Solo hombres con talla de profetas lograrán desenmascarar políticas que llevan mucho de fariseísmo

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Por: Teófilo de la Roca

Siempre hemos oído hablar de fariseos. Será porque han existido. Aunque se debería hablar mucho más. Es de lo que más hay. Tanto, que han impuesto un estilo, un modo de vivir. ¿Pero quién es el fariseo? El que vive de ser falso. Como quien dice, un beneficiario de la ingenuidad de la gente.

No se ha creado la corriente de literatura, para vivir desenmascarando a los fariseos de nuestro tiempo. Tampoco existe el humor periodístico, que se encargue de ridiculizar a tanto “personaje” que vive haciendo del engaño y de las apariencias, sus propias formas de mantenerse en la “cuerda floja”. Porque eso sí, en cualquier momento puede caer; así hable de pulcritud y hasta de transparencia.

“Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Este modismo que más parece un principio de psicología, da para detectar al fariseo: personaje del que hay que dudar y desconfiar a cada paso.

La sociedad de nuestro tiempo se merece su crónica permanente, con tanto fariseísmo, con tanta hipocresía que maneja. Hasta sus mismas clases medias, viven sosteniendo vanidades y apariencias, maquillajes y formas sofisticadas de vida, como en una eterna obsesión por parecerse a los burgueses. ¿No será forma de engañarse y engañar?

Del fariseísmo no escapan ni los mismos estratos populares. Cada vez encontramos más casos de “presuntos líderes” en barrios y veredas: han aprendido a posar de “buenos”, de “diligentes”, de “eficientes” y hasta de “redentores” en lo social; sin que a la hora de la verdad lo sean.

En tantos niveles, son a veces las investigaciones las que permiten hacer claridad sobre “falsos protagonismos”.

La crónica sobre el fariseísmo, sobre sus muchos ropajes aterciopelados, daría para mucho; hasta para causar reacciones y  protestas, frente al manejo de tanta mentira. Porque la hipocresía, así como es comedia para unos, será ironía para otros.

De todos modos, función de todo defensor de la verdad, la que se lleva en el alma, cuando se es honrado, justo, es detectar el fariseísmo. Detectarlo en el mandatario, en el gobernante, que al inaugurar “cualquier obra”, busca ante todo que se coloque una placa, para así perpetuar su “nombre”.

Fariseo lo es también el directivo de la organización sectorial, gremial o comunal, que habla de “bien común”, pero que termina defraudando al buscar “su bien personal”. Fariseo es igualmente el padre de familia, que trata mal a su esposa y a sus hijos y vive haciendo creer a propios y extraños, que es un padre ejemplar. Ni hablar de tantos patrones que ni siquiera pagan el mínimo y sí viven haciendo alarde de que son unos creadores de empresa y de empleo.

Hoy sí que se necesita de hombres que, con talla de profetas, sean capaces de desenmascarar políticas que llevan cucho de fariseísmo; tal como lo hizo Jesucristo en su tiempo. Porque si hubo sector de élite que enfrentó el Mesías y en los más diversos tonos, fue a los fariseos. Ellos, con quienes no podía ser “ni manso ni humilde de corazón”; sabiendo que no les interesaba incomodar a su propio amo, el Poder Romano, sino frustrar el proyecto profético y mesiánico; hasta vivían tratando de hacerlo entrar en contradicción con las leyes de Moisés, para encontrar de qué acusarlo.

De los fariseos Jesús dijo que eran “sepulcros que aparecían blancos por fuera, pero que por dentro estaban llenos de podredumbre”. Al pueblo le dijo: “cuídense de ellos porque son ciegos conduciendo a otros ciegos”. De la sociedad que representaban indicó que “era sociedad de muertos y que por lo tanto debía enterrar a sus propios muertos”.

Así como Jesús enfrentó al fariseísmo, del mismo modo se tomó el trabajo de describir a un representante de ese sector, en sus aires de “justificado”.

Lo describe haciendo oración en pleno templo. Erguido le da gracias a Dios por no ser como los demás hombres, que son malvados, que son ladrones, que son adúlteros; que tampoco es como ese cobrador de impuestos que allá  en el fondo del templo ni siquiera se atreve a levantar los ojos al cielo, sino que se golpea el pecho diciendo: “oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador”. Para Jesús, ¿quién salió perdonado por Dios? El cobrador de impuestos, no así el fariseo. Y concluye Jesús diciendo: “El que así mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

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