Paya: Contra el racismo una educación hospitalaria

Municipio de Paya, Boyacá.
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Por | Jacinto Pineda Jiménez, Líder grupo de investigación GRIMAP-ESAP

Jacinto Pineda | Dir. ESAP

Paya un municipio en el olvido, terminó siendo el escenario público nacional y mundial sobre el racismo. Aquí hay una crítica a los hechos, pero no una comprensión del fenómeno. Se condena, pero no se reflexiona sobre la educación y la escuela

Paya anclado en el olvido terminó siendo tendencia en las redes, gracias a la presunta ocurrencia de unos acontecimientos, a todas luces reprochables, por lo ignominioso del racismo. Como el viejo dicho Paya pasó del anonimato al desprestigio, sin merecerlo.

Los hechos serán materia de investigación, pero el fenómeno si requiere de una reflexión sobre la educación en nuestras escuelas que incluye los actores de la comunidad educativa. Por ello acudo al concepto de Adela Cortina sobre hospitalidad cosmopolita, utilizado para un mundo de refugiados que requiere la solidaridad y la comprensión, pero también aplicable a nuestra realidad de desplazados, forzados por las circunstancias a “vivir una cultura diferente” en territorios alejados de su terruño.

El escenario de los hechos es un municipio históricamente inmerso en los diversos conflictos violentos del país, agravado en los últimos años por su ubicación geográfica en el piedemonte llanero, escenario de confrontaciones de diversos grupos armados. El olvido se evidencia en el nivel de pobreza, según el censo 2018, las necesidades básicas insatisfechas (NBI) registran el 59,39% y el 31,97% de sus habitantes, en pleno siglo XXI, viven en la miseria. Es el segundo municipio más pobre de Boyacá. La pobreza no justifica los actos de racismo, pero si contextualiza el problema.

Educar para un país con 8.352.320 de desplazados, 1,188.128 víctimas pertenecientes a población negra o afrocolombiana o 293.035 indígenas (cifras corte 31/10/2022) o a los 2,5 millones de inmigrantes venezolanos, es un desafió a la educación y especialmente para escuelas en territorios donde convergen las vulnerabilidades. Bajo este escenario la educación es un acto de hospitalidad, donde debe darse “buena acogida y recibimiento a quien es extranjero o visitante”, como define hospitalidad el diccionario de la real academia española. Es acoger solidariamente a quien marchó de su tierra en la búsqueda de oportunidades o huyendo de la guerra, el hambre, la miseria, lo cual convierte al país es un lugar de extranjeros bajo sus mismas fronteras. Es el negro, es el blanco, es el indígena, es el extranjero, es el pobre es el desarraigado en general, quien requiere la hospitalidad y el escenario por antonomasia es la escuela.

Ello implica que la comunidad educativa: docentes, funcionarios, estudiantes y padres de familia, deben ser los actores de la tolerancia, el respeto a la diferencia y no los instigadores del odio. Es una escuela signada por la solidaridad, donde los docentes lideren con su ejemplo el respeto a la diversidad y por favor con su actitud no contribuyan a fomentar la aporofobia, es decir en términos de Adela cortina el “rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio”.
Es una educación que acoja al visitante en un país de desarraigados, es alteridad de donde emerge el accionar ético, es una lucha frontal contra la indolencia, es un mensaje de rechazo a quienes promueven en sus hijos el racismo, como la letra de la canción de Rubén Blades “diciendo a su hijo de cinco años, no juegues con niños de color extraño”. Es una escuela que, desde el olvido y la pobreza del territorio, promueva sueños, proyectos, oportunidades, capacidades para enfrentar colectivamente la dureza de la realidad, en general, una escuela que abra las puertas a la esperanza de los menos favorecidos.

Indignación sí, pero no aquella que la memoria se lleva en pocos días. Responsables si, pero no en el matoneo mediático. Manifestaciones de rechazo sí, pero donde se promueva el debate y la reflexión sobre el contexto donde se edifica el racismo y la exclusión. Repudiar los hechos sí, pero no estigmatizar, máxime cuando los que señalan son las propias autoridades regionales también responsables. Aquí el problema no está en Paya, es de un modelo educativo inmerso en contextos complejos.

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