La pata de mono

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En 1902 el escritor y humorista inglés W.W. Jacobs, publicó “La pata de mono”, cuento basado en la tradición oral en donde se recrea el antiguo anhelo del hombre de obtener fortuna a través de medios mágicos. La pata le concede a quien la encuentre tres deseos, que siempre se cumplen, pero que inevitablemente conducen al desastre.

En el cuento, una familia de obreros encuentra la pata y su primer deseo es el dinero. ¿Cuál más podría ser? Su hijo padece las consecuencias y los otros dos deseos se consumen tratando de corregir el primero, sin lograrlo.

Puede ser una pata de mono, el genio de la lámpara, o el diablo con quien se negocie: se sabe que en esos tratos no hay manera de ganar.

Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo hicieron una traducción de este relato para su “Antología de la literatura fantástica” (Sudamericana, 1965). Antes, en 1935, en una declaración a una revista argentina, Borges había mencionado a “La pata de mono” como uno de los cuentos más memorables que había leído.

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El Dr. Fausto, personaje histórico que vivió en Alemania hacia finales del siglo XV, se convirtió en leyenda y después en protagonista del arte, la literatura, la música y el cine. Este erudito alquimista, a pesar de contar con el respeto de sus contemporáneos estaba insatisfecho con su vida, por lo que hizo un trato con el diablo entregándole su alma a cambio de riqueza, juventud, conocimiento ilimitado, y placeres mundanos.

La saga de Fausto, al igual que el cuento de W.W. Jacobs, trata de la relación del hombre con su destino y la posibilidad de cambiarlo. ¿Qué es el destino? ¿Existe? Se trata, en todo caso, de intentar romper el equilibrio mediante artilugios con los que no cuentan los demás.

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           Conservo aún el recuerdo de un muchacho de unos trece años que vivía en una casa cercana a la mía, allá en mi pueblo. Yo era menor que él y lo envidiaba porque no iba al colegio. Había dejado de estudiar y pasaba los días sentado en la acera al frente de su casa, mirando hacia la torre de la iglesia, feliz. Años después lo volví a ver, ya veinteañero, estaba en una cantina y alardeaba con una pistola negra, pedía trago para todo el mundo, hacía que sonara una y otra vez “La banda del carro rojo”, y brindaba por su compadre Lino Quintana.

Nunca fuimos amigos, aunque cuando niños hablamos un par de veces y quizá jugamos una “calle”. Aclaro, por si acaso, que una “calle” es lo que se juega con un trompo. Ese día en la cantina me miró, y por un instante sus ojos fueron los mismos de diez años atrás. Después se casó con una de las muchachas más lindas del pueblo y se fue a recorrer el mundo. Cuando lo mataron no había cumplido treinta y cinco años.

Aquí, y en casos similares, mi paisano le hizo el quite a la pobreza, halló la fortuna y pagó un alto precio por ella. Y es que el Dr. Fausto es un eterno inconforme, lo ha tenido todo y sin embargo va de aquí para allá buscando nuevos apetitos. Cuando el equilibrio se rompe, el diablo hace su negocio.

En el cuento W.W. Jacobs uno de los que encontraron la momificada pata de mono pidió como último deseo su propia muerte. No hay que olvidar, sin embargo, que a veces la condena es la vida misma. Sé de un octogenario que recorre las calles de Tunja, alma en pena que todavía intenta ser lo que nunca fue.

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“El gesto de la muerte”, es un cuento popular del cual existen diferentes versiones, esta es la de Jean Cocteau que hace parte de la ya citada “Antología de la literatura fantástica”. Lo incluyo aquí para recordar que en donde uno esté, y a donde vaya, ahí está su destino. Dice:

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

              —¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
                 El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
                 —Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
                —No fue un gesto de amenaza —le responde— sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

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Carlos Castillo Quintero
Escritor

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