Oración solemne por la paz de Colombia

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Por | Christian Miguel Jaimes Villalobos / Abogado y escritor

Es una tarde de jueves cualquiera, acompañado como me encuentro de la música del admirable maestro de Bonn, bajo la batuta de mi tocayo, el director de orquesta alemán Christian Thielemann; su rostro parco y el movimiento categórico de sus manos grandes dirigen en esta oportunidad al coro y la orquesta que interpretan la Misa Solemne del inigualable Ludwig von Beethoven. Al igual que la coral de la novena sinfonía esta obra evoca majestuosamente, con matices y colores celestiales, la hermandad y la paz.    

La buena música sirve para afinar el oído y también parte del alma, además de acompañar importantes y solemnes actos como fue la proclamación de la Constitución Política de 1991; en tal oportunidad se escuchó en coro tanto el Aleluya de Handel, como la proclama que al unísono pronunciaron los tres presidentes de la Asamblea Nacional Constituyente, a saber, Álvaro Gómez Hurtado, Horacio Serpa Uribe, y el único que aún vive de ellos, Antonio Navarro Wolff, quien es ingeniero sanitario de profesión, político por vocación, así como desmovilizado y resocializado ex integrante de la guerrilla del M-19.

En política también sucede lo que anuncia el evangelio en cuanto a que uno es el que siembra y otro es el que recoge, puesto que las aproximaciones a un acuerdo de paz entre el Gobierno Nacional y el M-19 que se adelantaron durante el Gobierno de Belisario Betancur Cuartas, en el cual transcurrieron lamentables y aberrantes tropiezos como la matanza que acaeció en el Palacio de Justicia de Bogotá, sólo desembocaron en un acuerdo concreto durante la Presidencia del cucuteño y liberal Virgilio Barco Vargas, con la ayuda del equipo de negociadores que lideró el economista Rafael Pardo Rueda.

El acuerdo fue firmado por el máximo líder del M-19, Carlos Pizarro Leongómez, quien posteriormente fue acribillado cobardemente; Antonio Navarro vio a Pizarro en sus últimos momentos de agonía cuando entró al hospital con tres heridas de bala en la cabeza, sin embargo, decidió que no habría ningún acto de venganza y que el que toma el arado no debe mirar hacia atrás para poder sembrar y luego cosechar los frutos. Así las cosas, el M-19 no volvió a las armas y transformado en la Alianza Democrática M-19 se dedicó a hacer política, con lo cual se promovió junto con otras circunstancias el tránsito histórico hacia la joven constitución que nos rige actualmente.

Las puertas del sistema político se dieron a la apertura para que aquellos que fueron excluidos de la cosa pública tuviesen no solo representación sino participación; así entro a la vida pública el M-19, cuyo ejemplo tardaron en seguir otros grupos guerrilleros, como las FARC. Este grupo subversivo, según Navarro Wolff[i], era empujado por muchos actores políticos a negociar la paz, pero se resistió probablemente por el fundamentalismo del marxismo-leninismo; de lo que se infiere que por ello, sumado a los actos narcoterroristas que también sufrió la población civil, perdió la invaluable legitimidad popular, como lo demostraron los resultados del plebiscito por la paz que promovió Juan Manuel Santos.

La paz y la guerra son dos caras de una misma moneda, por lo que también se hace la guerra cuando es legítima, y ésta es una de las causas más costosas y dolorosas que conduce al deseo y la probable materialización de la paz. Por ello, sólo hasta que a la guerrilla nacida en Marquetalia le sobrevinieron los embates contundentes de la guerra que durante ocho años tuvo por Comandante en Jefe a un paisa de mano firme y corazón grande, “la Farc”, como éste las llamaba, posteriormente lograron negociar con el Presidente “Juanma” y así una parte de sus integrantes dejaron las armas para convertirse supuestamente en La Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común.

