La pandemia

Foto: Hisrael Garzonroa - EL DIARIO
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Por: Silvio E. Avendaño C.

El lenguaje pierde energía, aunque se recargue el celular, pues antes hombres y mujeres escribían cartas que hacían posible la fantasía. En el respaldo de las postales con letras manuscritas, dejaban ver los secretos del alma.

Hoy, por las calles transitan veloces autos, camiones atronadores y tractomulas prehistóricas envenenando el aire. En las calles, uno que otro caballo desmirriado tira la carreta de los pobres, que recogen cartones, deshechos, frascos y plásticos. La religión, como la transfiguración del hombre viejo en el hombre nuevo, cede el paso al diezmo ambicioso de los pastores.

Desde abajo, la ignorancia mira la estatua del héroe, desconoce el sufrimiento y la dificultad del asunto. Cuestión curiosa, la cultura no busca el viaje alrededor de sí mismo sino la distracción, el entretenimiento, no el anhelo de un mundo bueno y perfecto, la gran esperanza del hombre.

Las artes perdieron la belleza por ese afán de encarnar lo novedoso, basta ver que los artistas firman un orinal que se vende por no sé cuántos miles. A la historia como maestra de la vida se le condena pues se tiene como lema que la esencia del hombre es el olvido, que no se necesita la memoria, que para qué soñamos en un mejor futuro.

Por los media se difunden las fake news –noticias falsas- que buscan establecer la postverdad para que no exista el debate. La poca democracia que se predica es engatusada por el contínuo fraude, entre bambalinas, en los procesos electorales con cemento, teja, ladrillos y billetes.

La ciencia, el último paso del desarrollo del hombre, considerada como el logro máximo se desconoce. En lugar de ello desde los estrados políticos se le niega, se le condena, se la esconde, se llega a disfrazar el asunto con el cuento que una cosa es el conocimiento y otra cosa los valores.

De pequeños se nos decía que Dios estaba en todas partes con oído y ojos que todo lo captaba, pero hoy se espía, se hurga, se esculca. La vigilancia se ejerce día y noche sobre los periodistas porque develan, descubren, abren los odres de falacias y de engaños. Si se mira hacia el futuro de los niños y el ideal: “Tienes que crecer, estudiar, conseguir un trabajo y ser feliz”, bien puede pensarse que se trata de una broma, por no decir que una ironía. Y. sorprende la facilidad con que se culpa a los animales, como es el caso del pangolín y los murciélagos. A estos mamíferos que viven en comunidad, que son solidarios, se les atribuye que ellos portan el COVID-19. Se les culpa de la pandemia, cuando vale preguntarse si el origen del asunto no es lo que está ocurriendo con el cuerpo inorgánico del hombre, otras palabras, la naturaleza, que se destruye. Y, como se mira con la pupila del Tío Rico, todo se convierte en negocio, de tal modo y manera, que un derecho como la salud, solo puede tenerla quien pueda pagarla.

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