Impresiones cotidianas

Foto: Alejandro Castaño / @alfotografiarte
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Por | Silvio E. Avendaño C.

No es de noche ni es de día, cuando los ciclistas madrugan y avanzan hasta la montaña donde el espejo del lago refleja los primeros rayos del sol. Mientras tanto en los meandros de las calles no faltan quienes aspiran el aroma de alguna sustancia para ascender la escalera que conduce al cielo. O quienes recogen los excrementos de los perros para luego arrojarlos al camino. Y, pronto por la avenida el desfile de los vehículos veloces a la espera del canto de sirena de las ambulancias.

Y, por las calles casi vacías, el aroma del pan. Las tiendas y almacenes abren y, a la entrada, la temperatura y la humedad del desinfectante se extienden por las manos. Los bancos abren la boca para devorar a los clientes. En las iglesias de garaje se ofrece el avivamiento y la promesa de la entrada al reino de los cielos; por otras puertas, las de los grandes templos, hace un tiempo se ofrecía el agua bendita, para evitar impurezas. Los quioscos ofrecen los tabloides, bien parecen editados por Drácula y Frankenstein. Pero los asesinatos y los desaparecidos no cubren todas las páginas pues en los folios siguientes los escándalos, el último robo al peculio público, dejan ver que es un buen negocio asaltar la res pública. Y, a continuación, los horóscopos dibujan el destino y, las páginas enteras de avisos clasificados. Por la radio brotan las noticias, sin análisis. Mientras los vehículos de servicio público se detienen en cualquier parte para que suba o descienda un fulano, después del trancón de la eternidad.

El zapping ante la T.V., conocido como conciencia cero, dibuja la impaciencia sin profundidad, mientras las ofertas especiales, rebajas, “pida todo por rapid” son la gran histeria del consumidor, pues el objetivo es engendrar la nueva realidad comercializada. Por la pantalla, la radio, o el celular entran las noticias falsas como si fueran goles o autogoles de un jugador desconocido. Aunque no falta el wasap que lleva a la broma, la ironía o a la risa.

Pero para poder vivir en la ola del absurdo hay que exacerbar las pasiones, dado que la racionalidad no está de moda y es bastante peligrosa. Proponer el absurdo parece el sendero correcto si conduce a la ganancia. El terror y el miedo se difunden porque este dijo o aquel calló, ante el desconocimiento del poder judicial. Las elecciones, bañadas por el narcotráfico, en una democracia amañada, sin sociedad. Los líderes sociales van a la tumba del olvido, porque todo pasa, todo pasará. Y las señales de peligro por el espanto de las ideas de un mundo distinto, dado que se considera que, así como estamos, estamos bien. ¿Para qué soñar si todo está perfecto? Y, cuando llega la noche, el toque de queda, dizque para evitar el contagio. Y, entonces en el fulgor de la oscuridad la cuadrilla de la policía, armada hasta los dientes, recorre las calles con la supuesta misión de asustar al covid.

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