La Vuelta al Perro: de nuestros recuerdos

Foto | Hisrael Garzonroa
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Por | Javier Humberto Pereira Jáuregui

Ahora que tuve la oportunidad de leer la columna escrita por el periodista Indalecio Castellanos, en la revista Semana (13-08-17) intitulada “Una Tradición tunjana llamada “La vuelta al perro”, escrita con motivo de los 478 años de Fundación Hispánica, en la otrora ciudad de Hunza, tierra de los Muiscas, en la que hace un ameno recuento de esa tradición y de otras leyendas coloniales de la ciudad.

Aprovechemos esta ocasión, para reactualizar la inquietud que a todos los tunjanos de tantos siglos, siempre nos ha perseguido, de preguntarnos y preguntar, cuándo nació esa práctica social, de dar “La vuelta al perro” y a qué obedece ese nombre tan singular.

Debemos entonces comenzar por despejar el interrogante que llama nuestra atención de la frase “La vuelta al perro”, ¿de dónde sale? ¿Porque se llama así?

Algunos la explican comparándola con el símil que un perro para acostarse primero da un par de vueltas y que es por eso, que se le dio ese nombre pues, algunos tunjanos antes de irse a coger el “junco” daban varias vueltas al perro.

Pero tal explicación no satisface completamente el interrogante, ya que no resuelve aspectos tales como: los que dan vuelta al perro en horas matutinas, o al medio día, o en medio de la tarde, a ellos no se les puede aplicar el sentido, que después se van a pernoctar.

Para responder estos vacíos, me tome el trabajo de investigar y encontré con alborozo, que esta tradición no es exclusivamente tunjana, en Buenos Aires Argentina, también existe con su particularidad lo que ellos llaman “La vuelta del Perro”, que es un girar, en dar vueltas sin fin, en un cruce de dos calles que forman una cruz. Pero lo que es más valioso es la explicación que dan a por qué se denomina así:

“La vuelta al perro es una metáfora de lo que ocurre. El nombre alude al movimiento del perro para atrapar su cola. Es bien conocido que el perro gira sobre sí con un objetivo que nunca se cumple, pero que lo tiene atento solo al hecho mismo de lo que hace. La metáfora ayuda a nombrar, pero no se da tal cual en los hechos. El perro gira para atrapar su cola, pese a que nunca lo logra, ese es su objetivo final. En la vuelta dominguera el sentido mismo está en girar, en dar la vuelta sin fin. La vuelta así entendida, no tiene objeto final, porque justamente, la vuelta es el aliciente a la falta de metas que se produce los domingos.”

Mientras perviva esta tradición cultural de hacer del centro de la ciudad el corazón de nuestros reencuentros.

Como podemos entender, la explicación que dan es lógica, la hemos podido ver en programas de mascotas curiosas en el canal de Animal Planet, cuando los perros giran locamente para tratar de cogerse la cola, sin poder lograrlo. Pues ese es el sentido más creíble que da respuesta a la famosa frase “La vuelta al Perro” y es clara la semejanza, por más que damos vueltas y vueltas sin fin, nunca satisfacemos el deseo de seguirlo haciendo, se ha interiorizado en nosotros y es algo que nos sigue y seguirá llamando, mientras perviva esta tradición cultural de hacer del centro de la ciudad el corazón de nuestros reencuentros.

Vale la pena, entonces echar un atisbo en mis remembranzas para contar cómo vivimos en principio esa costumbre, sin parar mientes, es decir, continuamos las costumbres de nuestros mayores, como estos la recibieron de los suyos y así hasta tiempos inmemoriales; por ello, ya en los años 70s, hablábamos de esa costumbre, de ir a dar la vuelta al perro, que debe decirse en principio, no tiene un sentido definido, para comenzar a darla, pues bien puede emprenderse en sentido norte o sur, con giro en dirección occidental, es decir, desde la esquina de la pulmonía girando hacia el occidente, volteando hacia el sur en la esquina de la calle 19, siguiendo por toda la carrera 11, doblando a la izquierda por la calle 18 en sentido oriental, bajando por esta calle, hasta la esquina de la calle de los Balcones y enrumbándonos dirección norte a la esquina de la pulmonía o bien, en sentido contrario.

