Política y Estado, están para lograr despejes de vida

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La fama y el dinero han hecho que muchos hombres cambien, no para bien, sino para mal ¿Qué no se dirá del poder? Ha causado sus propias desfiguraciones en gobernantes, en jefes de colectividades, en dirigentes de organizaciones gremiales, en hombres de empresa.

Es cierto, el poder congela fácilmente el corazón del hombre; hasta el punto de convertirlo muchas veces, en tirano; más si no nació en estructuras de poder, sino que se fue convirtiendo en amo, sin mayores escrúpulos, siempre como un emergente llegado a “más”.

Son extraños los casos del hombres, que surgidos de la nada, llegaron a ser poderosos y que sin embargo no perdieron nunca su sentido de lo humano; tanto que hasta revolucionaron estructuras en función de los débiles, de los desprotegidos que pudieron estar a su alcance.

Por lo general el poder,  enceguece tanto, que despersonifica, que lleva a falsos conceptos de felicidad, como el de los aires de suficiencia y que son en el fondo complejo de “superioridad”.

De estas malezas de espíritu, de estas falsas pretensiones, de estos vacíos, escapan los hombres que pudieron haber nacido en el poder. Su misma formación, su mismo estilo de vida, inspirado en la sutileza, en las finezas para todo, los coloca por encima de toda vulgaridad.

La Historia ha estado cargada de monstruos en el poder. Por algo se ha llegado a decir que “el poder es de los mediocres”. Y no faltan razones para así creerlo. Si en el poder jugaran las ideologías, los afanes inquietantes por el bien común, otras serían las funciones de estados, de gobiernos, de políticas.

La historia, en medio de todo, no deja de registrar uno que otro caso de hombres excepcionales en el poder. Son los de manejos de pueblos y naciones, dando cátedra de gran sentido de humanidad. Pareciera que como hombres llevaran en sí sabidurías de las que tanto alcanzan a transformar al ser humano, hasta el punto de tornarlo trascendente.

Y es que como hombres de Estado, inspiran tal confianza, que trascienden desde su propia mirada histórica, desde sus hechos; ahí sí para vivir haciendo del poder como el instrumento único de esperanza, de seguridad para el hombre sociológico y que es el que más pueda estar clamando por toda justicia.

Podemos estar seguros de que un hombre que hace del poder gubernamental y administrativo el porqué de su propia eficacia, como indicando que la política es más un “apostolado”, estará resultando más que sabio, al hacer de la función del Estado un despeje de vida, transformando todo a partir de la educación, que es la que redime al hacer hombres pensantes, con capacidad para llegar a sentirse libres.

Una manera así de proceder desde el Poder, equivale a colocarse nada menos que en las perspectivas del Dios de la historia que vino a revelar a través de Jesucristo los grandes secretos de un reino de luz, de claridad, de seguridad para hombres y pueblos, culturas y civilizaciones que pudieran terminar acogiéndose a la ley del espíritu, y que es lo que lleva a la mística por la vida, resultado de lo humano, de la justicia, del amor.

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