El día que me fui detrás de Heroínas

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Sí, de Heroínas, creo que si hablo de la selección Boyacá de Fútbol de Salón Femenino seguro que no les suena tan familiar; aunque, como ya es de conocimiento prácticamente general, nuestras ‘heroínas’ de Tunja, son la base del representativo que hoy por hoy sigue en el podio de Juegos Nacionales.

Por | Gonzalo J. Bohórquez
@GChalito

Trajeron la medalla de plata en esta oportunidad de las justas que se cumplieron en el Eje Cafetero 2023 y quiero contarles que me siento igual, como deberíamos sentirnos todos los boyacenses, muy orgulloso de la representación de nuestras deportistas, que para estar allá la dieron toda.

Ahí sí como dijo el ‘profe’ Alberto Gamero (y no lo traigo a colación por aquello de mi amor por Millonarios, sino porque aplica a la perfección), tras la reciente final de la Copa BetPlay Dimayor: “en Colombia no valoramos al subcampeón”. Claro que hay una diferencia enorme en cómo perdió el ‘azul’ a como se le dieron las cosas a las salonistas de la región. El ‘Ballet’ casi que regaló, a las nuestras no les alcanzó.

Por una cosa y otra (temas de salud, principalmente) no he hablado con algunas de ellas (con quienes mantenemos contacto debido al oficio lindo del periodismo) después de la final. Pues sea la oportunidad para decirles públicamente que mil y un millón de gracias por portar así el uniforme, por sentir así los colores de “la tierrita” y continuar escribiendo una historia colmada de éxitos en este deporte. Y obviamente para el cuerpo técnico y médico. Todas y todos, son unas duras y unos duros.

Con la capitana de Heroínas, líder de la selección Boyacá de Fútbol de Salón Femenino, múltiple medallista nacional y mundialista, Shandira Wright.

Una plata que vale por oro y que, así algunos no lo vean de esa manera, mantiene al quinteto del departamento como potencia; lo que pasa es que ya nos mal acostumbraron a estar de primeras y, Dios mediante, ahí estarán y continuarán. Claro, todos queríamos la dorada. Ya volverá a donde pertenece.

Vamos al cuento. Hace cuatro años, como lo digo en el titular de estas cortas letras (porque hablar de este tema requeriría páginas enteras para plasmar un camino lleno de glorias), pues sí, tal cual, me fui detrás de ellas. Convencido de lo que vi previamente (las sigo hace rato, hablo de años), de aquello que se refleja en la mirada de estas campeonas, de partido tras partido, de entrenamiento por entrenamiento, de sacrificio, de disciplina, de seriedad y de objetivos claros en la vida.

Este fue el ‘tiquete’ para entrar hace cuatro años al Centro de Alto Rendimiento en Magangué.

Tenía por aquella época el honor y el privilegio de estar muy cerca, producto de mis labores como líder de comunicaciones de Indeportes Boyacá (mal llamado jefe de prensa, eso en estos lares y casi que en Colombia no existe realmente, salvo contadas excepciones) y de la admiración que despiertan en grandes y chicos. Un ‘parcero’ me decía: Chalo, estás en tu salsa.

¡Claro que sí! Disfrutaba y disfruto cada segundo esos encuentros deportivos, esa magia, ese talento, el valor de saber lucir y de “sudar la camiseta”, de llevar adentro más que un deporte, un sentimiento, una vocación, un estilo de vida, la vida misma alrededor de esta práctica con un balón, con una pelota, la ‘pecosa’ como le llaman unos y como se le quiera llamar. Es pura emoción.

¿Qué les estaba contando? Ah, sí (es que en serio me emociono), pues que me fui detrás de ellas. Resulta que el despliegue en la máxima cita deportiva del país es una cosa de locos. Cubrir las diferentes competencias, todas, es humanamente imposible. No puedes ser omnipresente. Y para colmo, la subsede en donde jugaba el equipo del ‘profe Wili’ quedaba un tanto retirada. En Magangué. Y nosotros estábamos hospedados en Cartagena.

La agenda estaba a mi favor, solamente que había un detalle. No figuraba en el presupuesto ni en la planilla, para el área claro está (yo juraba que sí, no es tan fácil). Llegar a cada rincón no solo era cuestión de logística, sino de recursos (obvio, van de la mano). Entre dos profesionales, este ‘pechito’ y el viejo Mac, quien cubría el Programa Departamental para el Desarrollo del Ciclismo ‘Boyacá Raza de Campeones’, BRC, y el equipo de ciclismo, tuvimos ese reto (igual que ahora lo asumieron Juliancho y Diego, actuales colegas al frente en el Instituto). Significaba más que un trabajo y que un compromiso contractual. Esto es de pasión, de corazón.