No sé hoy, cómo esta práctica se puede estar perdiendo, con tantos lugares como centros comerciales, especialmente para las nuevas generaciones, las añosas las seguimos conservando, de deambular sin prisa y sin pausa alrededor de esa manzana que constituye, en una u otra dirección “la vuelta al perro”; debe reiterarse por ejemplo, que nunca se estableció un código, que indicara cual es el orden que debe cumplirse para emprender la vuelta al perro, vale decir, un sentido único, a tal punto que verbo y gracia, la chica de nuestros quereres iba en un sentido, de inmediato uno tomaba el contrario para tener el pretexto de verla al cruzarse con ella y si la valentía alcanzaba poder cruzar unas palabras.

Pero es de advertirse, que no solamente esta práctica cotidiana tiene que ver con dar vueltas al perro, hasta cansarse “echando paja”, antes de irse a descansar, sino además tenía un significado para los jóvenes de aquellas calendas, no sé si lo tendrá para los de hoy, que consistía en poder vernos con las hermosas colegialas que al medio día o en la tarde, salían de los colegios del centro, como el Colegio de Boyacá y del Rosario o de otras instituciones de educación femenina, que también concurrían a esa “pasarela”, para antes de coger camino a sus hogares darse “una vuelta de popularidad” en la vuelta al perro, que no es otra que la manzana occidental de la plaza de Bolívar, que nos permitía socializar con el bello sexo, bien con miradas picaras o pudiendo dialogar algún momento con sus “tragas.

Ese valor agregado de lo sentimental fortaleció en nuestra época esa tradición de caminar en el costado occidental de la Plaza de Bolívar, adicionalmente durante más de 450 años, no habían otros escenarios cotidianos donde socializar con las jóvenes y he ahí la explicación que por muchas generaciones fue al calor de dicha caminata que los tunjanos nos conocimos, porque era la ruta más expedita en el que todos deambulábamos, bien por un motivo o por otro; era la pista obligada, la doble calzada de los peatones, que en horas determinadas hacíamos tan anhelada caminata, siempre nueva, por todas las variantes que podía adquirir: vueltas sin objetivo específico, vueltas para cumplir obligaciones, comerciales, laborales, bancarias, de tertulia, amorosas; en fin punto de encuentro obligado en una ciudad que estaba estancada en el tiempo, en la bucólica ciudad antigua y colonial.

Había tiempo para el goce y el esparcimiento al aire libre, no pegados de juegos electrónicos, de celulares, de ordenadores, ¡ ah…modernidad!

Desde luego no se puede desconocer, que también con los amigos de colegio, de tertulia y de barrio, se caminaba esta entrañable manzana, para hacer lo que ahora pudiéramos llamar, “terapia del lenguaje”  de cuántos temas concitarán nuestro interés y a veces se perdía la cuenta de cuántas veces habíamos hecho la vuelta al perro. Claro es explicable, no existían todavía, las innovaciones que ahora saturan el entretenimiento y la atención de los jóvenes de la actualidad. Dicho de otra manera, el tiempo iba a otro ritmo, había tiempo para el goce y el esparcimiento al aire libre, no pegados de juegos electrónicos, de celulares, de ordenadores, ¡ ah…modernidad!

Ojala, esta inveterada costumbre, que ha hecho ley, hasta el momento, no sea reemplazada irremediablemente por los corredores de los centros comerciales cerrados, que limitan la imaginación e impiden apreciar la hermosura de una de las plazas más bellas de América Latina, conservada en sus tres costados: Occidental, Norte y Oriental, casi intacta en su valor de patrimonio histórico inmueble; la pretensión de modernidad dio al traste con el costado sur desafortunadamente. Por ello valores culturales tan significativos en el discurrir de la cotidianidad ciudadana deben ser cuidados con el amor que nuestra ilustre ciudad merece.

Tunja, 16 de Agosto de 2017

 

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