Los nuevos espartanos

Patricia Linares, presidenta de la JEP; Jesús Bobadilla y Caterina Heyck, magistrados de la Sección de Revisión. Foto | Cristian Garavito
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Por: Vicente Ramírez Garzón / Periodista

Los trescientos guerreros griegos, al mando de Leónidas, quedaron en la historia de las glorias, gracias a su derrota trocada en victoria contra el imperio de la época: el Persa. Gesta convertida en leyenda que sobrevive por ese prurito indomable del ser humano definido como libertad, alrededor del cual los ingleses configuraron el “Habeas Corpus”, el aquí está el cuerpo, como principio y derecho fundamental de todo sistema democrático.

Y que en Colombia ha recobrado inusitada importancia a propósito del “Yo acuso” de Jesús Santrich; quien privado de su libertad por orden del imperio americano, vivió la cruel ironía del inquisidor medieval, cuando un hereje encarcelado en el laberinto, sin cera para construir alas, ni hilo para seguir a Ariadna, intentaba buscar la salida infructuosamente, hasta que, en medio de la oscuridad, y en mitad del silenció, a punta de golpes contra los muros descubrió, gracias al eco, la onda modulada que por fin lo condujo a la puerta de salida; allí alcanzó a ver la luz en el umbral, pero justo al llegar apareció la recia figura del inquisidor, quien ceremoniosamente le declaro:

¡Querido hermano, te felicitamos porque has encontrado la luz de la libertad; pero, después de los tantos golpes que te diste para hallarla, no es justo que, preciso ahora, nos abandones!

Y con un certero giro de su capa negra envolvió al hereje y lo regresó al oscuro laberinto.

Es así que los espartanos, y los inquisidores, conocen muy bien el precio de la libertad, y siempre serán eternos adversarios: la luz y la oscuridad, la libertad y la opresión.

Como también lo saben los magistrados del Tribunal Constitucional para la Paz que, en virtud de la garantía, igualmente constitucional, de no extradición para los combatientes y firmantes del Acuerdo Final de Paz, ordenaron la inmediata libertad de Santrich.

Pero después de tantos desafueros, descuidos y desatinos del desgobierno títere y abyecto, qué importa uno más; que importa desacatar pública y descaradamente la Providencia del Tribunal de Paz  o la concesión del Habeas Corpus del Tribunal de Bogotá; qué importa amenazar con declarar el Estado de Conmoción Interior para conjurar la libertad alcanzada legalmente por quien, después de combatir contra el Estado, persiguiendo un ideal, pactó con él la paz.

Qué importa que el Fiscal general, devenido en Torquemada, reincida torticeramente, y como diría López, a lo chambón, en fabricar acusaciones sin rigor probatorio.

Y todo ese ridículo y contradicción estatal generado por un solo individuo, hoy por voluntad propia inerme, y además ciego físicamente que no sensorialmente para captar las ondas gravitacionales de la perfidia gubernamental.

Quizás ahora Santrich no pueda conciliar el sueño, quizás su sistema límbico sufra los rigores del alto voltaje; o quizás mantenga vigoroso su espíritu de lucha.

De todas formas da igual, ya la lección está aprendida: si firmas la paz de buena fe, debes mantenerte firme, porque quizás la contraparte firme, exactamente, con la presunción contraria.

Y al fin de cuentas, porque como un eco, solo quedará el epitafio de Leónidas:

Ve caminante y dile a los Espartanos, que aquí, obedientes a sus leyes, yacemos.

O, en últimas, el verso de Henley, que salvó a Mandela:

No importa cuán estrecho sea el camino

Ni cuán cargada de castigos la sentencia,

Soy el amo de mi destino

Soy el capitán de mi alma.     

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