El tunjano del ‘boom’, Plinio Apuleyo Mendoza

Plinio Apuleyo, periodista y escritor boyacense. Foto | Hisrael Garzonroa
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Por: Hernán Alejandro Olano García | @HernanOlano .[1]

En la plaza del municipio de Toca, Boyacá, siendo niño, cuando iba con mi padre los sábados al juzgado promiscuo municipal de esa población con dos iglesias en su plaza, veía un busto en el cual, letras más, letras menos, se lee: “A Plinio Mendoza Neira. Guía, apóstol, conductor”. Siempre me llamó la atención eso de “conductor”, ¿de qué? me preguntaba; eso se asimilaba a Dúcere, que corresponde a su etimología. Supe luego que el señor del busto era el abogado que acompañaba a Jorge Eliécer Gaitán al momento de su deceso. Los laureanistas, como Antonio Cacua Prada, califican a Mendoza Neira de “hombre tétrico”, así como quienes en El Tiempo lo calificaban de demagogo, pero yo no había pasado de saber de él, más que era el cacique liberal de Toca y que en esas alianzas político-genealógicas, una hija suya se había casado con el hijo mayor del cacique liberal de Tuta.

Los hermanos Mendoza García, en la revista Cromos, en Diners, en Presencia de Boyacá y otras publicaciones como magazín AlDía, dieron lustre al periodismo colombiano, particularmente con Consuelo, Elvira y Soledad, sus brillantes hermanas periodistas (con quienes recibió en conjunto, en 1983, el Premio Simón Bolívar a la vida y obra de un periodista), las cuales hicieron del reportaje un género literario, así como la calidad visual de los medios que dirigieron.

Algunas veces, en esas publicaciones, aparecía su hermano, Plinio, el consentido de doña María Soledad y, el menor de los hijos del abogado Mendoza Neira, a los que se sumaban los de su segundo matrimonio, Luis Carlos y María Teresa Mendoza Nieto, hijos de María Teresa Nieto Umaña, aristócrata bogotana de la cual Plinio Apuleyo dijo: “Yo no habría conocido a los bogotanos de esas viejas y auténticas dinastías de la ciudad si mi papá no se hubiese casado por segunda vez con una bella muchacha que pertenecía a una rama de esas familias y que estaba de algún modo emparentada con las otras”.

Hernán Alejandro Olano García, miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua; junto a Plinio Apuleyo, periodista y escritor boyacense. Foto | Hisrael Garzonroa

El primero de los libros que tuve de Plinio Apuleyo, Los retos del poder, logré que me lo firmara, a través de una secretaria en la Corte Constitucional, cuando fue citado a la Sala Plena de esa Corporación por haberse negado a concurrir a un debate en el Congreso, debido a unos epítetos que pronunció contra un parlamentario. Los otros libros los fui adquiriendo poco a poco con mis menguados ingresos de profesor universitario y padre cabeza de familia y me cautivó su novela, que leí de un tirón en un viaje a España en 2014, lo cual, me obligó a seguir la huella de Mendoza en París, alquilando durante el puente en el cual se conmemoraba en Vitoria la salida de José Bonaparte de España, una habitación en el último piso de un hotel frente al metro Pigalle, un lugar peligroso, que con su nombre sonoro y su cercanía con la basílica del Sacre Coeur y el barrio de Mont Martre, tenía una buhardilla como la de los escritos de Mendoza, que sin embargo, no tenía nada que ver con el romanticismo idealista de quienes ven en la capital francesa como el destino de sus sueños, aunque como todo París, si conservaba el olor de los coliflores hervidos.