Así las cosas, la noche anterior, en el comité técnico, esa reunión que se realizaba diariamente, dos o tres veces o las que fueran necesarias para estar al tanto de los requerimientos de las delegaciones en las distintas disciplinas deportivas, pregunté por el tema de poder ir hasta el sitio de la final. ¡Uy! Complejo en ese momento. Hablar con el jefe me sugirieron.

Selección Boyacá de Fútbol de Salón Femenino, medalla de plata en Juegos Nacionales Eje Cafetero 2023. Foto: Prensa Indeportes Boyacá.

Quién dijo miedo… jefe, que si me deja ir (casi que, como chino chiquito, jajaja) … mire que vamos a ganar… ¿Así de seguro está Gonzalito? Le dije sí señor, es como decimos “una corazonada”. Les puedo resumir que, tras un par de gestiones, de la buena voluntad de mis jefes y de las ganas que tenía de ir, de presenciar y de poder tomar por lo menos una buena foto para el registro y el recuerdo, logré el permiso, todo dentro de los términos de rigor, eso sí.

Y hágale papá. Eran seis horas de camino (más o menos, haciendo cuentas alegres), tenía casi que el tiempo contado, ya que pude salir sobre las 11:00 de la mañana del hotel y el partido estaba programado para las 7:00 de la noche (22 de noviembre de 2019). Una carrera contra el reloj. En Google dice que son aproximadamente 4 horas con 10 minutos; pero tiempo neto, porque así no fue la vaina.

Llegué a la Terminal de Transportes de Cartagena a la 1:30 de la tarde por cuenta de un medio “tranconcito” que hubo (eso fue una constante en Bolívar). Me habían recomendado una línea de buses (para ir cómodo por lo extenso del viaje). Nada. Solo había disponible una ‘busetica’ (o cómo más se les llama a esas que parecen una cajita, de las que lo llevaban a uno por el centro de Sogamoso y que creo todavía existen y que hay de juguete) y salía a las 2:00 p.m. No tenía ni aire acondicionado. En ese clima tan bravo. Increíble, ¿cierto?

Aquí con la fisioterapeuta Andrea Niño, ‘Shandi’ y el técnico más veces campeón de esta disciplina deportiva, el ‘profe’ Wilinton Ortiz, por esta época, luego de darle a Colombia el campeonato mundial en 2022.

Fuera de eso, debía hacer transbordo en… juemadre, ya la memoria me falla. El caso es que tuve que bajarme en una ciudad (o municipio) que jamás me pasaba por la mente que, para pasar de una calle, a dos calles más adelante, para tomar una especie de taxi (de esos también hay de juguete, y si no estoy mal, todavía existen de Tunja a Motavita, que parecen lanchas) que me llevara a mi destino, me iba a tomar media hora (peor que en Barbosa). Y en Magangué tocó moto. Quienes me conocen saben mi tema con esos aparatos (que son muy lindos sí) en los que me cuesta muchísimo subirme.

Llevaba conmigo, además de mis preciados enseres (en dos maletas que tuve que trastear para el escenario), como aquel día en que pisé la capital de Boyacá con mi pequeño trasteo para venir a estudiar, un costal. ¿Un costal? Sí que sí, con unos encargos. Eso sí para qué, era bonito, como finito, blanquito y que tales; con el que arribé en el 98 era de esos como sacos, como amarillitos con huequitos, con mi colchón y mis ilusiones. A muchos les daba pena. A mí un poquito, para qué dice uno mentiras, pero con ese me mandaron para que no se dañara lo que iba ahí. Cosas de mamás. Y ellas saben lo que hacen.

Me bajé de la motocicleta y qué esperaban. Ya prácticamente era la hora. Quedé pálido ante lo que me encontré: afuera del Centro de Alto Rendimiento Farid Arana Delgadillo había mal contadas, unas 500, 600, no sé cuántos cientos de personas que se quedaron sin entrar y que se agolpaban para que las dejaran pasar. No había por dónde. Una lágrima alcanzó a traspasar por mis ojos. No era el calor, era frustración. ¿Llegué hasta aquí para nada?

Señor, señor, “pispirispis” … señor, ayuda, señooorrr… casi que se entrecortaba mi voz, a la vez que debía esforzarme por intentar gritar (en medio del tumulto no tenía de otra)… por favor, necesito pasar, soy el ‘mancito’ de las fotos, de prensa… como pude y cuál película (en serio que hubiera pagado grabar) de Matrix o qué sé yo, pasé casi que, por encima de la gente, a punta de: permiso sumercé, discúlpeme, pille la escarapela, es que, en serio no me voy a colar, vengo es a trabajar… y cuando llegué a la reja principal, casi que me tocó como cualquier colombiano promedio: ¿sumercé no sabe quién soy yo? Pues el de las fotos para Boyacá.

