuestiones de minería, construcción de represas, lucha armada, narcotráfico y violencia. Así, alrededor del casco tradicional de las ciudades o, bien aquello que se denomina el sector histórico, ha crecido el número de “advenedizos” que se arraciman en los barrios pobres o zonas marginales, en invasiones, acaso agrupadas por afinidades de origen los de un mismo pueblo o región.

Dicha inmigración no se puede considerar como progreso. La sociedad normalizada no ve a los recién llegados como advenedizos sino como enemigos; y al acrecentar su resistencia cierra no solo sus caminos de acercamiento e integración de los grupos inmigrantes sino también su capacidad para entender el insólito fenómeno social que tienen ante sus ojos. Hay recelo, temor a la competencia y, sobre todo, ese sentimiento de superioridad, con el cual se mira a los otros como “igualados.” En las ciudades donde crece la inmigración, las clases acomodadas y medias se sienten cuestionadas y, amenazados sus privilegios. Y, a los otros les duele no tener el grifo del agua… porque no hay alcantarilla, porque no hay transporte, por la cama en el hospital, porque ellos también tienen derecho.

A partir de los años setenta, ante la realidad de que no se forja la modernización de la sociedad se comienza a plantear y a elevar por los aires a la pequeña mediana empresa, supuestamente ese paso constituye un avance.  Así, se da el nombre “ilegalidad”, o bien lo que en tiempos neoliberales se llama “informalidad.” Y, en sectores centrales de las ciudades se levantan parasoles de negocios callejeros. Y crecen en la urbe las actividades tales como la reparación de vehículos, hospedaje, comida, autoconstrucción, tiendas, “negocitos”, misceláneas, que a la larga no se pueden considerar como desarrollo, ni tampoco productos de la mentada “modernización.” En 1987 el peruano Hernando de Soto publicó El otro sendero. En dicha obra se exalta la informalidad de los sectores pobres de Latinoamérica donde la oligarquía crece y, se da por sentado que la informalidad es la salida hacia el desarrollo. En lugar de ello, pronto se advierte que la presencia de la gente extraña no constituye un fenómeno cuantitativo sino más bien un cambio cualitativo, mucho más en las ciudades donde no hay industrialización, o bien, donde la industrialización es débil.

Los recientes hechos de protestas, revueltas, rebeldía popular no se encuentran asociados con el desarrollo de la sociedad moderna. Así puede decirse que el levantamiento reciente está dado por los “emprendedores”, de aquellos sectores que se ubican en la informalidad o quienes viven en la incertidumbre de la ciudad.

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