La era del antropoceno y los conflictos entre desarrollo, sostenibilidad y equidad

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Por | Flavio Pinto Siabatto / Físico, MSc energías renovables, PhD en economía (EUF Alemania). Profesor invitado de cambio climático y resiliencia, doctorado en modelado y gestión de políticas públicas, Universidad Jorge Tadeo Lozano

Este primer artículo introduce el contexto de retos decisivos que la humanidad enfrenta como consecuencia del antropoceno, así como una perspectiva de gestión –avanzada en la investigación en vulnerabilidad, cambio climático y desarrollo–. En el segundo artículo nos serviremos de dicha perspectiva para analizar el diseño y del modelo de negocio actuales de proyectos de energías renovables que se promueven en Tibasosa, Paipa y Sotaquirá. Este análisis nos dará elementos para proponer cambios de diseño y en el modelo de negocio, que aseguren nuestro desarrollo con sostenibilidad y equidad.

Antropoceno y conflictos

Figura 1 La foto del geólogo Korhan Erturaç, muestra dos capas estratigráficas, una del holoceno -a la altura del martillo- y una segunda del antropoceno. El holoceno duró unos 11 700 años. Tomado de Twitter.

En el curso de los últimos cincuenta años la Tierra se ha adentrado en la era del antropoceno, dejando atrás el holoceno, la era geológica estable que acogió el desarrollo de la civilización. Esta nueva era se define por la preponderancia de las actividades humanas como impulsoras del cambio del clima, de las dinámicas del sistema hidrológico, del paisaje y de los ecosistemas.

Las evidencias del antropoceno son variadas. Desde la segunda década del presente siglo la temperatura media de la superficie del planeta ha traspasado el extremo superior de la banda de temperatura del holoceno, y hoy alcanza 1,1 °C de calentamiento con respecto al promedio del período 1851-1900. La desestabilización del clima y la pérdida de la capacidad reguladora de los biomas por deforestación han alterado los ciclos hidrológicos. El antropoceno refleja nuestro estilo de vida: cuando en miles de años las excavaciones geológicas se encuentren con los estratos del antropoceno, aparecerá basura por todas partes. En Latinoamérica los ríos que quedan están contaminados, la deforestación es rampante, y múltiples especies se encuentran amenazadas.

Estos cambios se traducen en daños y pérdidas, producto de eventos extremos –sequías, inundaciones, olas de calor, tormentas– cuya frecuencia e intensidad irán en aumento. De modo que el antropoceno también se caracteriza por incertidumbres crecientes respecto de las dinámicas biofísicas y ambientales, y por los progresivos riesgos de daños y pérdidas. Como consecuencia, el antropoceno es una era de transición, que coloca a la humanidad frente a una encrucijada definitiva: transformación o colapso. En este artículo exploramos las claves de la gestión que nos permitirán enfrentar con éxito esta encrucijada.

Los impactos adversos del antropoceno no son sólo ambientales. El antropoceno también es delineado por un proceso de desarrollo económico insostenible, y conflictos sociales crecientes – enraizados en una altísima desigualdad en la distribución del ingreso–. En este artículo demostramos que la encrucijada definitiva en la que nos encontramos es resultado de un modelo institucional, de producción y distribución que genera conflictos entre el desarrollo, la sostenibilidad y la equidad. Nuestra supervivencia depende de manera crítica, del enfoque con que abordemos la gestión de estos conflictos.

Desarrollo, insostenibilidad e inequidad: el caso de Colombia

En el caso colombiano los conflictos entre desarrollo, sostenibilidad y equidad se originan en las actividades económicas del país. En  la figura 2 podemos reconocer en  las  matrices  de exportaciones e importaciones de Colombia durante 2019 que nuestra economía se basa en la extracción de recursos naturales –e.g. petróleo, carbón, oro, ferroaleaciones, …–, y en la producción de productos sin alto valor agregado como café, banano, azúcar en bruto, aceite de palma, flores, entre otros menores. El país exporta productos sin valor agregado que exacerban el cambio   climático. Así mismo, exportamos petróleo  crudo  e  importamos  petróleo  refinado.  Al comparar las dos matrices constatamos que son más los productos que importamos que aquellos que exportamos, que el monto de las importaciones supera las exportaciones, y que las importaciones incluyen alimentos básicos. Esto es, la economía colombiana no depende de la creación de valor en agricultura o industria, y el desarrollo económico del país se realiza a costa de la degradación del medio ambiente y de la afectación del sistema biofísico. La economía de Colombia exacerba los conflictos entre sostenibilidad y desarrollo porque se basa en la destrucción del medio natural.