Se reconocen los aciertos, todavía políticamente redituables, pero nadie hace apología de los errores cometidos por un mandatario de Estado y mucho menos el autor de estas líneas, pues solamente Jesús de Nazaret es abogado de los que se sabe son culpables y de ñapa los llama al arrepentimiento; veamos como en el Perú el ex Presidente Alberto Fujimori fue condenado penalmente por ser el máximo respondiente, puesto que las políticas contundentes de seguridad, si se desbocan, pueden generar graves traumatismos a los derechos humanos. Pero eso es allá, porque acá en Colombia el Ex Presidente por el que se despeluca Paloma Valencia es técnicamente intocable, pues bien sabe hacer sus maniobras para evadir la justicia.

Retrotrayendo un poco, durante los gobiernos posteriores a la Constitución referenciada hubo Presidentes de la República de casa liberal y otros de casa conservadora, pero no había tenido oportunidad alguien que fuese ex integrante de la Alianza Democrática M-19, como para completar la triada de partidos que auspiciaron el gran dialogo constituyente; de los ex Presidentes de la Asamblea Nacional Constituyente ninguno logró alcanzar el solio de Bolívar, pero precisamente se dio tal oportunidad con el actual Jefe de Estado, Jefe de Gobierno, Suprema Autoridad Administrativa y Comandante Supremo de la Fuerza Pública, quien además es ex Alcalde de Bogotá y economista de la Universidad Externado de Colombia.

Mencionar a tal personaje llamado Gustavo Petro Urrego, o “Petrosky” para romper el hielo, produce de inmediato que muchas personas se persignen, porque sabrá Dios si nuestro país va a volverse castro-chavista como lo afirman los uribistas, o si vamos a terminar con una inflación por los cielos como sucedió en Chile bajo el gobierno democrático del médico marxista Salvador Allende. El Estado al servicio de los menos favorecidos es una de las consignas de los partidos de izquierda, y aunque la izquierda tiene muchos aspectos cuestionables, a priori si encuentro razonables ciertas aproximaciones de la llamada justicia social, de la cual también se apersonaron en algunos periodos los partidos tradicionales, puesto que el facilitar ciertas condiciones que permitan superar la pobreza puede propiciar la materialización de la paz.

Se dice en algunos sectores con desprecio que a Colombia la gobierna “un guerrillero”, por lo que sostengo en contraposición que es un desmovilizado puesto el movimiento en rebelión al que pertenecía hizo la paz con el Estado, además de que es resocializado porque salió de prisión no a seguir alzado en armas o a realizar otras conductas delictivas, sino a hacer política, con el objetivo de llevar a la práctica las florecientes posibilidades que ofreció entonces la Constitución de 1991 para renovar la política. Se puede discrepar de las políticas del actual Gobierno Nacional sin necesidad de descalificar o hurgar en una de las llagas más dolorosas de nuestra nación, como es la de la violencia política.  

“La Constitución hará el bien como lo dicta; pero si en la obediencia se encuentra el mal, el mal será”[ii], dictaminó con elocuencia hace dos siglos uno de los padres fundadores de la primigenia República de Colombia[iii]. Desde entonces ha transcurrido bastante historia y será nada menos que la historia la que juzgue o absuelva al primer Presidente de la contemporánea República de Colombia que tomó posesión del cargo mientras empuñaba la victoriosa e infatigable espada de Bolívar, cuyo legado libertario y republicano convoca a la unidad de la nación.

Compatriotas, sin distinción de los partidos políticos o cualquier otra situación que nos diferencie a unos de otros, oremos por la inefable paz que es tan necesaria en nuestros corazones, la cual solo Cristo sabe proporcionar tanto a nosotros como a los alzados en armas.

¡Dios bendiga y salve a Colombia!


[i] Navarro Wolf, Antonio. (2021). Una asamblea que transformó el país. Intermedio Editores. 

[ii] Fragmento del discurso pronunciado por el General Francisco de Paula Santander en el Congreso de Cúcuta de 1821.

[iii] La llamada Gran Colombia, que reunió en una república unitaria a la Nueva Granada, Venezuela y Ecuador.

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