Al regresar a Colombia, ya habiendo comprado y leído once libros del periodista tunjano, me di a la tarea de tratar de conseguir los autógrafos para cada ejemplar, no obstante las muchas historias repetidas de un título a otro, que me hicieron pensar si era necesario seguir gastando dinero en los textos de mi paisano. Fue cosa difícil lograr esas firmas, más de un año de misteriosas evasivas, hasta que por fin, un día cualquiera, me llamó Plinio Apuleyo para ponerme una cita en su oficina. Cuando llegué quedó impresionado, charlamos un rato y decidió que lo acompañara a su casa para regalarme el libro que me faltaba. En la oficina le hicieron caras de desconfianza, entre ellas, las muecas de Consuelo quedaron plasmadas en mi mente, pero él les dijo: “¡¡Es que este señor se ha leído todos mis libros!!”, ¿será que nadie más lo ha hecho tan metódicamente? El caso es que volteamos la calle y me hizo pasar a su apartamento. Ver una biblioteca con las obras de todos los autores del boom latinoamericano firmadas para su amigo de Tunja, es algo impactante.

Ese es Plinio Apuleyo Mendoza, escritor, periodista, publicista y diplomático, novelista, columnista y ensayista polémico, quien ha llevado el nombre de Tunja, su ciudad natal al eco de lejanos rincones en Bogotá, París, La Habana, Nueva York, Roma, Lisboa y Madrid. Es aquél, donde, al decir de Juan Gustavo Cobo Borda (El único colombiano que de manera perfectamente consecuente se resiste a la globalización), “captura el tiempo perdido y lo redime en el detalle y la fraternidad de lo vivido”, donde su ciudad siempre está presente en sus frases y en la solapa de sus libros; en las comparaciones sobre el clima y la política y, en general, en todo lo que ha transcurrido en su vida desde 1932, habiendo comenzado su vida en la colonial ciudad fundada por un malagueño, Gonzalo Suárez Rendón, en 1539; luego, habitante de una vieja casa del centro de Bogotá y “jinete” de los caballos que alquilaban sus padres el fin de semana para que lo pasearan en el lago Gaitán; más tarde, como estudiante del Liceo de Cervantes, donde se graduó de bachiller en 1946 para pasar, de leer poesía o novelas de John Dos Passos en la ruta ida y vuelta del tranvía, a ser el mandadero de la oficina de abogados que su padre tenía en el edificio Valdiri y redactor de un periódico local –Reconquista-, hasta consagrarse como periodista y escritor en sus más de treinta y cinco años como habitante de la vieja Europa.

Siendo niño, el país de su infancia era el que “se sentaba todas las noches, mudo y respetuoso, al pie del radio, para oír a los grandes oradores del Congreso”, bajo el temor a Laureano Gómez y a los Leopardos; bajo las banderas rojas empuñadas por su padre, Plinio Mendoza Neira; bajo la elegancia y la displicencia de López Pumarejo; bajo la fluida elocuencia europea de Eduardo Santos y la sonriente distinción de su esposa Lorencita; y, bajo la electrizante cara sudorosa de mestizo de Jorge Eliécer Gaitán.

Algunas sentencias o pensamientos aparecen en mis libros enfáticamente subrayados con lápices de color y, dentro de ellas, las del tunjano Plinio Apuleyo Mendoza, el amigo de Gabo, la única persona, junto con doña Mercedes Barcha, que contó con el privilegio de leer los manuscritos del Nobel colombiano antes de que aparecieran publicados. De algo le vale ser su compadre, el padrino de Rodrigo García Barcha, bautizado por el mismísimo cura guerrillero Camilo Torres Restrepo. Ahí, previamente al sacramento se dio una discusión, porque García Márquez visualizaba el futuro de su hijo como policía en Magangué, mientras que el padrino decía: “Policía ni de vainas, este niño va a ser guerrillero” y eso que Plinio se confiesa como un liberal convencido, aunque también como un “neoliberal aguafiestas”. Rodrigo, ya un abuelo, siempre saluda a Plinio con la expresión boyacense “Hola, padrinito”, la bendición, que él mismo le enseñó.

