Queramos o no, las parábolas de Jesús, nos persiguen y nos alcanzan

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Imperativo para la humanidad, es lograr que en el banquete de la vida, lleguen a sentarse a manteles los lisiados de la Historia.

No nos explicamos cómo los llamados cristianos no han descubierto en ciertas parábolas de Jesús sus discursos más revolucionarios. Entendiendo por revolución el desmonte de toda pretensión humana por experimentar satisfacción de vida desde un aislamiento de todo el que pueda estar arrastrando su situación de Lázaro en la historia.

Los que han aprendido a leer el lenguaje y contenido de tantas parábolas, encontrarán cada vez más lo desconcertante que resultan sus textos para muchos que en la tierra se han apoltronado, en un instalacionismo que da para la ira de Dios. De algún modo han irrumpido en la historia, impidiendo que desde ella funcione el templo de la vida.

El hecho de que haya hombres, profanos y de sacralidades, manejando sus propios esquemas de “éxito”, a expensas de emergentes de todas las pelambres, lleva a que un Jesús que dice ser defensor del Padre, se repliegue a desmontar lo establecido en el gran templo, donde hasta el espacio ha tomado forma de manejo utilitarista, lo cual riñe con el concepto de vida y esperanza que lleva en su alma el Mesías.

Desconcertará a los “triunfalistas” de la historia, que un Jesús de periferia, cumpla entre otras cosas su misión de desmontarles sus propios esquemas de “felicidad”. Lo cierto es que saca de la perspectiva de gozo a quienes se vean envueltos por el poder: con sus banquetes a espaldas de los lisiados del mundo.

Es tremendo el Jesús describiendo a los “personajes” que se solazan en el club de lo económico; que es el que lleva a las actitudes excluyentes. Lo que para muchos es la religión del “capitalismo salvaje”, en una época como la actual.

Pero decíamos que el Jesús desconcierta. ¿Por qué? Porque no admite que tantos que se consideran “felices” puedan llegar a pertenecer a su reino. Salvo que dieran un vuelco a la misma historia; que como ricos, dejen de creerse a sí mismos, a compensarse en sus propios gestos; siempre desde sus propios “haberes”.

El gran prodigio de salvación para un rico que haya sido necio y obstinado, consiste en ser capaz de desconcertar, de botar sus propios clubes y templos de “triunfalismos”, para acabar “renegando” de su misma clase, traicionando así la ley de lo establecido por el hombre. En términos de Evangelio equivale a un proceso de conversión. Es tanto como dar un viraje de 180 grados.

La alternativa es única: crear condiciones, a como dé lugar, para que el banquete de la vida tome otro rumbo; y los que se sientan a manteles vengan  a ser los lisiados de la historia. Los que encontraron puertas cerradas, así para la educación, para la salud, para el empleo, para la vivienda propia, para la seguridad social, luego de sufrir desplazamientos como tragedia de guerras, de violencias, que vive condenando la misma humanidad.

Así es como hay que aprender a leer las parábolas de Jesús;  siempre para descubrir que como parábolas nos persiguen y nos alcanzan, para desmontar tantas pretensiones, sin que nada se despeje o tome nuevos órdenes; porque mientras no desaparezcan los grandes abismos existentes, los profundos desequilibrios sociales, no se estará cumpliendo la gran revolución del Espíritu, que es la que hace distintas todas las cosas, a partir del reconocimiento de los “sin nombre”, los mismos que en la perspectiva de Dios estarán en condiciones de conceder el “pasaporte” para una felicidad en el más allá, construida desde el ahora, el más acá.

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