No quiero un periodismo OVNI

Imagen de ´Hands off my tags!´, Michael Gaida en Pixabay.
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¿Por qué el periodismo OVNI (objetivo, veraz, neutral e imparcial) no existe? ¿Por qué sería deseable que tal cosa jamás existiera? ¿Qué nos queda entonces? Filosofemos.

Por | Mateo Eduardo López Ramírez

No es mi intención de ninguna manera que este artículo sea provocativo, ‘incendiario’, ofensivo o pretencioso. Lo que hoy vengo a comunicar es algo que, desde lo más profundo de mi ser, me parece que es fundamental e importante tratar y debatir.

Hace ya un tiempo vi una publicación en otro periódico (me reservaré mencionar cuál), con un título que me llamó de inmediato la atención. Por el mismo y el lead daba la impresión de ser una columna de opinión en la que se instaba a volver a los orígenes del periodismo, a recordar que nuestra profesión es informar y decir la verdad, sin importar creencias, opiniones o sesgos de ningún tipo. Desafortunadamente dicha columna de opinión era contenido restringido para personas suscritas a dicho medio.

Sin criticar las suscripciones y pagos a los medios (pues estos también deben vivir de algo y recibir ingresos), sí me pareció algo desatinado que un contenido tan importante, interesante y fundamental estuviera restringido a solo las personas que tienen dicha suscripción y que, asumo, de todas ellas pocas estarán interesadas en leer dicho artículo. Pero de ahí surgió la idea de escribir este texto y darlo a conocer sin ningún tipo de restricción a todo aquel que desee leerlo.

Lo que vengo a decir hoy es posible que ‘le choque’ a muchas personas, tal y como me ocurrió a mí hace varios años ya. Pero, a todo lector o lectora, quiero pedirle que tenga paciencia, la mente abierta y llegue al final del texto. Sin más preámbulo, acá va: no quiero un periodismo OVNI Y… ¿Qué es OVNI? ¿Un ‘Objeto Volador No Identificado’? Pues… Sí y no. En este caso, OVNI es la sigla de “Objetividad, Veracidad, Neutralidad e Imparcialidad”.

He ahí el punto: el periodismo Objetivo, Veraz, Neutral e Imparcial no existe (al igual que un OVNI). Y, definitivamente, no quiero que el periodismo se catalogue con esas cuatro letras.

Todo comenzó en segundo semestre del año 2019, en una clase universitaria. El profesor de dicha asignatura es un hombre a quien admiro y respeto muchísimo. Me llevo muy bien con él. Es alguien sabio, inteligente y amable, siempre con la mente abierta, una broma desternillante a punto en los labios y, por encima de todo, poseedor de un gran conocimiento, el cual gusta de compartir con todos. Su nombre es Jaime Alberto Pulido Ochoa.

Como dije, me llevo de maravilla con él, y todo comenzó en una clase con esa declaración que, a primera vista, parece muy arbitraria, fuera de lugar. El periodismo OVNI no existe. Es algo imposible. Y sí, me chocó bastante en su momento, pero ahora creo que él no pudo haber empezado la clase de mejor manera, especialmente teniendo en cuenta que la misma constaba de contenidos filosóficos y epistemológicos. ¿Por qué el periodismo OVNI (objetivo veraz, neutral e imparcial) no existe? ¿Por qué sería deseable que tal cosa jamás existiera? ¿Qué nos queda, entonces? Filosofemos.

Objetividad

El Diccionario Panhispánico de la Real Academia Española define esta palabra de la siguiente manera: “Principio complementario al de imparcialidad que exige actuar atendiendo a criterios objetivos, es decir, relacionados con el objeto sometido a consideración y nunca con los sujetos interesados ni con el sentir personal de quien actúa.” Creo que todos conocemos esa palabra por dicha definición, solo que más sucinta. La objetividad es ver las cosas tal cual son, sin alterar nada, sin cambiar nada, que permanezcan total y absolutamente inmutables.

¿Pero será? ¿Será que es algo posible? O, incluso, ¿será que es algo deseable en el periodismo? El Diccionario de la RAE (el oficial) define esta palabra de una manera muy escueta: “Cualidad de objetivo.” Quizá ‘cualidad de objeto’ le quedaría mejor, pues si nos remitimos al origen mismo de la palabra, la objetividad no es más que el objeto en sí, sin nada que lo altere por fuera. Ergo, la objetividad periodística debe respetar al objeto y nada más que al objeto.

