Medicinas invisibles que desnudan la lucha de clases contra el Covid19

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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez 

Manuel Restrepo | DDHH

En la formación científica del médico su aprendizaje sobre la ética y la verdad son fundamentales. De ellas emana su reputación y prestigio, además reflejan la relación entre el pensamiento y saber del médico con la realidad y el contexto concreto de la sociedad a la que sirve. El médico se mueve al mismo tiempo en los dos procesos más complejos, biológica, social y culturalmente, que son la vida y la muerte. A veces basta que el médico hable para que tristeza y abandono se conviertan en esperanza o ganas de luchar contra las embestidas del contagio, la desigualdad y la injusticia.

      La tradición de las culturas modernas(S. XVII) forjó la medicina basada en evidencias y diagnósticos, en tipos, patrones, conocimiento de fenómenos e interrelaciones complejas del método científico, organizadas y resumidas en una serie de normas y protocolos, que la distingue de los sistemas clásicos, aunque a veces corre el peligro de confundirse con una especie de moral. Es la que siguen los gobiernos y de la que se ocupan los medios, a la que entre precariedades acceden los pacientes de las capas medias de población, atendidos también a medias, igual que sus cuidadores, dado el déficit estructural de capacidades tecnológicas y de recursos económicos, ante la inexistencia de un sistema de salud pública, que existió pero fue transferido a inversionistas privados.

      El momento de pandemia exige agradecer a médicos, médicas y demás cuerpos de cuidado de la salud, por su defensa constante de la vida, sin siquiera herramientas adecuadas. Es la primera vez que todas las miradas se detienen en ellos, aunque siempre han estado ahí, defendiendo la vida del asedio de la muerte provocada por pestes, hombres y máquinas de guerra. Pero también la pandemia ha puesto al descubierto la existencia de múltiples medicinas iniciadas hace milenios, que llegan para juntarse, mezclarse, con el propósito de aliviar el sufrimiento. En la baja edad media, Hildegarda de Bingen, buscó en la música, la filosofía y la medicina basada en las plantas, la conexión entre el medio ambiente, el alma y el cuerpo y casi mil años después el Dr. Moscatti, el medico del amor y de los pobres, llamaba a defender la verdad y evitar el sufrimiento de los débiles e invitaba a sus colegas a no sólo ocuparse del cuerpo, sino de las almas, con el consejo, y entrando en el espíritu, antes que con las frías prescripciones que hay que llevar al farmacéutico; de ellos hay huellas vigentes. 

     Contra la pandemia batallan en silencio esas otras muchas medicinas, que se mezclan y se complementan, unas que buscan la ciencia moderna, otras que le permiten a la gente aferrarse a  la fe o la esperanza en lo popular, lo ancestral o lo divino, tratando de evitar el mal u obtener la cura. Los pueblos de América son ricos en sincretismo a la hora de curar, sanar o reparar, fusionando religiones, mitos y tradiciones. Los relatos e historias son invaluables, como los de San Simón o Maximón (Guatemala), el santo que bebe y fuma, junta lo maya y lo católico, recibe a curanderos y atrae por su calidad de curación; o San Gregorio Hernández (Venezuela), el medico fantasma, al que se atribuye seguir salvando vidas. Chamanes, taitas, curanderos, replican el saber de las culturas precolombinas (Aztecas, Incas, Mayas, Muiscas) donde la medicina tenía carácter mágico y el médico era al mismo tiempo el Sacerdote o Jeque, que iniciaba su formación a los 10 años e incluía pasar de 4 a 6 años en un bohío con una comida al día, sin salir al sol, ni lavar su cuerpo (Zubiría R). 

     La medicina para la clase social alta, de ricos y poderosos, no tiene mínimas carencias, la otra de la clase marginada y excluida, expuesta y empobrecida, carece de todo, las dos tienen en común que poco se conoce, no se sabe dónde están ni cómo funcionan. Los pueblos indígenas en el mundo representan el 6% de la población y la mayoría está en extrema pobreza (OIT), y decenas de millones están en el destierro; y, de 7300 millones de habitantes, la mitad está marginada. En Colombia son 102 pueblos y cerca de 2 millones de indígenas (presidencia.gov) acorralados por el desprecio, sus líderes son perseguidos y asesinados en connivencias múltiples con el Estado, olvidados y penetradas sus culturas. En la misma condición, una persona de cada cuatro que habita en las ciudades es pobre y entre la población rural es peor. Más allá de las cifras, la realidad expone a la peste a inmensas mayorías de la población encerradas en cordones de miseria, tugurios, comunas, barriadas, nuevos Bronx, alcantarillas, barrios de invasión e incluso céntricas calles de informalidad convertidas en inquilinatos. Son mayorías invisibles, a las que no verán los medios ni alcanzará la medicina moderna, no cuentan en registros oficiales. ¿A quién acuden en la pandemia?, ¿al vecino, al viejo, a la receta o la formula extraída del saber popular de talismanes, cristales y colores que espantan lo malo o lo curan, o al saber ancestral indígena, hechicero o sacerdotal o a aguas, rezos y yerbas?

      La medicina moderna, desfinanciada, sin recursos para cuidar a los cuidadores, ni atender a los pacientes, está atrapada socialmente, desahuciada económicamente y cuestionada culturalmente, como lo está también la sociedad toda a merced de la verdad que imponga el discurso hegemónico que se proclama equivalente de la misma realidad para descalificar lo demás como ceguera o mentira. No hay cabida para discutir razonamientos sobre nada inteligible, por reducción e imposibilidad de dialogo entre diferencias. La pandemia existe, parece aliada del autoritarismo, del clientelismo y de los sistemas de corrupción; le sirve de excusa a los fascistas, acallar, amordazar y cerrar las puertas a la agenda de la paz y su implementación, para que continúe la barbarie y se ahuyente a la débil democracia. A cambio ha desnudado las distorsiones de la sociedad injusta y desigual, basada en la explotación y dominación de clase que parecía ideal y exitosa. “Lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo difícil, pero también lo esencial, es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento” (E. Zuleta) P.D. Bienvenidos los 46 nuevos médicos y médicas que graduó anticipadamente la UPTC; valga recordar que la primera mujer graduada de médica en la U.N., en 1945, nació en Duitama Boyacá: Inés Ochoa Pérez.    

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1 COMENTARIO

  1. La entidades IPS y EPS por Ley deberian estar asignadas solo para profesionales de la salud.
    De esa forma un Administrador de Empresas o un economista que no tiene vocacion de ayudar a la salud sino de ahorrar el dinero de la salud no podría ser ni gerente de un Hospital ni dueño de una EPS o una IPS.

    De la misma forma los colegios y Universidades, no deberían estar gerenciados ni ser dueños otras profesiones distintas a las de la docencia.

    De esa forma no se juega ni con la Salud ni con la Educación de los Colombianos y se le entrega a cada profesión el destino de su profesión.

    Zapatero a sus zapatos.

    Porque en Colombia, los dueños de la Salud y la Educación, son agiotistas y usureros que no invierten ni en salud ni en Educación y terminan explotando y esclavizando a los médicos enfermeras y a los docentes y dando una mala calidad en el servicio de salud y educación.

    De la misma forma todas las profesiones respetan el trabajo de todas las demás y se disminuye el desempleo y se aumenta la calidad del servicio que se presta.

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