El cantar de los olvidados

Foto | Julio Medrano
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Por | Julio Medrano / @JCMedrano3

La noche nos va dejando a la orilla, como rastros de encuentros fortuitos. Olvidos de cantores noctámbulos.

En mi embriaguez de la noche pasada me detuve a las afueras del bar Capitolio para saludar a unos amigos, recibí de ellos sus abrazos que son siempre reconfortantes. Hablamos de las protestas, de la porcicultura (¿cuántas veces dijimos la palabra cerdo?), de los eventos culturales en las marchas, y, ahora que escribo esto, la resaca no me deja recordar más de la charla. Encontré al escritor Pablo Nausa, y él me brindó su poemario disfrazado de castillo rojo, El cantar de los olvidados.

Estás sentado frente a mi castillo. Acércate, sumérgete en él. Deja atrás todas tus penas, amante solitario de la poesía”. Son las primeras líneas del poemario.

El encuentro con Capitolio

De pie frente a la puerta de Capitolio, el bar en el que trabajé como todero hace por lo menos diez años, ardió en mi nariz el recuerdo del olor de tabaco asentado en aquel recinto, aquella espesa niebla cubría a los clientes y apenas me dejaba verles los brillantes ojos rojos cuando los atendía. La melancolía de aquellos días cuando se podía fumar en los establecimientos cerrados. En Capitolio se escuchaba vallenato, no sé hoy qué música amasa a esos cuerpos bestiales ahora sin niebla, supongo que la misma. Para satisfacer el finísimo oído de aquellos clientes, tuve que aprender los nombres de no sé cuántas canciones vallenatas que ya olvidé por tanto escuchar la guitarra de Jason Becker, y los cuentos de Hernán Casciari por Youtube.

Estaba cansado por cargar mi guitarra en la espalda, pero me mantuve ahí de pie, perdiéndome en el recuerdo de mis días de Capitolio. Sentí que mis amigos notaron mi ausencia, y volví a ellos.

El cantar de Pablo

Mi amiga María Francia, quien está a cargo de la Corporación Alejandría, me señaló que adentro en el bar estaba el escritor Pablo Nausa. Lo llamó para que saliera. María me dijo que estaba orgullosa del trabajo que habían hecho con el libro de Pablo, pues Alejandría estuvo a cargo del diseño y la impresión de este.

Pablo salió y me extendió un grato saludó. No dudó y volvió a entrar al bar para sacar una copia de su libro El cantar de los olvidados, poemario que lo hizo ganador de la Beca de creación en literatura de Tunja, 2019. Escribió una dedicatoria en la segunda página, y con un brillo en sus ojos que me gusta pensar que es la satisfacción de un trabajo culminado, me obsequió su castillo color rojo.

A pesar de nuestros prolongados silencios, puedo decir que charlamos un par de minutos con Pablo, hasta que la embriaguez me obligó a despedirme con un abrazo, y una promesa de beber café juntos.

Como había decido salir de casa con mi ajada mochila, sin importar que por estos días la policía esté vigilante e intimide a los que cargamos mochila, guardé el libro en ella, y partí hacia la licorería.

El cantar de los olvidados

Qué agradable sorpresa esta bella publicación, que muy por encima de ser ganadora de la beca, es ya una pieza esencial de la poesía tunjana y una muestra del trabajo que hacen hoy los jóvenes por las letras en el municipio.

«Tantas veces fui devorado por monstruos que habitan la página en blanco, tantas veces sucumbí en su bosque espeso de imágenes y pájaros, que ahora no puedo esconder las cicatrices del delirio, las horas alucinadas y la furia de la soledad». Fragmento del poema Arte poética.

Debo rescatar el trabajo pulcro de la edición, el diseño del libro, las hermosas ilustraciones que acompañan los poemas, que son de Andrés Fabían Díaz Cañas.

Gracias Pablo por este bello obsequio que le dejas a la literatura de Tunja.

Acá dejo el correo de Pablo si quieren contactarlo: [email protected]

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