Gabo y Plinio Apuleyo, fueron amigos desde que, hace más de sesenta años. Ese joven costeño llegó al café donde el boyacense departía con algunos contertulios; pasaron por las buenas y las malas, en Bogotá, en París, en Venezuela y en La Habana en el edificio Retiro Médico con la agencia “Prensa Latina”, y en su excursión a Rusia con Gabo, Teresa Salcedo y Pablo Solano, como delegados al Festival Mundial de la Juventud en el ballet folclórico de Manuel y Delia Zapata Olivella. De la por entonces capital soviética, además de la canción “Tardes de Moscú”, que aún recuerda, le quedó impregnado el olor de sus habitantes, “ese olor a dolida humanidad sin baño que uno respiraba en toda la Unión Soviética y que era como su marca de fábrica desde Siberia hasta los Urales”.

Por eso, después de ese paseo al comunismo, Plinio dice que “Gabo, esencialmente es un hombre del Caribe colombiano, con la dignidad, el humor, la irreverencia, el rechazo inconsciente y visceral que todo el Caribe tiene por los artificios, las formas, la solemnidad, las apariencias, las retóricas y los protocolos de nuestros altiplanos andinos”. Conoció Plinio al Gabo pobre, a ese flaco muerto de hambre, que en París no tenía siquiera para pagar el cuartucho de hotel de Flandre, donde ahora hay una placa recordando que allí vivió el Nobel, ni tampoco sabía, en ese momento “hasta donde podía empujar el carro”, porque La hojarasca le había sido rechazada por el crítico español que le recomendó dedicarse a otra actividad distinta a la de escribir, no obstante mirar hoy a Gabo bajo “los resplandores de la celebridad”.

«Cuando uno llega a viejo descubre que detrás de sí no tiene una vida sino muchas. Son como retazos de de novelas no escritas». Fragmento de ‘Varias vidas en una’, Plinio A. Mendoza.

Esa celebridad que como en su libro Los retos del poder. Carta a los expresidentes colombianos, lo acercó a la figura de los mandatarios Lleras Restrepo, López Michelsen, Barco Vargas, Turbay Ayala, Pastrana Borrero y Betancur Cuartas, recordándoles Mendoza García episodios de sus vidas y haciéndoles un balance de su administración con anécdotas y recuerdos cargados de sutileza. Me encantó esa obra, llena de aspectos personales de quienes han regido los destinos de mi patria para bien o para mal.

En lo personal, Marvel Moreno, sería su primer amor; era una rubia de ricitos de rubio ceniza,  Reina del Carnaval de Barranquilla de 1959 y una de las mujeres más influyentes del siglo XX en la literatura de Colombia; la idealista que luego de haberse casado con Plinio Apuleyo en 1962, cinco meses después de conocerlo, quiso escapar de los arroyos de Barranquilla y buscar consagrarse como novelista, así fuera asediada por el hambre y los amores tempestuosos, en Deyá, Mallorca, bajo los soplos del mar Mediterráneo, dándole un nuevo rumbo a su vida y a sus dos hijas, Carla, la mayor, que nació en 1963 cuando Marvel estaba en sexto de bachillerato y, la menor de ellas, Camila, nacida en 1966 y bautizada así en homenaje al Cura Torres. En Deyá, Plinio Apuleyo conoció a Robert Graves, quien al escuchar su nombre pronunció ¡Wonderfull!, pues no podía creer que una persona de los Andes colombianos llevara el nombre de sus dos autores favoritos, no obstante que en los bancos y en los consultorios médicos, cuando lo llaman lo confundan con don Apolonio o don Epicúreo.

Gracias a sus hijas, Plinio Apuleyo se convirtió es un abuelo consentidor; sus cinco nietos franceses son parte de su vida: Guillaume, Elisa, Mary-Lou, Carolina y Eduardo.

