Hambre cero versus la cultura del desperdicio

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“El hambre es una maldición que acecha cada día y el estómago es un abismo sin fondo, un agujero tan grande como el mundo”, Paul Auster, escritor estadounidense.

Por: Miguel Ángel Barreto-Senador de la República

Pareciera que el mundo está lejos de alcanzar la meta de Hambre Cero, uno de los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que es el plan de acción global para asegurarle el progreso social y económico a nuestro planeta y a quienes en él habitamos.


La Agenda 2030, como también se le llama, fue suscrita por 193 países (Colombia entre ellos) durante la Asamblea General de Naciones Unidas en 2015 y busca garantizar la seguridad alimentaria, una mejor nutrición y promover la agricultura sostenible en el lapso de esos quince años.


Un informe de 2019 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sostiene que cada año se pierden y desperdician en el mundo 1.300 millones de toneladas de alimentos. ¿Cuánto es eso? Nada menos que la tercera parte de los alimentos producidos para consumo humano. Agrega ese organismo que 127 millones de toneladas de alimentos se van a la basura anualmente, el equivalente a 223 kilogramos de alimentos por persona al año en América Latina.
Me preguntaba cuál es el panorama específico para Colombia y la respuesta de la FAO es bastante desalentadora: En el mismo documento advierte que los alimentos que se pierden y desperdician en nuestro país servirían para alimentar a ocho millones de personas casi durante un año.


De manera ilustrativa, la pérdida de alimentos ocurre entre la etapa de producción agropecuaria y la etapa de procesamiento industrial, mientras que el desperdicio se genera en las etapas de distribución, retail y consumo. En consecuencia, se trata de evitar a toda costa que más alimentos se pudran en lugar de saciar las necesidades de aquellos que pasan hambre.
Por esa razón, debemos reconocer el aporte de la Red de Bancos de Alimentos de Colombia, la cual agrupa a 22 bancos de las 21 ciudades principales del país, con lo cual se les garantiza una mejor alimentación a más de dos millones de personas en condición de vulnerabilidad.


Su trabajo es de admirar. Bajo la premisa “Más alimentos en las mesas, menos comida en las canecas”, rescatan los excedentes alimentarios del sector agropecuario, industrial, comercial, hotelero, restaurantes, personas naturales, y los redistribuye. Gracias a esta magnífica red, cada año evitamos que se tiren a la basura 25.000 toneladas de comida apta para el consumo humano.


Faltan menos de nueve años para el 2030 y los colombianos tenemos que ser capaces de responder al llamado de la ONU: “reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor y a nivel de los consumidores y reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro, incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha” (Naciones Unidas, 2015).
¿Seremos capaces?

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