Un ‘loco’ como de dos metros, se sonrió, me dijo, ¿viene desde Boyacá? Le respondí con cara de desilusión: no señor, pero casi. Desde tal donde estamos concentrados… cogió mi identificación (sirvió de cabo a rabo el carné de los Juegos), y entonces, sucedió (qué conste que vi muchas veces ‘Los Años Maravillosos’): hágale, siga, pero eso ya empezó… y no es por nada, pero van perdiendo (la verdad no hablaba así tan así, es para traducir lo que me dijo en “cartageñol” o “magangueñol”).

Golpe bajo: van perdiendo. Cuando, en ese paso tan tormentoso por esa bendita entrada le pregunté a ese querido señor que cuánto iba el partido… de una me bajó todo. Es más, aspiraba que no hubiera iniciado y con toda la fe de carbonero (la que tenemos los hinchas de Millos) le respondí (creo que sin medir mis circunstancias): pero vamos a ganar, Dios le pague, mil gracias por dejarme pasar, voy de afán mi hermano… y vuele don Gonzalo: ¡corre Forrest, cooorreee Forrest!

Entré. Se imaginan qué es tener más de 5.000 o 10.000, 8.000 o 7.000, ya no recuerdo muy bien (sí era bastante estruendoso e intimidante), miles de miradas en contra (ni modo, jugábamos contra las locales, nada más y nada menos que las anfitrionas) … y yo, con mis maletas y mi costal. Pasé de un lado a otro, entre burlas y cuchicheos, hasta que escuché una voz amiga: Gonzalito, acércate hasta esa esquina y ahí puedes pasar a la cancha, apúrate… quedó clarísimo que yo era el único que iba por el departamento (si había seguidores allí me disculpo), y me llené de fuerza. Costal y maletas a un lado y cámara en mano: empecé a ‘camellar’, sudaba, temblaba… y por dentro sabía que se lograría.

Respiré, enfoqué, nervios de punta, manos de acero, debía enfocar bien… fe, mucha fe… foto aquí, foto allá… hasta que, quizá en los segundos más duros: ¡Gol! Juemadre, golazooo… empatamos (un cabezazo de Laura Becerra en mitad del segundo tiempo). Y más adelante, qué digo adelante, en seguidita, apenas como un minuto tras la paridad, uno más, ¡ganamos! Para la historia. Ayyy sí, tranquilos, no tengo ilusiones de haber sido un amuleto, la suerte, pues desde casa latían fuertemente los corazones de la gran hinchada alentando a las chicas.

Terminaba la espera de cuatro años, pues se había escapado el primer lugar en el 2015, como nos pasó ahora (esto sigue, hay mucho por jugar). Fue uno de los días, o bueno, de las noches, más felices de mi vida. Y eso que yo no jugué. Si no, les metemos diez, jajaja (me imagino los comentarios) … en fin, fue un todo para mí; de 256 fotos que tomé, seleccioné 4 de rapidez para redes sociales (había que informar claro está, a eso fui, y son las que uso en este artículo a manera de collage como imagen principal), elegí una para nota y unas 25 para galería.

Únicamente me faltó una: la mía con el equipo. No soy mucho de tomarme fotografías (también lo saben las personas que me conocen bien, soy de la vieja escuela); sin embargo, esa sí la quería. Pues me concentré tanto en tomarlas que el tiempo se pasó y así me quedé. Pude tomarme una con ‘Shandi’, la capitana, múltiple medallista nacional y quien nos dio el oro aquella vez (una selfie que ya del cansancio se me iba desenfocando); pero mi admiración fue, es y seguirá siendo para todas. Y para quienes están ‘tras bambalinas’ y han llevado al futbol de salón femenino de nuestro hermoso terruño hasta el lugar de privilegio que ostenta. Tenemos hasta mundialistas, eso no es de todos lados.

Este año me hubiera encantado estar allá. Los papeles cambiaron, estoy en otro lado del charco como decimos popularmente, tuve que acompañarlas desde la distancia. Eso sí me vi cada partido. Lo viví de principio a fin. Y comentaré algo que pienso que no es de mal perdedor, simplemente, sin demeritar al conjunto que ganó, merecíamos esa presea. Claro, las contrarias también. Muy parejo, muy reñido, estaba para cualquiera de los dos combinados.

Lo que sí digo es que, me parece, que no es que juguemos menos, es que las demás parecen tener una fijación con las boyacenses. Todo indica que fueron declaradas ‘objetivo’. Todas les quieren ganar, como sea. Eso también se llama ser campeonas.

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