No tiene Congreso, pero tiene Ministro de Cultura

William Ospina. Foto | Alfaguara
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Por | Luis Carlos Gaona[i]

Cuando me enteré de que William Ospina —acaso deslumbrado por el resplandor amarillo— apoyaba a Rodolfo Hernández, me di a la tarea de buscar sus opiniones, no me fuera a estar perdiendo de alguna sólida argumentación que no encontré en las propuestas del candidato. Sin embargo, he de confesar que me topé con razonamientos similares a los de Hernández (aunque sin groserías). William Ospina dice que el candidato Rodolfo Hernández “es una persona con la que el común de los ciudadanos puede identificarse”; y le creo, porque un candidato temperamental, chabacano, prepotente y grosero, encarna perfectamente en el prototipo del traqueto, un ideal fuertemente arraigado en las mentalidades colectivas de los nacionales. Pretende argüir Ospina que los seis millones que votaron por Rodolfo lo hicieron por su programa. ¿Cuál programa, pregunto? Lo que veo en ese candidato es una propensión a manotear y lanzar arengas electoreras y populistas, a plantear soluciones simplistas y genéricas, que por demagógicas y facilistas no profundizan con responsabilidad en la problemática del país. No veo solidez en sus propuestas. Hay mucho de improvisación al vaivén electoral. Además, para dirigir un país hace falta conocerlo (es calamitoso esto de no saber qué es el Vichada, o el ESMAD y así un largo etc.). William Ospina afirma que Hernández es “alguien que solo dice: paren de robar, paren de vivir del tesoro público, pongamos dinero en el bolsillo de los pobres, reactivemos el campo, hagamos industria, respetemos a la gente, acabemos con los privilegios, paremos el derroche del ejército, el despilfarro del Estado, creemos riqueza y protejamos la producción nacional”. Yo opino lo mismo, pero le agregaría una tilde: A mi parecer Rodolfo Hernández sólo dice. Es que en este país para pasar del dicho al hecho hace falta que la política sea la vocación de toda una vida y no mera coyuntura egolátrica.

Sin embargo, con todas sus carencias e improvisaciones, acumuló muchos votos; no por la calidad de su talante político, sino por la ligereza mental de sus electores. En la primera vuelta cosechó los votos de quienes respondieron a la estrategia de lanzar a Federico Gutiérrez para que la gente volcara contra él la rabia acumulada por el engaño del uribismo y la decepción por el mal gobierno de Duque, y de ese modo subrepticiamente Rodolfo surgió fortalecido. Ahora, de modo engañoso, le forjan apariencia de independiente, como pretende hacerlo creer William Ospina cuando asevera: “Hernández, un empresario de provincia hecho a pulso, que evidentemente no pertenece a la casta centralista que ha mangoneado y devastado al país durante muchas décadas, es un santandereano impulsivo y valiente que se ha lanzado solo contra los hábitos tramposos e hipócritas de la vieja política, y ya demostró en Santander que se puede derrotar la corrupción solo con honestidad y con valentía”. Validemos lo de que es un empresario que se hizo a pulso contra esos hombrecitos que sudaron pagándole intereses durante quince años (“Eso es una delicia”). Pero qué independencia va a tener si recibió las adhesiones de la clase política clientelista y corrupta sin asomo de vergüenza. Me pregunto cómo hará dichos cambios con un Congreso de mayoría tradicional que ha demostrado su inocuidad a la hora de atender los cambios fundamentales que necesita el país. Lo de que es un candidato “independiente” es tan erróneo como afirmar que la maquinaria de la vieja política fue derrotada; por el contrario, está a punto de presentarse fortalecida amén a la treta de la reingeniería y el engaño.