¿Y cómo hacemos eso? ¿Cómo somos objetivos? ¿Bajo qué estándares somos objetivos? Hay cosas que no podemos negar ni cambiar. Si, por ejemplo, en una noticia se cubre un asesinato en el que la víctima fue apuñalada dieciocho veces, pues lo objetivo sería decir que recibió dieciocho puñaladas, ¿no? Es lo que pasó, es la realidad y es inalterable. ¡Uy, no!, porque entonces estaremos cayendo en un vicio periodístico llamado sensacionalismo. “Amarillismo” es otro nombre por el cual se le conoce.

Podríamos entonces simplemente decir ‘la víctima recibió múltiples heridas de arma cortopunzante’ y quizá estaría bien, pero habría un fallo en esta solución: se estaría minimizando el hecho. No se estaría contando como realmente ocurrió, la opinión pública se deformaría y las audiencias tendrían una imagen equivocada de la realidad. Sería el equivalente a un eufemismo, a decir ‘sí, bueno, fue grave pero no tangrave’. ¿Qué hacemos entonces? ¿Respetamos al objeto mismo? ¿O que prime la ética?

“Objetivo” es, por ejemplo, los datos que podemos confirmar de una fuente (nombre, edad, procedencia, estatura…), el escenario en el que ocurre (calle tal, del barrio tal, de la ciudad tal…) o la manera en la que está escrita una noticia (tipografía, tamaño de fuente, número de párrafos, número de fotografías…). Todas esas con cosas que podemos medir y calcular con estándares fijos, matemáticos incluso. Pero ¿y desde la ética? ¿Cómo nos aseguramos que el periodismo sea objetivamente ético?

No podemos. La objetividad desaparece desde el punto en el que no podemos analizar todas las situaciones ni todas las noticias bajo una misma lente. No podemos comparar una crónica con una noticia de farándula, pues son dos cosas completamente distintas. No podemos esperar que los medios digitales cumplan con los mismos estándares y reglas del periodismo escrito, pues no es lo mismo escribir para un diario que para un portal web. Y pocos oficios hay más humanos que el periodismo. ¿Cómo nos aseguramos entonces que un periodista, que antes de cualquier cosa es humano, también sea objetivo? ¿Cuál es el estándar para ello?

Veracidad

Un hombre muy sabio dijo una vez “solo sé que nada sé”. Con esto no quería decir que fuera un ignorante sino que, mientras más estudiaba, mientras más leía, mientras más analizaba el mundo en el que se encontraba y, por ende, mientras más conocimientos adquiría, más se daba cuenta de lo mucho que en realidad desconocía, de lo enorme que era el Universo y de que solo podía estar seguro de una cosa: él sabía que no sabía nada. El nombre de este sabio era Sócrates.

Vivimos en un mundo lleno de post-modernismo, donde cada quien cree haber hallado la verdad de verdades, la certeza universal de creer que está en lo cierto. Pero, como el mismo profesor Jaime solía decir, “hay tres verdades en este mundo: tú verdad, mí verdad y LA verdad”. Partimos de una premisa extraña de creer que todos dicen la verdad, lo cual es una falacia. Es muy parecido a la Paradoja de Epiménides. Epiménides, sabio y poeta griego, supuestamente dijo en cierta ocasión “Todos los cretenses son unos mentirosos”. El problema reside en que el poeta también era cretense. Por tanto, ¿decía la verdad? ¿Mentía? ¿Una mezcla de ambas cosas?

La veracidad en el periodismo es virtualmente imposible. Nunca podremos estar completamente seguros de algo. Hay cosas que podemos comprobar y que resulta necio negar: el agua moja, el fuego quema, el Sol calienta, la fuerza de gravedad nos ancla a este planeta… Pero eso que nosotros solemos llamar ‘verdad’ muchas veces es esquivo y difuso. Y sí, el trabajo de los periodistas es el de estar del lado de la verdad, pero no hay que olvidar que hay tres verdades en este mundo.

Un ejemplo que suelo poner es el ‘dilema del prisionero inocente’. Ya saben, aquella persona que es encarcelada por un crimen que, en realidad, nunca cometió. Y esto no me lo invento: casos de la vida real ha habido (y no pocos) en los que toda la evidencia y todos los testimonios apuntan a alguien quien, al final de la historia, resultó ser inocente. ¿Qué pasa entonces con esas supuestas pruebas que lo acusaban de manera tajante? ¿No debería una prueba ser puesta a prueba? ¿Y qué ocurre si la prueba no pasa la prueba?