Años más tarde de su separación, celebró en París su segundo matrimonio y escogió como compañera a la maestra Patricia Tavera, siendo padrinos de la boda su primera mujer, Marvel Moreno y el pintor Luis Caballero y testigo Jean Claude Bessudo. Tavera, quien además diseña joyas “con la misma sutil habilidad de los indígenas precolombinos” es una excelente pintora, discípula aventajada del maestro David Manzúr. Tengo un grabado de Tavera, pero mi madre conserva en su casa un óleo firmado con la artista, con la siguiente dedicatoria a mi padre: “Para Hernán y que Jaime (Castro), sea Presidente”, una de las utopías de nuestra democracia.

“Imposibles de olvidar” también son los relatos de Mendoza sobre nosotros, los latinoamericanos; personajes famosos como García Márquez, a quien paradójicamente siendo el más célebre de todos los personajes por él conocido no lo ha visto como tal por ser su compadre; Gabo en el París de los años cincuenta, cuando Gabo fue Gabo entre hambres y fiestas; el adiós a Neruda, el nobel de Vargas Llosa; el extraño destino de Marvel Moreno Abello y el brindis de whisky de sus dos maridos al lado de su cadáver insepulto en París en 1995; las paradojas del destino de López Michelsen; la tenacidad de Miguel Ángel Capriles, así como un homenaje a sus hermanas carnales; a Fabio Lozano Simonelli, su “cuasi hermano”, a su “hermanita” Marta Traba; a sus compañeros de clase escolar Luis Villar Borda, “el viejo Luis” y Camilo Torres Restrepo, así como a otros personajes, que en principio no incluían a los “Bordas, Obregones, Valenzuelas, Umañas, Urrutias, Pardos, Urdanetas, Holguines y otros del mismo linaje”, ya que “Bogotá pertenecía a apellidos tales como…  Carrizosa, Sánz de Santamaría, Uribe,… Caro, Caballero, Soto, Salazar, Vargas, Piedrahita, Kopp, De Brigard y otros que fueron siempre la crema de su vida social”, aunque ahora que Plinio Apuleyo es del Jet set criollo, toda esa crema de la crema de la esfera británica y las espesas alfombras del Gun Club y del Jockey Club, así como de “los parasoles del Country Club y Los Lagartos”, hace parte de su lista de amigos, con un “orden de valores tan distinto al de mis tías pobres de provincia”, en esa “Bogotá de las tías que nos criaron y de sus infinitos parientes emigrados de Boyacá… la llamada gente decente de provincia, asimilada a una mediana o pequeña burguesía urbana”.

Fabio Lozano, desde esa casa en la que vivía, “izada en una roca inverosímil, alta y solitaria como la almena de un castillo bajo las estrellas”, le transmitía, con irrespetuosas barbaridades y entre risas, bromas y versos, las palpitaciones más emocionantes en las arterias de la vida de una generación, la del Medio Siglo, perdida en los distanciamientos políticos que se vivían en Colombia por La Violencia, muriendo un país “que había vivido los fogosos combates del verbo, para nacer otro, sombrío, en el humo y la sangre”.

Plinio Apuleyo Mendoza es autor de cuatro novelas, tres ensayos y coautor de varios libros de análisis político y económico, entre ellos: El desertor, Años de fuga; La llama y el hielo; Los retos del poder; Zonas de fuego; El sol sigue saliendo; El desafío neoliberal; “Retazos de una vida” y, en coautoría: El olor de la guayaba con Gabriel García Márquez; y, Manual del perfecto idiota latinoamericano, junto con El regreso del idiota escritos con el cubano Carlos Alberto Montaner y el peruano Álvaro Vargas Llosa. Se suman Zonas de fuego, de Intermedio; El sol sigue saliendo; Cinco días en la isla; y, El desafío neoliberal.

Años de fuga, es la reminiscencia de Ernesto- ¿El mismo Martin de entre dos aguas?, quien regresa a Paris después de casi veinte años y revive allí, junto a sus amigos, los recuerdos de los años sesenta, cuando «se reunían, escuchaban música y discutían sobre política, mujeres y sexo». Todo es distinto ahora, algunos triunfaron, otros siguieron iguales,… Años de fuga fue calificada como la gran novela del desencanto, por Gabriel García Márquez y se le galardono por su originalidad e innovación estilística con el primer Premio de Novela Colombiana de Plaza & Janes.

