Cuando Chiquinquirá brilló por su Encuentro de Escritores 

Chiquinquirá. Foto | Hisrael Garzonroa
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Por | Julio César Peña, Co-fundador EL DIARIO

Está por llegar a su cuarta década el Encuentro de Escritores de Chiquinquirá. El evento tuvo su máximo esplendor cuando apenas cumplía 25 años de fundado.

Por entonces, fue objeto de toda una crónica por parte de quien es conocido como el Escribano del Desierto. Al retomar hoy textualmente el contenido de la mencionada crónica, consideramos que el encuentro de trabajadores de la palabra bien merecería ser declarado Patrimonio Histórico y Cultural de Chiquinquirá. Ya lleva sus años Chiquinquirá siendo escenario de un Encuentro de Escritores.

Ha reunido a prestantes hombres dados a la novela, al ensayo, a la narrativa, a la poesía. No ha faltado sino que García Márquez, rubrique el alcance del evento con su presencia.

Por lo demás, el certamen ha contado con notables de la intelectualidad colombiana: entre ellos, historiadores, investigadores sociales, politólogos, pero por sobre todo prosistas y poetas. Hasta figuras de artes plásticas han llegado a considerar que el Encuentro de Escritores, ha sido también su espacio.

Todo pudo comenzar hace un cuarto de siglo, cuando el rector de un colegio de la ciudad, creía manejar sus nexos con hombres de la literatura colombiana. De pronto invitó a algunos de ellos a reunirse en Chiquinquirá, “cuna de poetas” y aún de hombres de letras y del arte.

Porque figuras como Julio Flórez, José Joaquín Casas, Rómulo Rozo y tantos otros, no son poca gloria o prestigio para una ciudad cualquiera de Latinoamérica.

En todo caso, aquel rector de colegio, de nombre Alonso Quintín Gutiérrez, que mucho ha tenido de exquisito en su manera de pensar y de hablar, siempre como trabajador de la palabra, tuvo su eco, aceptación y acogida para realizar en Chiquinquirá un Encuentro de Escritores.

De pronto la ciudad, estamentos y autoridades, no alcanzaron a captar y valorar la importancia y trascendencia de un certamen de esta naturaleza. Es más, después de veinticinco años de haber tenido Chiquinquirá su figuración con el Encuentro de Escritores, se experimentan dificultades para financiar el evento, para mantenerlo, para conservarlo. Diríamos que el Encuentro, a pesar de su cuarto siglo de historia, ha sido un tanto ajeno al contexto general de la ciudad.

Afortunadamente, no ha faltado la dinámica de cierto sector del magisterio que ha llegado a que sea especialmente la población estudiantil la que tenga su contacto cada año con los escritores, en colegios tanto de Chiquinquirá como de la región.

No es que el Encuentro de Escritores haya dejado hasta ahora escuela definida en el sector estudiantil por todo aquello que encierra el cultivo de la palabra, más con pautas de letrados. Pero vaya uno a ver: Chiquinquirá con todo y no ser ya la ciudad culta de otras épocas, con sociedad dada a las más ricas expresiones del arte, mantiene viva aún en sus nuevas generaciones esa gran tendencia por escribir cuento, poesía o simple copla.

Como quien dice, el juego de la imaginación y de la creatividad, siempre desde la palabra, puede ser todavía cualidad innata de tantos de los niños y de los jóvenes en el occidente de Boyacá.

De algún modo Chiquinquirá, en medio de su mentalidad mercantilista, de sus clases emergentes, sin exquisitez, por todo lo que pueda ser arte en el manejo de la palabra, mantiene su expectativa por ese aire de sublimación que cobra cada año con el Encuentro de Escritores. Podrá incomodar que la Fundación encargada de realizar el evento no esté pasando por su mejor momento, al no verse conducida dentro de un lenguaje y estilo de profundo señorío intelectual, propio de la humildad y sencillez de su fundador.

Pero siquiera que cada año, Alonso Quintín Gutiérrez, al honrar con su presencia el Encuentro de Escritores, al darle especial timbre de grandeza y dignidad, es el de las palabras sin afán de protagonismo, de “celebridades”, sintiéndose quizá incómodo de lenguajes de ceremonia que hasta riñen con la delicadeza y fineza de su propia personalidad, siquiera que su gran figura tutelar mantiene vivo el “sueño” de una cultura, que lo ha de ser de la palabra, siempre abriéndose sus propios caminos: los de atraer, los de trascender, los de ir aún en lo picaresco de un párrafo, de un verso.

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