Mientras más analizamos, mientras más filosofamos e interpretamos, la línea que separa LA verdad de MÍ verdad se hace cada vez más difusa y difícil de definir. Es inevitable que, todo cuanto un periodista escriba o hable frente a una cámara, no sea más una pequeña fracción de la realidad, una interpretación que él y solo él hace de los hechos. Y eso nos lleva al siguiente punto.

Neutralidad

¿Quién no conoce esta premisa, pilar fundamental del periodismo? La labor de los periodistas y los comunicadores es informar sin perjudicar ni beneficiar a nadie. Siempre hay que mantener una posición neutra, en la que el periodista no imprima absolutamente nada de sí mismo y no favorezca a ningún bando, mucho menos en temas de política, sociedad o religión. Y se oye muy noble y muy idealista… Pero no es posible. No es posible porque los periodistas, antes que cualquier otra cosa, somos seres humanos. Y. como seres humanos, tenemos todo un bagaje, toda una serie de experiencias acumuladas, de factores intrínsecos y extrínsecos que nos han hecho lo que somos hoy. Me dirijo ahora mismo a ti, querido lector o lectora: si tú hubieras tenido mi vida, mi familia, mis experiencias, mis conocimientos y todos y cada uno de mis valores y defectos, ¿no serías idéntico a mí?

Somos diferentes, pues es lo que nos hace humanos, y esa diferencia implica toda una identidad que nos define como individuos. O, como escribió Michelle Foucault, “el individuo no es una entidad independiente, capturada por el ejercicio del poder. El individuo, con sus características, es el producto de una relación de poder ejercida sobre cuerpos, multiplicidades, movimientos, deseos y fuerzas”. Sí, como individuos somos lo que decidimos ser, pero también somos en lo que el resto del mundo nos moldea y nos insta a ser a través de las experiencias vividas.

¿Y pretendemos arrancar todo ese bagaje de humanidad de los periodistas solo porque son periodistas? ¿Cómo pensamos que un periodista ejercerá sus funciones desprendiéndose de lo que lo hace humano? La neutralidad, al igual que la objetividad, está muy bien para aspectos que podemos medir como la política: yo, Mateo López, tengo mis opiniones, sesgos y creencias, pero me las reservo y no las comparto para apelar al principio de neutralidad periodística.

Pero no puedo hacer lo mismo en otros aspectos. No puedo hacer lo mismo al escribir de tal o cual manera. No puedo ser neutral éticamente hablando. Mis experiencias me llevan a pensar de determinada manera, a creer en determinadas causas, a desarrollar mi propio estilo de escritura y periodismo. Quiero creer que la labor periodística debería ser más centrada en las personas, en el ser humano detrás de la fuente, y así es como escribo e investigo, y es esa impresión de mí mismo la cual dejo en cada publicación que hago. Mientras otros periodistas publican de forma constante, yo me tomo mi tiempo (a veces mucho tiempo, en realidad) pues prefiero la sustancia por encima de la cantidad.

Así soy yo, porque soy humano, y así son todos los periodistas, porque son humanos. Por supuesto que es fácil ver y criticar cuando un medio o un periodista está claramente sesgado, pero solo aplica en determinados temas muy concretos. La neutralidad absoluta es imposible de alcanzar en el periodismo, pues un ser humano siempre imprimirá sus huellas en todo aquello que haga o diga. Un solo punto, una sola coma, un solo adjetivo puede violar el principio de neutralidad. Y esto me lleva al apartado final.

Imparcialidad

¿Objetividad? No. ¿Veracidad? Tampoco. ¿Neutralidad? Nadita de nada. ¿Y qué hay de la imparcialidad? ¿Es posible alcanzarla? Aquí viene lo curioso, la posible excepción a la regla, pues desde la ética sí es posible y obligatorio ser imparcial (véase, no favorecer a ningún bando), pero desde el mismo uso del lenguaje y los tecnicismos periodísticos es una labor casi infructuosa. Se debe principalmente a factores de la propia labor periodística.

Muchas veces he visto en redes sociales comentarios estilo “periódico estúpido, cómo se nota que están sesgados” o “es que este pasquín incendiario está claramente parcializado”. Cuando leo cosas así me dan ganas de reír, pues muchas personas (perdón por la expresión) ‘del común’ que no han estudiado periodismo no saben que la gran mayoría de los medios tienen líneas editoriales, es decir, tanto su agenda mediática como sus publicaciones y el enfoque (los términos del oficio serían agenda setting y framing) siguen una línea determinada, la cual está alineada con el pensamiento político y social del medio mismo.