Su otra novela, Entre dos aguas, la primera, en la cual combina dos mundos opuestos, el de un muchacho provinciano, él mismo, enviado a estudiar a la capital, que descubre luego la ciudad y después el mundo al ser enviado a París y, ya viejo, no se siente a gusto con sus criollos orígenes y con la hipocresía de los cocteles bogotanos, con lo cual, huye de nuevo al mundo ideal con un amor de juventud, ahora otoñal.

En esa obra, Bogotá ya no era la misma de su adolescencia, pues la ciudad era “peligrosa y enorme. Celadores armados y sistemas de alarma en cada ventana protegían los barrios del norte. Guardaespaldas acompañarían a los ricos a donde fuesen. Emergentes de cualquier pelambre se apoderarían con voracidad de las muchas actividades y negocios, movidos por el afán de hacer dinero a cualquier precio”.

Viajero incansable desde su adolescencia, Lucy Nieto de Samper le preguntó alguna vez a Plinio Apuleyo si sentía nostalgia de regresar a Colombia y él contestó: “Gabo dijo una vez: ‘el hombre más feliz es el alcalde de Aracataca pues nunca ha salido de allá’. Me ocurre lo opuesto. Viajo desde los 17 años y en todas partes he dejado amigos que no quiero perder. Por eso no estoy completamente contento en ninguna parte”, creo que ni siquiera en el barrio Saint-Germain-des-Prés y las buhardillas en la esquina de la rue de Seine y el bulevar Saint-Germain del hotel Welcome de París, ciudad donde todo el mundo era tan pobre, que los latinoamericanos que vivían allí, no llegaban a notar que también lo eran, y mucho; contrasentido que les causó hilaridad exultante, cuando Fidel Castro los criticó diciendo que eran “privilegiados que, a espaldas de nuestros pueblos y de sus luchas, frecuentan los lujosos <<salones de París>>”, cuando el único salón que visitaban era el de baño –y poco-. Tampoco parece que fue feliz en la casa de verano del paipano Armando Solano a orillas del Sena, en las afueras de París, ni en los cafés de su barrio parisino, que sin embargo, para él, en sus libros, se traducen en momentos inolvidables, como los que vivió en el número 26 de Rue de Biévre, donde en un local polvoriento con puerta de cristal a la calle, editaba la revista literaria Libre, que agrupaba a todos los escritores del boom.

Allí, en París, en medio de las canciones “La vie en rose”, “La Seine”, “Mademoiselle de París” y otras, sintiéndose capaz de todas las audacias, compartió panes y vino con Rogelio Salmona, Marta Traba, Alberto Zalamea, Pablo Solano, Germán Samper, Pepe Gutiérrez, Alberto Peñaranda, Juan Di Ruggiero, la pintora Emma Reyes (con la carga de su triste historia) y otros, con quienes en Colombia había “visto morir una era del país y nacer otra, la violenta”.

Pero también compartió y a veces únicamente vio pasar como a cualquier vecino, a Jacques Chirac, de quien fuera condiscípulo en el Instituto de Ciencia Política; a Francois Mitterand, paseando su perro; a Valerie Giscard; a Jean-Paul Sartre; a la cantante Juliette Greco; a Simone Signoret y su marido Ives Montand; a Jorge Semprún; a Simone de Beauvoir; Juan Goytisolo; Fernando Botero; Julio Cortázar y muchos más. Sin embargo, entre sus amigos del alma, estarían Juan Gustavo Cobo Borda; Rodrigo Lara Bonilla, “con su aire de cómica severidad y la oscura incertidumbre de su destino”; Juanita Peñaranda; Ivonne Nicholls; Álvaro Cepeda Samudio, Alejandro Obregón, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Guillo Marín, Eduardo Vilá, Ricardo González Ripoll, el Chorlo Maldonado y otros más que cultivó en La Cueva de Barranquilla, de la que Plinio Apuleyo ese que cuando llegó a La Arenosa parecía “un ministro cachaco en vacaciones”, hoy es el único sobreviviente.

