Por | Guillermo Velásquez Forero / www.guillermovelasquezforero.com
Que el hombre tiene vocación de asesino y destructor del planeta. Que es un matarife deportivo y desocupado, que mata por vicio, tal vez por el placer de matar, pues destruye la vida sin ninguna necesidad de subsistencia ni legítima defensa; y pone los poderes de la inteligencia, el conocimiento, la creatividad, la tecnología y la ciencia al servicio del crimen, la imbecilidad y el negocio. Capaz de despilfarrar el dinero –que se puede utilizar para hacer el bien–, en pasatiempos estúpidos y entretenimientos perversos como el de la cacería de animales y de humanos, y emprender viajes a otros mundos inhóspitos a buscar lo que no se le ha perdido allá y lo tiene en abundancia aquí en la tierra. Y es tan loco que puede poner su vida en peligro por arriesgarse en aventuras fantásticas, costosas y sin sentido. Pero así mismo, tiene buenos sentimientos, conciencia, capacidad de aprender, corregir sus errores, refrenarse y controlar sus instintos, renegar de sus malas acciones, abstenerse de obrar mal y darse cuenta de que cualquier ser vivo, por pequeño, frágil y efímero que sea, como una mariposa, es parte esencial, integral y funcional de la belleza y el milagro maravilloso de la vida, único en el universo observable y cognoscible, y que todavía es capaz de reaccionar para proteger el planeta y salvar a la Humanidad. Eso fue lo que sentí y entendí al leer el cuento “El ruido de un trueno” (traducido también como “Un sonido atronador”) de Ray Bradbury. Los invito a vivir ese viaje fantástico al pasado remoto y malparido que somos. ¿Será posible que la bestia humana sobreviva a su propia destrucción y que tenga todavía un porvenir?