Figura 2 Exportaciones (izquierda) e importaciones (derecha) de Colombia en el año 2019. Fuente: Observatorio de complejidad económica. https://oec.world/en/profile/country/col.

La economía también puede exacerbar los conflictos entre desarrollo y equidad. En Colombia, los conflictos sociales en aumento son también resultado de una estructura productiva raquítica –i.e. no diversificada y no  especializada. Naciones dependientes de las rentas minerales suelen padecer de  un fenómeno conocido como “la maldición de los recursos”, expresión acuñada por Jeffrey Sachs. En este grupo encontramos a Colombia, Venezuela, Perú, Brasil y Nicaragua, pero también a Nigeria, Indonesia o Malasia. El conflicto entre desarrollo y equidad en estos países se estructura en varios factores.

El desempleo es consecuencia del estado de desarrollo de la estructura productiva. Debido a que la explotación de recursos minerales no requiere de conocimientos sofisticados ni de actividades económicas especializadas que las soporte, los países con economías raquíticas no desarrollan sus estructuras de empleo. No puede haber empleo allí donde la economía no se ha diversificado. No puede haber empleo de calidad en economías que no han desarrollado cadenas de valor.

La inequidad también es consecuencia del desarrollo de las instituciones de un país. Esto sucede así porque las instituciones co-evolucionan con la economía. En países cuya economía se basa en la explotación de su base natural las instituciones se erigen en torno al control de unas pocas fuentes que generan grandes ingresos. En tales circunstancias, unos pocos grupos terminan controlando dichas rentas. Allí el Estado se convierte en un actor económico predominante, y el control social se ejerce a partir del poder de reparto del gobierno. En este contexto resulta comprensible la reproducción de mafias. Con altos niveles de desempleo e instituciones sin capacidad para hacer valer las reglas, la corrupción logra reproducirse con facilidad en estos países.

No es de extrañar que en estos países la desigualdad en la distribución del ingreso y de oportunidades sea alta. La figura 3 muestra el índice GINI de desigualdad en la distribución del ingreso de seis países. Es notable la diferencia en la desigualdad en la distribución del ingreso entre dos países altamente especializados y diversificados –Noruega y Alemania–, y cuatro países latinoamericanos cuyas economías se basan en la explotación de su base natural.

Figura 3 Índice GINI de desigualdad en la distribución del ingreso de dos países con economías diversificadas y especializadas, y cuatro países latinoamericanos ricos en recursos naturales, cuyas economías dependen de las rentas de productos minerales. En el caso de los países latinoamericanos escogidos los esfuerzos de reducción de la desigualdad en la distribución del ingreso han sido consistentes en Bolivia y Perú, no así en Brasil y Colombia donde la desigualdad vuelve a crecer. Fuente: Indicadores del Banco Mundial

Una vez que se han mal-desarrollado las instituciones débiles y permeables de países de economías raquíticas, la gestión de las crisis sociales sigue un patrón predecible de aumento de la inequidad. Como lo evidencia el caso colombiano durante la pandemia, las crisis pueden ser aprovechadas por los grupos en el poder para aumentar la desigualdad en la distribución del ingreso. Durante este período los bancos se beneficiaban por subsidios del gobierno, mientras que el hambre y la pobreza se disparaban. Por otra parte, los daños y las pérdidas humanas resultado de la pandemia actual abarcan no sólo los directos causados por el virus, sino también aquellos indirectos, que incluyen las muertes ocurridas durante el estallido social de abril pasado, crisis manejada con una mentalidad que no se basa en la solidaridad ni prioriza el respeto por la vida. Las causas de la crisis social no se han resuelto y mientras así sea, continuará acumulándose la entropía social en forma de estrés, rabia y desesperanza –el potencial de futuros estallidos sociales–.

Podemos entonces apreciar una relación estrecha entre economía, sostenibilidad y equidad. Como es el caso de Colombia, las actividades económicas de un país tienen la capacidad para producir inequidad y la destrucción de la base natural. Un enfoque de gestión que nos saque del camino del colapso debe basarse en una consideración detallada de las relaciones entre estos factores.

