Francia Márquez nunca será presidenta

Foto: Mauricio Pulido para Forbes Colombia
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Por | Darío Rodríguez

Francia Márquez nunca será presidenta de Colombia.

Las razones, de todos conocidas, en el fondo son las condiciones para dirigir el destino de esta nación: es mujer, afrodescendiente, no pertenece a una familia poderosa con dinero ni poder político, ha sido durante más de una década defensora de Derechos Humanos y del territorio. Por si esto fuera poco, es víctima directa de la violencia y de la inequidad en su condición de desplazada. Conoce muy bien, de primera mano, lo que significa trabajar y poner en riesgo el pellejo por su región y su país. Ha estudiado lo suficiente para ofrecer una serie de soluciones al atolladero que padecemos. Basta escucharla cuando se dirige a un público. Posee el perfil completo para la presidencia.

Pero no la van a dejar. Eso es claro desde este mismo momento. Se lo impedirán las maquinarias electorales que le disputan ese cargo. Las derechas de todos los colores y nauseabundas propuestas que se disfrazan del favor popular, representadas en el senil y populachero ex alcalde de Bucaramanga Rodolfo Hernández, en el íncubo del uribismo, malhablado y torpe Federico Gutiérrez, en el silencioso y peligroso Álex Char. Gente que está protegiendo sus negocios personales y que va a utilizar la presidencia como caja menor de modo que sus jugadas continúen. En el caso específico de Char y de su clan familiar, aunque no logren conquistar el sillón presidencial, algún fruto sacarán pues siempre han logrado ministerios, embajadas, entes de control, por lo menos desde los tiempos de Ernesto Samper. Esa gente jamás pierde.

Tampoco el denominado Centro va a permitir que Francia Márquez llegue. El Centro o los Centros, porque la política colombiana es una refutación a la geometría: aquí el Centro no es uno solo sino muchos, según toldo, cambuche, microempresa electoral o proyecto narcisista se presente. Afirman ir en contra de extremismos pero ver por encima sus programas, o la manera como se están aplastando los unos con los otros, es suficiente para notar su afán por no perder la poca credibilidad del electorado – no tan tonto ni tan incauto como se suele pensar – hacia sus gelatinosas visiones de gobierno. De Alejandro Gaviria a Carlos Amaya, del indefinido Jorge Robledo a ese eterno holograma llamado Sergio Fajardo, juntando a esos precandidatos no se conforma ni media candidatura a una junta de acción comunal.

Gustavo Petro es otro palo entre la rueda de Francia Márquez. Y no de los menores. Al apoyo popular (que lo tiene, resulta innegable) Petro ha sumado una oprobiosa lista de aliados que en algunos casos inspiran vergüenza ajena. Añejos caciques, pillos de toda laya, y hasta pastor cristiano, se montaron en el bus del Pacto Histórico. Petro no se arredra y dice, sin pudor, que es necesario vincular a su campaña todo tipo de expresiones. Caudillo innato, necesita agolpar en torno de sí y de su figura salvadora cualquier proposición colectiva. Tal vez por eso convence. Nuestra historia está condicionada por la estampa del jefe único, del dueño de finca. Y aunque sus seguidores o devotos no quieran reconocerlo, y pese a que Petro ha demostrado sus capacidades administrativas, si llega a la presidencia estará tentado al menos a susurrar aquella sentencia atribuida al rey Luis XIV: “El Estado soy yo”, o esa otra de Napoleón Bonaparte: “Yo soy la Historia”.

Petro y Francia Márquez van por la misma acera política. Este hecho en vez de serle favorable a ella le está jugando en contra, pues siempre la ubican a la sombra del otro. Así los exhiben en los medios de comunicación y así quiere el propio Petro que sea.

No obstante todo lo anterior (precandidatos como Juan Manuel Galán no se han mencionado aquí simplemente porque no tienen una vida auténtica como aspirantes; no hay pruebas de que existan) Colombia es Colombia, y la mayor barrera que se antepone delante de Márquez se llama Alexander Vega. No es candidato y por ahora, sólo por ahora, no debe serlo. Tiene una tarea urgente que consiste en obedecer a sus patronos, los que lo elevaron al puesto que ostenta durante estos días. Alexander Vega es el Registrador Nacional del Estado Civil. El que coordina las elecciones y supervisa el conteo de los votos. Vega y sus colaboradores son quienes escrutarán. Y en Colombia, como lo dijo con cristalina sabiduría Camilo Torres Restrepo, “el que escruta es el que elige”.

Se trata de un secreto a voces: se está cocinando, desde la Registraduría, un fraude electoral sin precedentes en nuestra historia reciente. Quizá más grave, más sórdido que el de 2018.  Uno de los objetivos de este fraude es, por supuesto, que una persona con generosidad y convicción, que alguien sin disposición a ordeñar la economía interna, no alcance la presidencia. Alguien como Francia Márquez. Quien, desde ya, engrosa el puñado de seres decentes interesados en Colombia y no en sus propios bolsillos. Candidatos de grata recordación como Carlos Gaviria Díaz, hace poco tiempo, o en otras épocas Jaime Pardo Leal, Diego Montaña Cuéllar o el maestro Gerardo Molina.

En medio de la bruma electoral y del horror entre el cual respiramos, Francia Márquez es la muchacha del poema escrito por William B. Yeats. Una joven que aporta frescura, sanidad y sobre todo rectitud de intención.

Política

“En nuestro tiempo el destino del ser humano presenta
su significado en términos políticos.” ― Thomas Mann

¿Cómo podría, con aquella chica

allí, delante de mis ojos,

concentrar mi atención en la política

de Roma, Rusia o España?

Y, sin embargo, aquí hay una persona

que ha recorrido el mundo

y sabe de lo que habla,

y allí también hay un político

que ha leído y pensado,

y quizás lo que dicen de la guerra

y sus presagios sea verdadero,

pero qué daría yo

por ser joven y abrazarla.

Francia Márquez no será presidenta de Colombia.

Estamos perdiendo una nueva oportunidad de transformación. Pagaremos un alto precio por esta pérdida. No aprenderemos jamás las lecciones de nuestra historia. Pero así somos. No hay remedio.

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