Muchas personas siempre han calificado a Plinio Apuleyo como el más antipático de los colombianos, tal vez por sus anteojos anticuados con cataratas y sus grandes orejas; tal vez sea su timidez y porque con el primer pañal le pusieron su primera corbata, que ha llevado con estoicismo boyacense; tal vez porque es un viejo muy poco dado a las pantuflas del abuelo; tal vez a que el ELN lo declaró “objetivo militar” por sus críticas a ese grupo guerrillero que atentó contra el escritor con el envío de una carta-bomba a su apartamento, que no llegó a estallar; tal vez, por esa “rara disposición para hacerse una lluvia de enemigos” por sus columnas de prensa; o tal vez, por su programa de televisión que con aires de solemnidad episcopal y autosuficiencia familiar, tenía con su sobrina Marcela Riaño Mendoza; o tal vez por sus permanentes nombramientos como Embajador, que la gente criticaba porque había pasado más tiempo fuera del país, que en el zoológico nacional.

“Cuando uno ha tenido el menú de su casa, todos los días arroz, papa, habichuelas y dulce de brevas, llega a París y las condesas lo impresionan muchísimo. Después no le para otra cosa en el estómago”

Precisamente, como embajador, le decía a Marta Traba que no le gustaba quedarse detrás del escritorio en esa vida “ignominiosa…de flores, tarjetitas, unos cocteles aburridísimos con viejitos completamente gagás… y condesas polvorientas”, por lo cual, él mismo se preguntaba: “¿Sabés cuál es la vida de un verdadero diplomático? Los embajadores, no sé por qué, heredan una lista de invitados que parece haber sido hecha en Versalles en tiempo de los Borbones. Mucho Príncipe de Polignac… Los diplomáticos latinoamericanos tienen un complejo que yo llamo de dulce de breva. Y el complejo de canonjía…”. Ese <<complejo del dulce de breva>>, lo define Plinio así: “Cuando uno ha tenido el menú de su casa, todos los días arroz, papa, habichuelas y dulce de brevas, llega a París y las condesas lo impresionan muchísimo. Después no le para otra cosa en el estómago” (aunque con sus hijas comía papas con lechuga en París, mientras veía sus gatos dormir al lado de la chimenea, en los atardeceres violetas y azules de la ciudad luz, o en los días primaverales acompañados por los trinos de los pájaros).

Yo creo que Plinio, siempre pensó que Tunja, su ciudad, la más blasonada del Nuevo Reino de Granada, era su feudo nobiliario, a tal punto, que su amiga Marta Traba le decía: “tenés una estúpida debilidad por las marquesas… Te fascinan las señoras de sociedad, las damas de mundo, todo el mundo lo sabe”, frente a lo cual, Mendoza le espetaba: “Yo sigo siendo de Tunja, no olvides. Me encantan las almojábanas”. Sin embargo, aunque los nacidos en Tunja “no estamos hechos para vivir en semejantes lugares”, refiriéndose a un castillo, aunque la dueña de esa construcción, que frecuentaba los fines de semana para descansar, una marquesa, fue su gran amiga en París, esa que le hablaba de los problemas maritales de su primo, el príncipe Alberto de Bélgica y su mujer, Paola de Calabria, con la naturalidad con la que Plinio le contaba los problemas de sus primos de Ramiriquí

Me he permitido traer aquí a esta historia muchas materias de los libros de Plinio Apuleyo, esos libros, depositados en librerías y bibliotecas a la espera de un buscador de tesoros en sus renglones insondables, donde se mezclan perlas, esmeraldas, rubíes, diamantes, junto con “lo real y lo imaginario, lo soñado y lo vivido, lo pueril y lo trascendental”, pues como decía el gran escritor Eduardo Caballero Calderón, “los escritores tenemos la tendencia insoportable a citar autores y personajes, al igual que esas gentes que quieren demostrar a conocidos y desconocidos, en un salón o en un bar, que están muy bien relacionados”.