También hay que saber hacer distinciones. Veo continuamente que las personas critican a X medio, tildándolo de ‘derechista’ o ‘izquierdista’ por una columna de opinión publicada. Sí: por una columna de opinión la cual, para ser claro, lo que expone es la opinión individual, propia y personal del periodista, mas no el pensamiento colectivo del medio y el resto de sus integrantes. Es entendible que, con todo nuestro historial como sociedad, nos cueste tanto confiar en los medios y seamos reaccionarios ante cualquier cosa que malinterpretemos o que, estimemos, es incorrecta, al menos con nuestros estándares individuales.

Y, curiosamente, siento que la imparcialidad es el único objetivo periodístico que es medianamente alcanzable, al menos en cuanto a la ética y la filosofía periodística refiere, pero solo como un credo individual, como una acción de conciencia y reflexión que cada periodista debe hacer por su cuenta.

¿Qué nos queda entonces?

Después de las clases con el profesor Jaime, después de leer a Foucault y a Sartre, a Maquiavelo y a Kant, y después de entender que el mundo no es como debería ser pero tampoco debería ser como es, me pregunto ¿acaso, entonces, el periodismo ha muerto? ¿Todo lo que creí que el periodismo debía ser es imposible entonces? Un día obtuve mi respuesta: es lo que yo creo que debería ser, por tanto, es un ideal. Y en este mundo no hay nada ideal, por lo que es imposible un periodismo así.

Pero tampoco quiero que el periodismo sea un OVNI, puesto que para una labor así deberíamos dejar de lado nuestra humanidad misma, lo que nos hace miembros de una tribu, una cultura, una sociedad. Deberíamos volvernos autómatas. Un autómata no hace distinciones entre lo correcto y lo incorrecto, solo toma la decisión más lógica. Y un autómata es programable y reprogramable. Si ya nos quejamos de la terrible e inmunda plaga de la corrupción, ¿se imaginan ustedes si los corruptos tuvieran todo un ejército de periodistas autómatas trabajando para ellos? “Un Mundo Feliz” y “1984” serían un parque infantil en comparación.

Y entonces, ¿qué nos queda?

Dudar. Eso nos queda. Dudar, como decía Descartes. Dudar de todos y de todo, excepto de que estamos dudando. Pero la duda metódica no se realiza solo por el hecho de dudar. Hay una diferencia entre la duda razonable y el escepticismo paranoico. Dudar, en este caso, implica entender que hay tres verdades en este mundo, que todo cuanto creemos conocer no es más que las distintas interpretaciones que le damos a un mismo acontecimiento. Implica que el público no confíe del todo en los medios, pero tampoco los desprecie. Implica que las personas deben opinar solo sobre aquello que conocen, y entender que no es vergüenza ni deshonra callar sobre lo desconocido. Implica aceptar que nuestros conocimientos son limitados y que no tenemos la verdad absoluta, por más que deseemos tenerla.

Dudar implica entender que nosotros, como periodistas, no tenemos la última palabra, puesto que nadie la tiene. Que nosotros no buscamos la verdad, sino que la fabricamos a raíz de nuestras interpretaciones. La labor periodística nunca termina: siempre está en constante cambio, evolución, actualización. Implica desechar las siglas OVNI porque no podemos alcanzarlas. No debemos hacerlo. Pero sí hay algo que tenemos y que nos garantizará el mejor ejercicio periodístico posible.

La ética, del griego ethos, es el estudio de los comportamientos morales, de lo que es correcto y lo que no. Y esa es la palabra clave, el elemento que hará del periodismo la mejor versión de sí mismo. La ética nos llevará a ser buenos seres humanos y, por extensión, grandes periodistas. Los periodistas debemos desarrollar nuestro propio código ético, pues pocas cosas hay con más influencia que los medios en la actualidad, hasta tal punto que nosotros somos llamados ‘el cuarto poder’. Y, como dice una frase muy conocida en la cultura pop, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

No podemos ver al objeto en sí mismo sin analizarlo, la verdad es lo más difícil de hallar que existe, para ser neutrales debemos abandonar nuestra humanidad y la imparcialidad… Bueno, quizá sí sea posible ser imparcial, pero no quiere decir que sea una labor fácil. Quiero creer, sin embargo, que mi alternativa es mejor. No existe un periodismo OVNI, y no quiero que exista. Lo que quiero es un ejercicio ético y consciente de lo que es el periodismo. Quiero que se tengan en cuenta todas las implicaciones filosóficas que he detallado aquí (y muchas otras que dejo por fuera) al momento de ejercer el periodismo.

Solo así podremos ejercer un periodismo de verdad.

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