‘La mujer’, objeto de campaña

Foto | AFP 2023 / Ulises Ruíz
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El empoderamiento de las mujeres, cuando es comercializado por políticos y asesores de campaña, elimina verdaderas emancipaciones ganadas por ellas a pulso y sangre. Aquella falsa admiración de los candidatos hacia ‘La mujer’ [como etiqueta], acaba por degradar lo que pretenden enaltecer; aprovechan esa zona ambigua entre la manipulación, la victimización y la promesa de ser para ellas, un Clark Kent emponchado que las rescatará del espeluznante mundo varonil.

Los políticos solo les han servido a las mujeres para convertirlas en víctimas, borran de tajo las luchas que ellas han ganado por sí solas durante siglos y sin necesitar de un leguleyo que se sabe, está dispuesto a mentirles en la cara: Les venden una emancipación de supermercado, empaquetada con logo de campaña y con el hashtag mujer trabajadora, mujer libre, mujer.

Les venden una emancipación de supermercado, empaquetada con logo de campaña

El candidato se esfuerza por entender los problemas que, según el Grupo Santo Domingo y revista Forbes, aquejan a los ciudadanos de hoy. Resulta ahora que todos los políticos [que en su mayoría son abogados blancos enriquecidos con dineros públicos] están muy rabiosos porque las mujeres no tienen empleo, no cuentan con oportunidades de estudio, no tienen la misma seguridad que los hombres ni dentro ni fuera de las casas. Al no conciliar sueño por cavilar en la magnitud de aquellas quejas, pagan a un grupo de asesores, no para que les expliquen, sino para que desarrollen lo que vean presupuestalmente necesario para incluir a grupos y/o movimientos oprimidos [que en su mayoría resultan ser un rico mercado de mártires exagerados], para obtener más votos.

Es momento cuando publicistas y expertos en márquetin arman el alboroto. Reúnen un grupo de veinte mujeres quienes serán las encargadas de convocar a otras veinte y, así, en un juego piramidal políticamente correcto, hinchado de favores y promesas de un puesto laboral para ellas o para algún familiar.

En sus agresivas campañas, se permiten armar picnics en parques donde las fotografían y graban para luego exhibirlas como ganado en las redes sociales: reuní dos mil mujeres, dice uno, y, el candidato contrario contesta el siguiente fin de semana: logré reunir tres mil, soy mejor que usted.

las fotografían y graban para luego exhibirlas como ganado en las redes sociales

Los publicistas ponen sobre la espalda de cada mujer, un pesadísimo letrero con luces de neón que irradian las palabras: ‘Soy mujer’. Convierten el empoderamiento y a la mujer misma, en un objeto más de las campañas políticas de candidatos sin escrúpulos, hipócritas acostumbrados a distorsionar la realidad con el único fin de ensalzar su propio nombre: Se paran sobre la tarima, con camisa [seguramente planchada por una mujer (porque así dictó la iglesia y la maternidad patriarcal)] abierta en el pecho, el pelo engominado hacia atrás y muestran su sonrisa ya valorizada en Wall Street.

Es extremadamente espantoso ver la tensión con la que candidatos ajustan sus vocabularios y gestos hemorroidales, para mostrarse en plaza pública como hombres honorables y sensibles a los problemas femeninos, o, de las mujeres [que no es estrictamente lo mismo]. Regalan paraguas, besan mejillas, estrechan manos y prometen puestos de trabajo para maridos angustiados y rinoplastias para todas.

Después de arengar un guion armado por Inteligencia Artificial, el político sienta a las mujeres en sillas Rimax, les amarra prendas del color de la campaña y/o del partido, les dice gracias por la vida [la razón más obvia y, por lo mismo, la más exasperante] y las señala como víctimas del establishment. Para contar con el voto de ellas, se autodeclara su salvador [económico, social, político, sexual, religioso, cultural], convirtiéndola en una eterna víctima y sin darse cuenta que minimiza todo el esfuerzo que ellas [y generaciones de mujeres atrás] han dado a pulso y sangre por las victorias hasta ahora.

En estas tierras de madres patriarcales que han parido hijos e hijas vulnerables a la competencia contra mujeres, se ve a leguas, que queda un larguísimo camino para, al menos, lograr entender por qué luchan las mujeres, sin etiquetas martirizantes.

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