Salario mínimo: Así eleva Duque la informalidad y el desempleo

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Por | Zully Orozco – Economista e investigadora – Miembro del grupo de investigación CREPIB de la UPTC.  Economista Liberal y apartidista

Zully Orozco | Economista e investigadora

¿Un aumento del salario mínimo puede beneficiar realmente a los trabajadores? Pero vamos a ver, si esto fuera posible ¡deberíamos incrementarlo cuanto antes! pero no es así. La propuesta del presidente Iván Duque de elevar en un 10,07% el salario mínimo, no pudo llegar en un peor momento. El desempleo de dos dígitos y la tasa de informalidad que asciende al 48% de la población ocupada, parecen ser indicios bastante claros de que la recuperación del mercado laboral en el país es aún lenta.

Según Duque, la razón de este incremento es para que «la población colombiana tenga un mayor ingreso y se estimule la demanda agregada del país”. Sí bien, al mandatario le parece una brillante medida de política laboral para favorecer a los asalariados, a menudo mantiene fuera del discurso político, los efectos adversos que un aumento en esta magnitud puede generar sobre el empleo y los salarios.

Pese a la intención de mejorar el mal remunerado y precarizado empleo, un incremento del salario mínimo por decreto, es siempre un error. Intervenciones de esta naturaleza, solo generan un aumento del desempleo y una caída de los ingresos en el sector informal. En esencia, causa lo que en primera medida se busca evitar; una pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores.

Las últimas cifras publicadas por el DANE, señalan que la economía colombiana ha venido registrando un importante crecimiento durante los últimos trimestres. Pese a los buenos resultados, el repunte no ha ido acompañado por un ajuste similar del mercado laboral. Estamos siendo testigos de una inusual recuperación sin empleo. A octubre de 2021, la tasa de desempleo del país fue de 11,8%, equivalente a 1.5 millones de personas en desocupación.

En particular, la existencia de esta tasa de desocupación tan elevada, significa que en el mercado laboral colombiano prevalece un exceso de trabajadores dispuestos a ofrecer su fuerza laboral frente a una baja demanda por empleo. Ahora bien, si a este exceso de fuerza laboral se le introduce un aumento de su precio, el resultado no puede ser otro que una caída de la contratación.

Asi, una gran proporción de trabajadores en desocupación, que desean ser empleados en el sector formal, pero que no pueden a causa del incremento salarial, optarán por ser empleados en el sector informal donde se ofrece, por lo general, salarios inferiores al salario mínimo. Finalmente, y como consecuencia de la intervención del Estado, aumentará la cantidad de trabajadores en el sector informal, provocando una caída de los ingresos laborales. Es por esto último, que elevar el salario mínimo es siempre un fracaso, porque no solo afecta los ingresos de los trabajadores formales y calificados, sino que en cierta medida y con mayor gravedad, acaba perjudicando los salarios de los trabajadores más desfavorecidos, los informales. Menudo lío para un país donde la mitad de su población se encuentra empleada en este sector.

Investigaciones de Vélez, Peña y Wills (2012), señalan que el incremento simultáneo del salario mínimo y de los costos laborales no salariales, habrían explicado la caída de todos los salarios, tanto de los trabajadores formales como informales, durante el periodo 1988-2006 en Colombia. Los autores, también encuentran que la introducción de mayores rigideces en el mercado de trabajo, condujo a que los empresarios aumentaran la jornada laboral y a que la informalidad se elevara en un 5%. No es casualidad que en los años posteriores a 1990, el desempleo haya registrado uno de los más brutales incrementos, pasando de una tasa de alrededor del 7% en 1993 al 15% en 1998.

Lo que se está fraguando en este momento, no es una medida laboral para beneficiar a los trabajadores, sino una medida anti laboral para hundirlos más. Aumentar el salario mínimo, nunca podrá ser una estrategia para solucionar los problemas del mercado laboral, porque el salario no es una variable que pueda decidirse desde el poder político; es el reflejo de la productividad laboral (de la capacidad para producir más bienes y servicios por trabajador), así como del buen desempeño de la economía para crecer. Un incremento demasiado alto, podría ubicarse por encima del salario de mercado, lo que conduciría a una reducción en la contratación de empleo formal.

Si los salarios en el país son bajos y no crecen, por otra vía distinta a la de la intervención del gobierno, ello se debe a que una parte del sector empresarial se ha destruido, y el que queda, es incapaz de absorber la inmensa cantidad de trabajadores. Por esta razón, para que puedan elevarse los salarios, debe existir un mayor crecimiento de las empresas que impulse la demanda por empleo. Pero difícilmente se logra, cuando es el gobierno mismo quien las penaliza constantemente mediante impuestos excesivos, desincentivos a la inversión y costos adicionales a la nómina.

Dentro de los países miembros de la OCDE, Colombia ostenta la tarifa más alta en impuestos sobre la renta de las empresas. Mientras que en 2020, el promedio fue del 20% para la OCDE, la tasa que pagó el sector empresarial colombiano fue del 32%. Con dificultad, la expansión del sector empresarial y la creación de empleo sobreviven a un expolio tributario como este. ¿Y  qué, en cuanto a los costos laborales que pagan los empleadores diferentes a la nómina y que cubren seguridad social e indemnizaciones por despido? Son excesivos. Según cálculos de Anif, ascienden al 48% por encima del valor de una nómina y son mayores al promedio de la Región de América Latina (41%).