Aprovechemos el tema de la transición energética para observar cómo allí se reproducen los conflictos entre desarrollo, sostenibilidad y equidad, y para comprender de paso la necesidad de unos principios de gestión. Miremos primero de qué trata esta transición, y cómo la sociedad colombiana ha recibido la noticia, luego veamos que las soluciones a nuestra encrucijada definitiva pasan por la adopción de un ideario.

Los conflictos de la transición energética y el ideario de desarrollo con sostenibilidad y equidad

Si queremos sobrevivir al cambio climático y revertir la tendencia destructiva del cambio global ambiental debemos asumir la transición de los sistemas socio-técnicos, que incluyen los sistemas de energía y transporte, pero también la infraestructura, las construcciones, los sistemas de provisión de servicios de agua, y los servicios de saneamiento. Esta transición busca migrar dichos sistemas a regímenes operativos que propicien la creación de valor, y que también disminuyan la producción de entropía –en forma de basuras, contaminación, producción de calor, y emisiones de gases de efecto invernadero–.

Si bien la transición energética se hizo relevante gracias al COP-26, el asunto se tornó en polémica en Colombia porque una candidatura presidencial la ha asumido como bandera. Las reacciones no se hicieron esperar. Esta circunstancia

Figura 4 Un ejemplo de la percepción de los conflictos entre desarrollo, sostenibilidad y equidad, en este caso en torno a la transición energética.

política es más bien sintomática, no sólo del desconocimiento de los retos que acechan nuestra supervivencia por parte de nuestro actual liderazgo político, y no sólo del papel irrelevante que el sector académico-científico juega en el desarrollo político y económico del país, sino en general del gran riesgo que la sociedad colombiana corre de continuar en manos de un liderazgo político obtuso e ignorante.

La polémica en torno a la transición energética es natural, porque los conflictos de los que venimos hablando se presentan a todos los niveles de las actividades humanas. Como lo muestra el trino de la figura, en contra de esta transición necesaria los argumentos mencionan la pérdida de empleos, el encarecimiento del combustible que usan las familias, y la pérdida de ingresos nacionales, claves para la inversión social. En estos argumentos encontramos razones económicas y de equidad, opuestas a razones de sostenibilidad. Pero la transición de los sistemas socio-técnicos es inevitable,

como son inevitables el desarrollo económico y la disminución de la inequidad. La solución no es simple: no se trata de producir más, se trata de hacerlo a partir de la creación de valor en actividades que consuman menos recursos naturales; no se trata sólo de producir protegiendo la naturaleza, también se trata de distribuir con mayor equidad los beneficios del crecimiento económico.

La respuesta a la transición energética no puede ser la negación, sino nuevas fórmulas de gestión pública, de negocios y de proyectos, que nos permitan construir desarrollo con equidad y sostenibilidad. Estas fórmulas no se encuentran en los enfoques que nos han puesto en el camino del colapso. El enfoque de gestión que necesitamos requiere de ciencia, de un acuerdo de la sociedad en su conjunto –más allá de la ideología–, y de un proyecto nacional con el que no contamos.

Estas condiciones de la gestión requerida para asegurar nuestra supervivencia se traducen en un ideario. Si queremos sobrevivir al cambio climático, superar la vulnerabilidad social, económica y ambiental, desarrollarnos y evolucionar, sólo nos quedan las opciones que nos aseguren un desarrollo con sostenibilidad y equidad. Nuestra supervivencia depende de que la sociedad adopte este ideario de manera rigurosa y sin atenuantes.

Si queremos sobrevivir al cambio climático, superar la vulnerabilidad social, económica y ambiental, desarrollarnos y evolucionar, sólo nos quedan las opciones que nos aseguren un desarrollo con sostenibilidad y equidad.

El ideario de desarrollo con sostenibilidad y equidad nos pone de presente los principios que deben dirigir la gestión pública, y los parámetros que deben regir la concepción y el diseño de nuevos proyectos de inversión y nuevas actividades económicas. Si este ideario logra adoptarse, la transformación que nos saque del camino hacia el colapso será una realidad.

Sin embargo, el ideario no es suficiente. Este ideario debe traducirse en enfoques de gestión. En el siguiente artículo introducimos este enfoque mediante su aplicación al análisis de los proyectos de generación de electricidad a partir de paneles fotovoltaicos en Boyacá. Allí mostraremos que, tal como están diseñados y según el modelo de negocio que nos proponen, dichos proyectos profundizarían los conflictos entre desarrollo, sostenibilidad y equidad.

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