Los venidos a más serán siempre los piratas de la historia

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El cruel espectáculo de los plebeyos de cuello blanco, que siempre arrastrarán con sus propias secuelas y complejos de grandeza y señorío.

Hay estirpes de estirpes en este mundo mal poseído y manejado por plebeyos. La humanidad, de “políticas de espectáculo”, suele permanecer embobada y hasta por largas horas, cada que tiene la oportunidad de observar, por ejemplo, una manifestación de rigurosidad religiosa o de carácter puramente monárquico; descubre así cómo son los personajes de corte.

El matrimonio, por ejemplo, de un príncipe, permite tener una idea de lo que significa la estirpe de monarquía: reconocida universalmente, venerada, respetada en forma absoluta, defendida incluso por los plebeyos.

Aquello, más parece el culto a la grandeza y a la majestuosidad, en una ceremonia que cuenta con la presencia de personajes venidos a más, adaptados como sociedad de nuestros pueblos para posar de hombres de finezas, en medio de las más elocuentes expresiones de rigor, propias de la realeza.

Existen otras estirpes, igualmente de pureza de sangre, con sus formas de hermetismo, con lo sagrado de sus costumbres y tradiciones, con sus rituales, viva expresión de su propia identidad. Sólo que sus templos no son lujosos palacios de esplendor arquitectónico, sino modestas chozas o bohíos.

El concepto de corte, no existe. Tampoco el título de rey, de monarca. Nada entonces, de principados. Aunque sí se consideran y lo son: pueblos de estirpe. Que vayan con la “pata al suelo” y se hayan visto condenados a vivir muchas veces, en condiciones infrahumanas, ya será asunto de arbitrariedades, de atropellos, de injusticias, de los plebeyos, llegados a más, que son los que aparecen posando de civilizados y que al manejar estados y gobiernos, son los bárbaros de la “democracia”, autores de las guerras y de las violencias.

Así de sencilla es la lectura acerca de los dos tipos de estirpes, en el mundo de nuestro tiempo. Como estirpes, observarán el cruel espectáculo de los plebeyos de cuello blanco, siempre arrastrando con su propias secuelas de mestizaje; siempre con sus complejos de grandeza y señorío; cuando no son más que híbrido, sin que filosofías y doctrinas de lo trascendente se alcancen a comprometer a tonarlos en seres confiables, porque así como han tenido libertadores, los han traicionado en sus conquistas y sueños, todo por la tendencia que los acompaña para terminar pareciéndose de algún modo, a sus propios amos, igualmente plebeyos y de rudeza en el alma.

En el fondo, nuestras sociedades de naciones desarrolladas y también de pueblos en vía de desarrollo, son las del gran disfraz, al no pertenecer ni a la estirpe de reyes, ni llevar en su sangre la esencia de unas culturas que son más de sublimación: propia de los “hermanos mayores” o indígenas que llamamos. Queramos o no, nos estirpe precisamente por no ser mestizaje, por no arrastrar con secuelas.

Por no tener este rango, los venimos a más, siempre figurarán como los piratas de la historia. Tanto, que han creado políticas y sistemas para arrebatar incluso los bienes, tesoros y recursos de las estirpes indefensas, que aún sobreviven en el planeta y que ven cada vez más perdidos sus derechos, todo por la acción nefasta o cruel de los emergentes que plagan el mundo.

Siempre es que no ser estirpe, ha traído sus implicaciones y complejos. Y no es para menos, en esto de clasificar a los hombres y a los pueblos, en su juego por pretender ser, lo que jamás serán, al aparecer como mezcolanzas de valores y antivalores, sin que en sus “civilizaciones”, haya claridad sobre lo uno y lo otro.

Esto no quiere decir que en todo este contexto de cizaña, creciendo e interfiriendo la vida, no hayan sectores humanos que son el gran resto al aparecer descontaminados, al no contemporizar con el narcisismo imperante; con los extraños especímenes, que van creando sus propias “cortes”, hasta para hacerse reconocer con los títulos que se han inventado en sus exclusivos clubes, para hacer de la academia, de la educación, la escuela formadora de esa gran herejía de la historia, llamada neoliberalismo; propia de hombres enfermos por su propio “yo” y todo lo que se pueda llegar a manipular y utilizar desde cualquier instancia de poder. Como en un injerto de su misma “educación”.

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