Estos pequeños átomos, o “escribidurías”, como diría Alejandro Llano, quieren depositarse en forma dosificada en la mente de las personas; también pueden considerarse “notas ligeras”, como lo han sostenido Daniel Samper y Maryluz Vallejo en “Antología de Notas Ligeras Colombianas” y, corresponden a un género de “filosofía doméstica”, perteneciente al estilo de las “pompas de jabón”, que se caracteriza por su brevedad, un ingrediente lírico con ademán poético, ingrediente humorístico, ingrediente ensayístico, estilo cuidado, temática ecuménica, subjetividad, aire intelectual, libertad formal, espíritu urbano, amarre con la actualidad, intención moralizadora y, planteamiento de una que otra tesis y, hasta de paradojas, las cuales, más que leerse, deben ser desentrañadas.

Éste es un homenaje a quien como periodista, escritor y diplomático, tiene –como su libro- Muchas cosas que contar, en un conjunto de crónicas incitantes que no me dejaron dormir. De todas esas frases y notas propias, escritas por Plinio Apuleyo Mendoza, lo que más me impresionó, fue la definición de inteligencia que acuñó el maestro Fernando Botero: “Es la capacidad de pensar a largo plazo”, que nos permite, en efecto, pensar sobre la necesidad de estructurar, con visión de perspectiva, nuestro proyecto de vida.

Bibliografía

MENDOZA, Plinio Apuleyo, MONTANER, Carlos Alberto y VARGAS LLOSA, Álvaro. Ultimas noticias del nuevo idiota iberoamericano, Editorial Planeta, Bogotá, D.C., 2014.

MENDOZA, Plinio Apuleyo, MONTANER, Carlos Alberto y VARGAS LLOSA, Álvaro. Manual del perfecto idiota latinoamericano. Presentación de Mario Vargas Llosa, Editorial Plaza & Janes, Barcelona, 1996.

MENDOZA, Plinio Apuleyo. Años de fuga, Colección Ave Fénix, Editorial Plaza & Janes, Barcelona, 1999.

MENDOZA, Plinio Apuleyo. El país de mi padre. Editorial Planeta, Bogotá, D.C., 2013.
MENDOZA, Plinio Apuleyo. El día que enterramos las armas. Editorial Planeta, Bogotá, D.C., 2014 publicado en 1974.

MENDOZA, Plinio Apuleyo. Gabo. Cartas y recuerdos. Ediciones B, Bogotá, D.C., 2013.
MENDOZA, Plinio Apuleyo. Entre dos aguas. Colección Narrativa, Ediciones B, Bogotá, D.C., 2012.

MENDOZA, Plinio Apuleyo. Los retos del poder. Carta a los expresidentes colombianos. Intermedio Editores, Bogotá, D.C., 1991.
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel y MENDOZA, Plinio Apuleyo. El olor de la guayaba. Biblioteca Garcia Márquez. Colección verticales de bolsillo, Grupo Editorial Norma, Bogotá, D.C., 2008.

MENDOZA, Plinio Apuleyo. Muchas cosas que contar. Editorial Planeta, Bogotá, D.C., segunda edición, 2012.

Hernán Alejandro Olano García, miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. Foto | Hisrael Garzonroa

[1] Es el Director del Grupo de Investigación en Historia de las Instituciones y DDHH “Diego de Torres y Moyachoque, Cacique de Turmequé”. Miembro de Número de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, Individuo Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, Miembro Correspondiente de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Morales y Políticas. Es miembro de la Academia Boyacense de la Lengua y de la Asociación de Escritores de Boyacá. Correo electrónico [email protected] Cuentas en Twitter e Instagram: @HernanOlano y página en la internet www.hernanolano.org

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