La dosis mínima

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Por distraerme en la lectura del periódico casi olvido lo que quería escribir, en este tiempo cuando se pretende disminuir la criminalización de los jíbaros.  Así que, vuelvo el camino al pasado en busca del recuerdo. Y así, cuando la policía detenía, por allá en los primeros años de la década setenta, a un grupo de jóvenes quienes fumaban sustancias prohibidas en el aroma del rock. Hasta ese momento a los agentes del orden no se les había dotado de la balanza de gramos para poder comprobar que los narcóticos, se hallaban con el peso acordado por la legalidad: 20 gramos de mariguana, cinco de hachís, dos de metacualona o un gramo de cocaína. 

Por | Silvio E. Avendaño C.

Si no me falla la memoria del lugar, en la ¡Ah!-tenaz-suramericana, no era otro que por los lados del Museo Nacional. Los agentes sorprendían a los muchachos quienes se encontraban en el éxtasis de droga. Pronto los conducían hasta la comisaría más cercana donde se interrogaba a los colinos. Uno de ellos manifestaba que su padre, no era, ni más ni menos, que el presidente de la República. Ante esto los agentes del orden reían, pues era una buena coartada para quedar libres. Sin embargo, por parte de los sorprendidos consumidores, se insistía en que lo dicho por el joven era cierto. Los agentes que se hallaban en la dirección de la inspección consideraban que la trabazón, producto de la droga, el alcohol y el tabaco, llevaba a la imaginación por caminos desbordados. Sin embargo, ante la insistencia de los niños el teléfono hacia posible la comunicación con la Casa Presidencial. Y cuando pasó al teléfono el comandante del lugar, le solicita a un alto funcionario que dejara en libertad al hijo del Presidente y su combo. El gendarme juzgaba que al abrir la puerta de la jefatura se estaba violando la ley. Los mechudos salían riendo y oliendo, en una nube de risa, al saber que quedaban libres, ellos quienes soñaban ser parte de la generación beat.

Para salir de la realidad bastaba una dosis de la yerba prohibida, mientras los agentes del orden buscaban a los transgresores. La autoridad seguía el camino de la ley y detenía a los consumidores. Pero al señor presidente, ocupado de las estrategias del gobierno, se le interrumpía su quehacer, en la reunión con sus ministros, por la llamada del joven que se hallaba detenido en una comisaría policial por consumir un porrito. Y, molesto por la situación, por la interrupción del manejo de la República, un día tomó la resolución de establecer la dosis mínima, de un plumazo, para que no interrumpiesen con las llamadas inoportunas y, además porque no era justo que se molestase el jolgorio del pimpollo, que llegaría a ser presidente de la República. De esta manera, la dosis mínima hizo posible que el hijo de papi, junto con sus amigos rockeros, en los alrededores del Museo Nacional, pudiesen respirar el inicio del viaje sin que la policía interviniera.

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