Desaparición del yo

Imagen | Getty Images
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Por | Guillermo Velásquez Forero / El púlpito del Diablo

Guillermo Velázquez

El hombre perdió el yo y ya no existe como humano. Lo domesticaron, lo esclavizaron, lo alienaron, lo disolvieron entre la masa, lo volvieron virtual. Al principio fue sólo una amenaza, un asedio, luego vino el asalto, le metieron varios caballos de Troya y lo arrasaron. El movimiento deshumanizador logró la destrucción definitiva del hombre, la quiebra, desintegración y desaparición del yo, la ruina del individuo o persona con espíritu, el fin del sujeto como ser esencial dotado de Humanidad, con cualidades como la subjetividad, la libertad para decidir y elegir, la imaginación, la sensibilidad estética, la capacidad de soñar e inventar otras realidades, la facultad de juzgar y argumentar, el pensamiento crítico, y demás dimensiones que lo caracterizaban con rasgos de autenticidad que lo hacían único e irrepetible. La nueva tecnología de la información y la comunicación, el universo digital, lo convirtió en un ser fantasmal. Jean Baudrillard advierte que, con el advenimiento del internet, han regresado los fantasmas a sustituir al ser humano. El desastre fue gradual: el hombre dejó de ser el centro del universo, el hijo de dios, el rey de la creación, el héroe, el protagonista. Lo bajaron del pedestal divino donde lo ubicó el Renacimiento. Edgar Moran cuenta que al hombre o sujeto lo expulsaron de todas partes: primero del paraíso, luego de la antropología, historia, economía, psicología, sociología, filosofía, ciencia, etc. Sartre afirma que “en las sociedades actuales el hombre es considerado como un objeto, como un medio”.  Ya no queda sino el hombre objeto, que es una cosa, un animal que lleva impreso en el culo su código de barras, una mercancía, una cifra, un código, una estadística, un cliente, un usuario, un falso positivo, un desaparecido. Esos seres humanos degradados y falseados son humanoides, que el capitalismo depredador y asesino, y su poder político global, con el fin de enriquecerse sin límites, los explota y utiliza de títeres, marionetas, muñecos de ventrílocuo, idiotas útiles, fanáticos, fans, hinchas, zombis, televidentes, consumidores, robots, máquinas de guerra, etc. Según Byung Chul Han, el hombre ya no es ni siquiera una partícula de la masa, sino un ruido del “enjambre digital”; fue privado de su identidad, ya no alcanza a ser nadie. Es un homo digitalis, con un yo vacío, repleto de soledad, convertido en una nulidad rentable, un simulacro anónimo, aislado y anonadado. Cometer una revolución antropológica para recobrar al ser humano sería la nueva utopía.

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