No se trata de elevar el salario mínimo como una manifestación de solidaridad, se trata de que el salario actual guarde relación con la productividad de los trabajadores y con la capacidad de las empresas y la economía para crecer y cubrirlo. Un aumento injustificado, no podrá forjar más un aumento de la informalidad e impedir que la economía vuelva a generar empleo con fluidez. Mientras no se realicen las reformas pertinentes para restar cargas tributarias a las empresas y se les agobie con mayores costos salariales, seguiremos estancados, en un mercado laboral poco dinámico y en desequilibrio.

Vélez, Peña y Wills (2012) Rigideces laborales y salarios en los sectores formal e informal en Colombia: Banco de la República.

https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll18/id/312

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2 COMENTARIOS

  1. Un tema interesante que plantea una discusión sobre los beneficios reales del incremento del salario. Sin embargo, seguir pensando que el salario básico debe estar ligado únicamente a la productividad no es del todo exacto. En una economía donde no existe una política de productividad por parte del estado, ni un compromiso del sector privado en la misma dirección, esta tesis no tiene mucho sentido. Cuando los economistas y empresarios que promueven la doctrina neoliberal se refieren únicamente a la productividad como una condición exigible a los trabajadores, y no como debería ser: una responsabilidad de los empresarios. En realidad la productividad está mucho más vinculada con la innovación y la competitividad. Muchas de las empresas industriales y familiares en casi todos los sectores no han tenido un compromiso real con la innovación. Por eso nuestros campesinos siguen cultivando en condiciones de total atraso, no innovan, carecen de productividad y no son competitivos. Lo mismo sucede en otros sectores de la economía. Productividad no es solo que un trabajador produzca más con los mismos recursos que otra persona de la misma empresa, o del mismo sector. La productividad del capital, por otro lado, requiere de innovación, de mayor capacidad competitiva y de la consolidación de economías de escala.
    La productividad como responsabilidad única y exclusiva del trabajador nunca será posible para un aumento del salario básico a mediano y largo plazo, por lo que su aplicación bajo el modelo neoliberal solo conducirá a una desmejora progresiva de las condiciones generales para los trabajadores, manteniendo a la clase media en el limbo, ante situaciones coyunturales que empeoren los desequilibrios estructurales del mercado laboral. Comparar la situación de un país con otros, tampoco es algo que aporte demasiado a la discusión. Una premisa simple es que el costo de vida en cada país está vinculado a los ingresos reales de las personas, y la única forma de compararlos es a través de la capacidad adquisitiva que estos tienen para adquirir los mismos bienes y servicios.

    La discusión, si se quiere evaluar los efectos negativos de un incremento como el propuesto por el gobierno nacional, se relaciona con todos los pagos que se encuentran ligados al salario mínimo. En primer lugar, los demás gastos salariales, que pueden generar una presión en las empresas, especialmente medianas, pequeñas y micro, desestimulando la contratación formal, con un efecto negativo en la tasa de empleo y un «probable» aumento en la tasa de informalidad. Y segundo, respecto a gastos de todo tipo que se calculan y pagan en salarios mínimos, como las matriculas de colegios y universidades, las multas y sanciones de diverso orden, entre otras, que pueden generar un aumento en el costo de vida. Además del «efecto psicológico», no justificado, en los precios de una gran cantidad de productos de la canasta básica. esto es especialmente grave para la clase media, con salarios por encima del mínimo, cuyo incremento no es vinculante, según ha anunciado el mismo gobierno, con el aumento dado a los trabajadores de menores ingresos. Según esto, se podría estar gestando una caída real del ingreso para los trabajadores de nivel medio.

  2. Si la economía en verdad fuera una ciencia, como lo ha pretendido desde hace siglo y medio desde que el señor Carl Menger decidió convertir el tema en un asunto de subjetividades, ese mantra decimonónico de que el salario mínimo resulta perjudicial (y que subrepticiamente dice poco menos que lo mejor es bajarlo lo más posible o eliminarlo) ya hubiera sido superado hace mucho rato y la economía ya estaría interesada en otras cosas, pero parece que cada vez se va pareciendo más y más a la Teología, que pretende estudiar algo que no es posible comprender pero que es obligatorio obedecer.

    Hace honor a la ideología (económica) liberal la mujer que escribió este artículo de opinión, pero se equivoca al declararse apartidista y se encarga de demostrarlo a lo largo de su escrito al repetir sin mayor escepticismo y distanciamiento las opiniones que se pretenden pasar por hechos científicos, como que bajar impuestos al empresariado implica aumento de la creación de empresas, mayor empleo de los trabajadores e incremento de la llamada productividad, lo cual una amplia lista de hechos sobre la economía real se ha encargado de demostrar cómo algo falso y carente de respaldo probatorio. Si bajar impuestos se tradujera automáticamente en mayor creación de unidades productivas, no existiría forma de explicar la existencia de paraísos fiscales y evasión de impuestos. A los ricos (incluidos los empresarios) la única tasa impositiva que les gusta pagar (o les gustaría) es de 0%

    El artículo parece obviar un pequeño pero importante hecho: los empresarios solo crean empresa para obtener ganancias. Hacer un bien social les resulta algo secundario, y eso incluye el tema de la ocupación laboral de los trabajadores. Decía un viejo adagio chino citado por Confucio en uno de sus dichos que un general poco o nada podía hacer si no tenía soldados que lucharan por una causa clara y le obedecieran. Un error del Liberalismo económico es creer que son los individuos atomizados los que hacen funcionar la sociedad, cuando en realidad ha sido el trabajo conjunto de unos y otros lo que ha hecho que nuestra existencia sea más llevadera a lo largo de los siglos de existencia de la humanidad. El Liberalismo económico menosprecia el carácter social del trabajo y pretende reducirlo a una variable económica capaz de ser contenida en una fórmula matemática.

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