Un viernes que nos sacudió hasta el alma

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Por | Gonzalo J. Bohórquez

Nos tomamos de la mano con mi novia y quedamos paralizados. Reaccionar es demasiado relativo, el momento te atrapa y los nervios te agarran, no te sueltan. Un par de lágrimas salieron de mis ojos, el corazón me latía a mil y a millón. No supe qué más hacer. La vida se me pasó en segundos.

Dios santo, ¡está temblando amor! Fue todo lo que pude decir. Ante eventos como estos me pasa así. No todos somos iguales. Hay quienes corren, gritan, se levantan, salen, en fin… yo no. Los vidrios de los baños no paraban de rechinar. Eso no ayudaba.

No sé cuántas imágenes, matemáticamente, alcancen a pasar por la cabeza de una persona en un par de instantes. Lo que sí puedo asegurar, es que recorrí mi infancia, adolescencia, juventud, y todo lo que he vivido hasta este día, en un parpadeo.

La naturaleza nos recordó lo frágiles e insignificantes que somos. Y es que ella grita. «El mundo se va a acabar» dicen algunos… ¿en serio? ¡El mundo ya se acabó! Solamente que lo habitamos. Los seres humanos hemos hecho tan poco por conservarlo, tanto por degradarlo. Ahí estamos todos incluidos, de alguna manera, no solo tú, nosotros, también yo.

Seguramente la madrugada de este viernes 10 de marzo nos estremeció, nos pegó una sacudida tremenda. ¿Y mi mamá? ¿Mi hija? ¿Mi hermana? Mis sobrinos, tías, tíos, primas, cuñados, ¿cómo estaba mi familia? ¿Nuestras familias? ¿Nuestros amigos? ¿En quién se piensa primero? ¿A quién ayudar en seguida? ¿Sabemos qué hacer y cómo hacerlo?

La noche anterior tuvimos una diferencia de opiniones con una persona que amo con el alma. No alcancé a hacer una llamada muy importante. Dejé una tarea a medias, porque ahora el tiempo se pasa volando. No me eché la crema para el esguince de tobillo. ¿Saqué a Lulú al baño? Ah, cierto, no vive aquí.

Todo lo que hice, he dejado y tengo en mente por realizar en mi existencia, se alborotó cuando el piso se movió. Tanto así, que hasta el primer artículo de opinión de este año me cambió. Tenía otro, ya lo tenía casi terminado. Esto es más urgente.

¿Y qué es lo más triste? Que además de que para esto no te preparas ni te preparan, ¿o díganme cuántos simulacros realmente funcionan?, piensas en tantas cosas que deberías tenerlas en mente más seguido, ¿por qué cuando ves que se te puede escapar el ‘aliento’ es que se prende ese bombillito?

Fácil, porque así estamos. Hasta los más sensibles nos dejamos llevar por la situación que atraviesa el mundo. ¿Y qué aprendemos?

Nada. Sí. Nada. En el confinamiento cuántas historias nos hicieron “reflexionar”, llorar, y qué, ¿tan pronto lo olvidamos? En la calle se encierra el desespero, la tolerancia pasó de moda, la gente no te respeta ni se hace respetar. ¿Acaso fue solo bla bla bla? El espejo no miente, es la sociedad.

Y bueno, hay de todo. Están quienes con memes y demás ya le sacan el lado ‘jocoso’ a semejante susto, ¿es para reír? Bueno, lo sé, los colombianos nos reímos de nosotros mismos y de nuestros miedos, dolores y tristezas para salir a flote. Solamente pienso que con esos temas no se debería jugar. Y no crean, algunos son muy chistosos. Difícil que pasen desapercibidos y que en medio de la angustia que produce un sismo, no te hagan reír. Dios nos ampare de que nos haga llorar.

En los distintos comentarios que uno lee por ahí, también se encuentra un sinfín de vainas en redes sociales. Lo que sí lo pone a uno a sufrir es saber quién está realmente preparado para una emergencia, no solo cuando la tierra se mueve, sino por cantidad de peligros que cada vez son más latentes y el panorama sigue siendo el mismo. No tenemos quién nos salve. Y no sabemos salvarnos.

Y eso es cuestión que nos concierne a cada uno. Y al estado, a las empresas… a la comunidad en general. Por ejemplo, una simulación de un evento natural en el que se toman fotos, que pareciera increíble, salen hasta con una sonrisa de lado a lado, no, creo que así no es. Quisiera ser un experto, no de los que pululan en Facebook, WhatsApp y demás; alguien que en realidad pudiera ayudar. Tampoco es para ser trágicos, solo pienso que no lo tomamos con la rigurosidad que amerita, y que no nos están aportando en ese sentido. Ni una alarma tenemos como lo dijo una amiga y colega. Y si la tuviéramos, ¿sería efectiva? No sabemos. Y, para ser francos, en nuestros hogares y círculos sociales poca importancia le damos.

Pero cuando pasa como en esa madrugada, ahí sí, la padecemos, la sudamos. En medio de la broma queda la incertidumbre.

Conservar la calma es lo primero que aparece en las recomendaciones ante un temblor. Pues recuerdo a Pi Patel (en ‘Una aventura extraordinaria’) leyendo la guía ante un naufragio en medio del mar, de la nada; así, más o menos. Gracias a Dios no tuvimos nada que lamentar. Sí es para pensar, para actuar y prevenir. Claro, estos fenómenos no avisan. A mí me nace orar.

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