Pero abordemos la supuesta honestidad del candidato, el lema central de la campaña rodolfista y la posición de William Ospina al respecto. Para soliviantar el golpe que el ingeniero le dio al concejal que denunció a su hijo por participar en un entramado de corrupción con coima de por medio, Ospina señala: “los grandes crímenes que ocurren en Colombia no los cometen personas con esa impulsividad espontánea, son mucho más calculados, más fríos, más pensados”. Me permito recordarle, a propósito de la violencia política de mediados del siglo pasado (tema que le gusta machacar a Ospina), que los campesinos fueron el vertedero de ideologías que no estaban en capacidad de dilucidar, se congregaban en torno a vivas y abajos, coreados con alcohol en la sangre, identificados con un trapo, dispuestos a matar por ello. Por centenares, cayeron civiles inocentes, racimos de humildes, inermes, ignorantes y engañados. Por una impulsividad así murieron cientos de miles, hasta que la dirigencia bipartidista pactó el Frente Nacional; pero Gómez y Lleras idearon el Frente Nacional también con el ánimo de perpetuar las oligarquías en el poder y alternativamente propiciar con el borrón y cuenta nueva el olvido que garantizó a esa clase política evadir su responsabilidad en la barbarie que propiciaron y continuar encaramados en las costillas del pueblo. Me pregunto si la eventual presidencia de RH no será más bien un dar la vuelta a la página, pero para pasar de agache y continuar la impunidad de los corruptos. No me parece descabellada la pregunta cuando sabemos que Rodolfo Hernández está inmiscuido en asuntos de corrupción (recuérdese que como concejal de Piedecuesta fue destituido por corrupción). Ahora, de modo eufemístico y refiriéndose a la imputación que Hernández tiene, Ospina dice: “no es el primer caso de una persona que es acusada”, y emplea la palabra acusación cuando en realidad se trata de imputación. La imputación implica atribuir a una persona la presunta participación en un hecho delictivo y el juez toma la decisión basado en el acervo probatorio de que el sospechoso cometió un ilícito. Cuando la fiscalía imputa a alguien tiene plena convicción de que ese sujeto cometió un delito porque tiene los elementos materiales probatorios y la evidencia física para demostrarlo. En el caso de Rodolfo Hernández se trata de un delito contra la administración pública; justamente por corrupción, lo que convierte de plano en falaz su prédica de anticorrupción y compromete el capital ético de quienes decidan apoyarlo sabiendo que hay pruebas de peso en su contra.

En esta candidatura, como en el contrato de las basuras de Bucaramanga, algo huele mal. Me pregunto si William Ospina opinaría lo mismo sin que le hubiesen ofrecido el Ministerio de Cultura o si está obnubilado por ese resplandor amarillo. Ospina dice que el pueblo colombiano se pronunció masivamente por el cambio y con malicia equipara las campañas de Petro y Hernández, aduciendo que “se alzan contra la corrupción, contra ese pasado de maquinarias, y de manipulación, y de exclusión de la ciudadanía”. Es mentira, las campañas son distintas y la gente que está en uno y otro grupo también lo es. Su afirmación engañosa no es más que un descarado intento por desvirtuar la amenaza de continuismo que representa la victoria de Rodolfo Hernández. Ospina afirmó que “el ingeniero Hernández tiene una posición que no despierta tantas resistencias y que igualmente quiere hacer transformaciones”; lo cual es cierto, sobre todo en aquello de que no despierta tantas resistencias (por lo menos del partido de Uribe y los clanes de la política corrupta que adhirieron a su campaña). En cuanto a aquello de las transformaciones estoy convencido de que asociar a Rodolfo Hernández con el cambio es un engaño. La totalidad de los colombianos, pasados sus cuatro años de gobierno, seguiremos igual o peor; aunque tal vez un poco más bronceados después de conocer el mar. Es que en este país el hambre es jodida y no distingue entre el amarillo del oro y el de la mierda.


[i] Escritor santandereano. Licenciado en ciencias sociales y económicas (UPTC). Especialista en literatura y semiótica, investigación y docencia (UPTC). Magister en literatura latinoamericana (Universidad de Costa Rica). Primer Premio en el Concurso Nacional de Ensayo León de Greiff, Medellín, Colombia, 1997. Primer Premio Concurso Nacional de Cuento UIS, Bucaramanga, 2008.

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2 COMENTARIOS

  1. Se me ocurre, luego de leer este artículo, la ucronía de un mandatario como este señor, que nos devolvería a esa época de la violencia machetera, de cortes de franela y corbata, de tomar la justicia por propia mano, que eso nos llevaría a otras marquetalias y repetiríamos, a comienzo de este siglo lo que en elmsiglo anterior sucedió a mediados.

  2. Ayer, con el teatro nos la jugábamos a despertar conciencias, hoy canta otro trinador. El lector y escritor. Conozco a Luis Carlos y me uno a su viaje por WO: el de «Dónde está la franja amarilla», ensayo que cuestiona el robo al que ha estado sometida colombia. Dice Ospina «Si hay algo que nadie ignora es que el país está en muy malas manos. … son personas indignas se confianza, meros negociantes, vividores que no se identifican con el país…» De acuerdo, poeta, ensayista y novelista Ospina. ¿El señor RH si se identifica con el país?, si es así, es una extraña forma de identificarse, y sólo la reconoce el autor de Ursua.

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