Un nuevo rapsoda en las constelaciones

Toñito durante presentación con Señorial Orquesta, en el XXXVIII Festival Internacional de la Cultura. Foto | Archivo personal
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Por | Jaime Rodríguez Romero

Palabras de despedida en el funeral de Henry Antonio Rodríguez Romero,
músico nacido en esta ciudad y por todos conocido como “Toñito”.

En el crepúsculo de este martes primero de febrero del año en curso, hacia las seis de la tarde, como si hubiera querido acompasarse con el pulso de la naturaleza, un espíritu especial se encaminó por el sendero prefijado a los humanos, cuyo simulacro de manera inadvertida forma parte de la cotidianidad y, respecto del que nos esforzamos por su aplazamiento, tanto en virtud del amor que nos aferra a la vida, como del temor infundido por nuestras tradiciones fervorosas. En tal condición es natural vislumbrar el sueño postrero como algo muy distante, llegando incluso a la pretensión de ignorarlo como una manera de tomar distancia respecto de lo que se nos presenta como una fatalidad inevitable. De adoptarse una perspectiva de mayor alcance, no es difícil vislumbrar un escenario de menor pesimismo. Atendiendo a los tiempos geológicos para no alejarnos demasiado de   la escala humana, la vida se puede concebir en su connotación metafísica, como un instante fugaz en el “no ser”, un paréntesis que confirma el verdadero escenario de la existencia. Puede ser visualizada a la vez, como el milagro que en un imaginario de múltiples orígenes, nos ha permitido ser protagonistas de este mundo, con su multiplicidad de facetas, de interrelaciones, entre las que las afectivas cobran especial protagonismo, tanto en el antes como en el después. El misterio de un ente metafísico por antonomasia como es el de la muerte, a la par del temor infundido y el dolor concomitante, se constituye a su vez en incentivo de su antítesis, pues como se puede colegir, un determinismo en estos dominios haría insoportable el diario vivir. Otras culturas y épocas, gozaron de otro tipo de visiones, que les permitió hacer más llevadera la situación común a todo humano, que hoy nos ha reunido. Me disculpo por la posible excesiva seriedad y extensión de este párrafo introductorio, pero pienso que condición tan especial y de tanta trascendencia, amerita de algunas reflexiones.

Ahora que mi hermano Toñito ha trascendido a otras dimensiones, vienen a la memoria las tantas situaciones compartidas inherentes a una relación fraternal. Cumplido su paso por este mundo, puedo avizorar con claridad la congruencia de una vida que de crepúsculo a ocaso, observó un conjunto de patrones de las más altas calidades. Humildad, generosidad, prudencia, disposición a la escucha, desprendimiento, respeto hacia los demás con independencia de su condición, entrega en la amistad, sentido fino del humor, son algunos de ellos. Cinco años nos separan cronológicamente, por lo que para mí siempre fue un hermano mayor, dispuesto a enseñarme y colaborarme en especial durante nuestra infancia. En tiempos en que Tunja era aún una pequeña ciudad inocente, siendo muy niños salíamos solos a jugar al futbol en el parque, a montar en triciclo en el vecindario, a montar en el tren cuyos últimos reductos aún recorrían nuestros campos. Después compartimos la música en veladas inolvidables, en las que junto con mi padre interpretábamos por las noches bambucos y pasillos que nos llenaban de emoción. A pesar de la diferencia de edades, a veces competíamos también en situaciones extra-futbolísticas; recuerdo por ejemplo que lo hacíamos por quién iba muy de mañana a comprar el pan del desayuno, pues en la panadería entregaban un bizcocho de encime; ante mi desventaja por la edad, me tocaba ingeniármelas, recurriendo a estrategias como acostarme  a veces con la ropa puesta, de modo  que  al despertarnos pudiera yo salir de  primero y ganarme la “golosa presea”. Poseedor de gran oído musical, Toñito terminó convirtiéndose en un intérprete profesional del instrumento conocido como bajo, en el contexto de la música tropical. Tuve la oportunidad siendo adolescentes, de acompañarlo a conciertos y ferias por diversas localidades de Boyacá, en las que pude percibir el gran aprecio que sus compañeros sentían por él. No podía ser de otra manera dada su nobleza y don de gentes. Reservado, respetuoso, buen hijo y buen hermano a pesar de las desventajas de su condición de hijo intermedio, Toñito se ganaba fácilmente el cariño de quienes le rodeaban. Y lo digo no por ser su hermano o por la idealización que usualmente nos procuran los ausentes, lo digo de corazón por que fue lo que pude apreciar a lo largo de toda una vida. Igual percepción anida en el corazón de mi hermana Nana, quien por circunstancias geográficas es la hermana que más tiempo pudo disfrutar de su compañía, también la que en virtud de su notable generosidad y altruismo pudo establecer lazos más fuertes de afectividad, motivo por el que para ella su ausencia constituye un golpe mayor. Los antiguos inventaron las constelaciones como una manera de posesionarse de los cielos; Pitágoras introdujo a la Música de las esferas en el contexto del universo; consecuente con esta tradición, en la constelación de La lira, creo estar desde ya visualizando a Toñito interpretando su bajo para deleite del espíritu de la noche cósmica. Aunque sobrellevar el vacío de la ausencia sea una de las situaciones difíciles de superar para los que continuamos este periplo de meta incierta, me quedo con lo que puede haber de bueno en tan álgida situación, la satisfacción de haber tenido el privilegio de compartir multiplicidad de experiencias con tan especial compañero, los recuerdos indelebles de su generosidad y probidad, su desprendimiento respecto de lo material que me inducía a veces a imaginarlo como una suerte de anacoreta citadino,  la admiración por su estoicismo y resistencia ante la dolorosa y letal enfermedad que terminó sometiéndolo en lo material, pero nunca en lo espiritual, la certeza de la consumación en réditos favorables  de un ciclo de vida y, de su transmutación a otras más amables dimensiones. Cierro estas humildes palabras, con las que me he tomado el atrevimiento de pretender aproximarme a una semblanza de tan especial y querido espíritu, lamentando no poder encontrarme entre ustedes por las contingencias de la situación especial de connotación mundial por todos conocida y, agradeciendo a nombre de mi familia por la presencia y solidaridad de parientes y amigos aquí presentes.

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