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Por | Silvio E. Avendaño C.

La información, manipulada o no, fluye por el grifo de la radio, se desliza por la T.V,  se plasma en la prensa, se baja de internet. Nunca habíamos estado tan informados: Vietnam, Golpe en Chile, Caída del Muro. Guerra de Irak, Torres Gemelas, Guerras sofisticadas, Narcotráfico y  despreocupación por el negocio creciente de las armas. Los robos y asaltos se filman con cámara de vigilancia,  de poca calidad, en supermercados y cafés. A la salida del estadio hay bronca. En la orilla del mundo cercano, en la calle, los andenes cuarteados, orificios quiebrapatas… Autos veloces… tanta prisa para llegar al trancón. Las motos con su ruido ensordecedor por el pavimento como si fuera una autopista. Y, el de la bicicleta trata de esquivar el smog. En la cafetería: “Este lugar está libre de humo.” El centro de la ciudad invadido por los negocios callejeros. Ofertas del caucho para la olla de presión, el veneno para las cucarachas, el terror de los zancudos. Y cada día más información sobre el horror, de tal modo que, las historias de vampiros, las películas de los asesinos no asustan, mientras la culpable indiferencia permite una vida tranquila.

Pero hay escapes. La publicidad ofrece otro mundo. La exquisita estética, el paraíso terrenal, a la vuelta de la esquina de la tarjeta de crédito. El afiche plasma en el cerebro la imagen de las islas paradisíacas. El viaje en un crucero lleva a la huida de la fealdad cotidiana, con imágenes de hombres y mujeres hermosas. Es como un placebo la eficacia de los anuncios en sus distintos sabores, aromas y gama de colores. El mundo, lo que ocurre no es preocupante ya que se puede viajar a las playas, a lugares donde supuestamente no se respira la atmósfera violenta. Además, basta adquirir las marcas reconocidas, esas que se lucen en la camiseta, en los zapatos, a la altura del cinturón. Y la publicidad establece la lejanía  del mundo asqueado. Las imágenes que se ofrecen en las propagandas tienen el aire de un centro comercial. Es posible que desaparezca la sensación del fracaso cuando se lee la información del novísimo producto que desborda la placidez. Tal vez los sentidos son los engañados para percibir la realidad que ofrece la publicidad. Quizá lo que se hace más evidente es que ante  la realidad hay recurrir a los trucos promocionales para incentivar los negocios. Basta con mirar las marcas adecuadas. Pero crece el sentimiento de la humillación cuando se comprende que todo eso no es alcanzable pues no se tienen los medios para esa maravilla. La imagen de la utopía, para no sentirse humillado, se conforma al ser seducido por la compra de un helado, claro que haciendo cola. Son tantos los deslumbrantes sabores y aromas que hay que esperar, mientras la activa vendedora remueve la cuchara en la heladera.

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