Desde El Pasaje Vargas ED.931

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Afugias Familiares. Los académicos del Pasaje Vargas no dejan de preocuparse por lo que pasa de boca de monte para abajo. Recuerdan que cuando uno asoma, en una mañana despajada, puede ver al fondo un sinnúmero de montañas, de profundas hondonadas, de nubes blancas que por copos las cubren o las ocultan y va adivinando que la cordillera declina para asomarse al inmenso valle del gran río; pero en ese recorrido, que va hasta más abajo de Otanche y que se extiende entre el vecindario de Cundinamarca y Santander por la cuenca del Minero, allí en todos esos repliegues de montañas, donde se supone están todos los grandes yacimientos de las piedras verdes, que son las mejores del mundo, han sucedido cosas extraordinarias, unas espantosas y otras, las menos, maravillosas y emocionantes. Y en los últimos años todo parecía demostrar que las cosas espantosas iban quedando en los desvanecidos de la memoria. Pero no; lo que ha venido sucediendo desde hace unos dos años, desde cuando han caído en desgracia los clanes del río para acá, que son los de los Triana y don Pedro Orejas y los González y otros apellidos que por allí se asocian con tantas y tan variadas actividades. Ahora resulta que las noticias de la última semana, son que le han echado mano a muchos, incluido el hijo de don Horacio que dicen que es el jefe de la bandola y que terminan metiéndolo a la misma cárcel del papá, quien está en la sala de espera para coger el vuelo de la DEA.

Un año de lluvias y ni una mata sembrada. Este punto es casi extraño en la Academia, así sus miembros no puedan negar que sus ancestros inmediatos todos son o han sido campesinos, y que saben que esto se está volviendo un peladero, sin monte, casi un desierto. Pues bien, se le inquirió a nuestro académico que explicara la afirmación y en el plenario del último lunes festivo, antes de ir a ver la elección que hace don Raimundo en Cartagena, se estuvo de acuerdo. La queja académica es que hasta donde se sabe, este año, que va de maravilla en materia climática, a nadie, ni a los que creen ni a los que no creen en Boyacá, se les ocurrió sembrar una mata, y menos hacer la campaña para ver si repoblamos algo de lo que se ha arrasado con tanto esmero. Y para colmo otro de nuestros preocupados académicos relató la insólita historia que parece ser lo que refleje mejor la situación. Dijo el exponente que desde principios de año, enero, cuando la cosa pintaba bien en cantidad de lluvias se había dirigido a Corpoboyacá, con palanca y todo, para tratar de obtener un número modesto de árboles nativos para su finca, en un municipio de la jurisdicción. Al llegar a la Corpo, le dieron las instrucciones del caso: cómo debía dirigir la carta de la manera más respetuosa al funcionario competente delegado y especializado en el tema, que debía llevarla en días hábiles de lunes a miércoles, bien temprano, porque si se pasaba de las tres de la tarde, era posible que ya estuviera cerrado; que el jueves era de informes y el viernes de salidas al campo; que lo mejor era el martes, porque el lunes era posible que el funcionario estuviera enguayabado y el miércoles, la Direcciono podría mandarlo a hacer otra cosa; pero que la oficina no era en la sede central, sino unas cuadras más al norte en un piso donde el hacinamiento no permite encontrar al funcionario. En fin, nuestro académico hizo todo esto, para lo cual dedicó como tres semanas, hasta que un día encontró al funcionario, quien le dio las indicaciones de que, en efecto, debía dirigir la nota con todo respeto, pero que había que radicarla en la oficina principal por lo que tenía que devolverse, sacarle la fotocopia y traerla de nuevo a donde estaba y esperar algunos días para la respuesta; días que fueron varios meses, hasta que se animó a volver al cubículo del funcionario, que ya no estaba en ese lugar sino en otro rincón, pero que estaba en comisión y que regresaba la semana entrante. Ya entrado junio, nuestro académico reforestador se revistió de paciencia y esperó hasta encontrar al funcionario competente quien le dijo que no, que la Corporación no podía entregar un solo árbol porque eso era delito, era peculado. A los particulares no se les puede entregar nada, menos árboles, pero que en su caso a lo mejor sí le daban unos árboles, pero que debía esperar, que eso se lo contestarían por escrito, para lo cual volvió a rectificar y ratificar una dirección. Llegó octubre pero la respuesta no, así que nuestro paciente académico volvió al cubículo, que ya estaba en el rincón opuesto, que por favor le dijeran cuándo iba a recibir la notificación de si sí o no le daban los árboles, o que se lo dijeran ahí mismo, a lo cual se negó el funcionario del cubículo, que es el competente, diciendo que todo debía ser por el conducto regular, que es por el correo certificado a la dirección del usuario y que eso sería en pocos días. Vamos en mitad de noviembre, las lluvias han estado maravillosas y nuestro reforestador académico sigue sin saber qué contiene la respuesta, porque el correo certificado jamás ha llegado. En cambio se enteró, de boca del mismo funcionario competente del cubículo del rincón que Corpoboyacá ha sembrado este año más de un millón de árboles. La solicitud de nuestro académico era de unas cien matas.  

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