Solo cornetas y tambores

Año 2013. Un policía se lamenta en medio de las ruinas de la Estación de Policía de Inza la cual fue destruida por una bomba. Foto | Reuters
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Por | Vicente Ramírez Garzón, periodista

La guerra que el gobierno de Colombia, por órdenes de Washington, le ha declarado a la República Bolivariana de Venezuela, si continúa, como lo ha dispuesto John Bolton, terminará después de más de treinta y tres mil muertos, siete millones de discapacitados, los puertos de Buenaventura, Barrancabermeja y Barranquilla destruidos o inhabilitados, la refinería de Cartagena en llamas, y las carreteras y puentes a la costa destruidos.

Año 2012. Colegiales realizan un simulacro de evacuación en caso de quedar atrapados en fuego cruzado. Foto | Reuters

Después de ver arder también, desde luego, los pozos y refinerías de Cardón, Amuay y Oriente en Puerto La Cruz; y de observar las carreteras y Puertos de la Guaira, Maracaibo, Matanzas, Sucre y Puerto Ordaz en ciudad Guyana, con similares destrozos.

De constatar, tal vez, que los aeropuertos internacionales El Dorado y  Maiquetía Simón Bolívar, permanecerán intactos,  y que los sobrevivientes podrán desplazarse al cerro de Monserrate y al monte Ávila, respectivamente.

Así, quienes pensaban que la guerra era solo tambores y cornetas, aunque tarde, descubrirán su error al sentir los efectos de los ataques químicos y digitales.

Año 2011. Una anciana evalúa los daños en su casa tras un ataque a una estación de policía colindante, en Piendamo. Foto | Reuters

Después, para terminar la guerra, representantes de la próxima generación firmarán el armisticio, entre cuyas clausulas estarán: la del reconocimiento definitivo y solemne de la soberanía de Venezuela sobre el golfo; el archivo de la hipótesis de Caraballeda; la revisión de los límites terrestres, entre los dos Estados, definidos por Laudo Arbitral de María Cristina, la Reina Regente de España, quien el dieciséis de marzo de 1891, y gracias al alegato del abogado de Colombia, Dr. Aníbal Galindo; generosamente hizo a los colombianos riberanos del río Orinoco, en el tramo comprendido entre las desembocaduras de los ríos  Atabapo, en el sur, y  el Meta en el norte; el retiro de la denuncia instaurada por el gobierno de Colombia contra el Presidente de Venezuela ante la Corte Penal Internacional, con las debidas excusas; las respectivas indemnizaciones por los daños materiales e inmateriales causados bajo la mampara de la “ayuda humanitaria”; el compromiso jurado por Colombia de no volver, jamás, a realizar intromisiones o amenazas a Venezuela, y la garantía de respetar los principios del derecho internacional, en especial el referido a la soberanía de cada país y la no intervención en asuntos internos ajenos; el compromiso de radicar conjuntamente, Colombia y Venezuela, ante la Corte Internacional de La Haya,  la demanda contra Estados Unidos por haber incitado, provocado, planeado y direccionado la guerra en beneficio de los intereses geopolíticos, energéticos, auríferos, coltánicos y armamentísticos de esa potencia;  el denuncio internacional contra esa nación por la comisión de los crímenes de agresión, artículo quinto; crímenes de lesa humanidad, artículo séptimo; y, por los crímenes de guerra, artículo octavo, tipificados en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, que Estados Unidos firmó y después, con perfidia repudió, para evadir sus responsabilidades penales; y la obligación del Estado Colombiano de establecer la responsabilidad por la incitación y justificación de la guerra por parte de los medios de comunicación subordinados a los grupos económicos determinantes; y la cláusula por la que se agradece a China, Rusia, Turquía e Irán por haber mantenido sus intereses y solidaridad, durante el conflicto, dentro de los principios del derecho internacional.

Estas clausulas deberán cumplirse, porque si no, esa generación sellará su incuria con el pago de las condiciones que impondrá Estados Unidos: entrega de los recursos estratégicos sin pago de regalías, ni participación en su explotación; pago de la reconstrucción al precio fijado para los vencidos, y servidumbre voluntaria sin solución de continuidad hasta nueva guerra.

Así, la generación del armisticio, desde el dolor y el sufrimiento, consciente de que la guerra es más que tambores y cornetas, y advirtiendo con el Libertador que, “Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”; tendrá la honrosa obligación de volver al pensamiento de Bolívar para cristalizar su aspiración de una sola patria: la Gran Colombia “soberana, respetada y libre”.

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