El anciano régimen en sedición contra el poder naciente

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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

Van 32 años de altibajos en todas las dimensiones de la vida humana, guiados por la constitución de 1991, formulada para entrar en la “modernidad postergada” e inaugurar una época de humanismo con paz y bienestar, lejos de la guerra fratricida y élites avaras, egoístas y narcisistas, que sostienen al “anciano régimen” expectante contra cualquier forma de poder naciente. En el gobierno Petro Francia han sacado lo peor de su espíritu político y lo mejor de su maquiavélica formación, en abierta negativa a aceptar la transición de poder. En el lugar de los editoriales que le leían al cóndor de los pájaros para actuar en consecuencia contra sus enemigos, ahora el “anciano régimen” habilita una “tribuna especial” para los suyos, en los altos cargos del estado, organismos de justicia y control, curules del congreso y los mismos medios de comunicación y sus “neutrales encuestas de opinión”.

        El anciano régimen aparece en alerta máxima para impedir la estabilidad del gobierno, y de ser posible adelantar un “golpe” como se puede leer en la sistematicidad (casualidad) con la que se han vaciado en la política todas las tecnologías de guerra (formas de lucha), estratagemas, anuncios, engaños, dilaciones, mensajes de posverdad y odios repetidos, disparados al corazón de la gente (mano fuerte, corazón grande) para provocar postración, desesperación y desesperanza en las bases populares y recuperar “de facto” el control del poder al precio que sea.

        El “anciano régimen” derrotado electoralmente por la propuesta de poder popular, aborrece con indignación las figuras de Petro presidente y Francia vicepresidente, sus nombres, sus conductas, su talante, su manera de gobernar, su respiración les molesta, los ofende, y en todo escenario injurian, vulgarizan, banalizan las palabras y los hechos con arrogancia e irrespeto. Cada militante tiene clara su “misión”, como parte de una ideología “retro progresista” dispuesta a impedir reformas en democracia, a ejecutar la constitución de derechos ya prometida, escrita y aprobada en 1991.

       Nada en la agenda popular es nuevo, ni ilegal, ni inmoral, ni errático, ni puede estar bajo sospecha. Lo previsto por el nuevo gobierno, no excede lo consignado por la constitución que introdujo esperanzas por la paz como derecho y deber y encargó al presidente para lograrlo, educación pública y gratuita como derecho para salir de la ignorancia, salud y jubilación para todos que es otro mínimo derecho, igual que el trabajo decente y con garantías, participación de la gente para fortalecer el estado de derecho, policía de funcionarios, y un ejército para la soberanía. 

      Sin embargo, el conjunto de alineados mensajes y actuaciones del “anciano régimen” ponen al estado ante una situación de “sedición interna” una guerra desde adentro del estado, no causada por una insurgencia, ni una disidencia, lo que califica acciones de traición. La sedición socava al establecimiento, las instituciones, la autoridad legítima de los cargos del gobierno y la estabilidad del sistema democrático, en síntesis, se percibe una operación de asalto al poder. Las mismas voces repetidas disparan fuego de guerra a través de letales armas digitales, mediáticas, medios de comunicación de los dueños de la mitad de la riqueza del país, propietarios y accionistas de los diarios masivos, revistas, frecuencias de radio AM y FM, canales de televisión, espectro digital, control de nominas en las instituciones y mecanismos de contratación. La sedición interna, no es ficción, está instalada y la estrategia de restauración del trono avanza desde las trincheras del anciano régimen que está en su ofensiva hacia la victoria final, con una guerra mediática y judicial que bloquee salidas de paz, porque solo si hay guerra ellos existen y pueden reinventar el régimen de herencia colonial. 

       A los sectores populares, movimientos y fuerzas alternativas, no les sorprende que eso ocurra, han vivido en estado de excepción, carencia, necesidad, vulneración, persecución, discriminación y comprenden lo que significa en este momento proteger los caminos de paz en curso. Aún quienes no han participado directamente de luchas por el control del poder, como los jóvenes y las víctimas, saben su papel en este momento histórico y entienden sin vacilación que no pueden abandonar al gobierno y su agenda de poder popular; las clases medias, que han creído tenerlo todo, con carencias menores, dudan, entran en confusión y un temor que pasará, porque eran espectadoras, electoras de los preelegidos del anciano régimen, que ofertaba protección y un figurado mundo de oportunidades.   

        La sociedad como un todo, más allá de su división en las dos colombias, la del centro y la olvidada, no había sido consultada en estos 32 años de constitución de 1991 y al ser convocada a debatir y decidir interrumpió su camino, y la fisura ha sido aprovechada por los agentes del anciano régimen para amplificar sus odios, anteponer consecuencias sobre las causas y manipular rabias incubadas en las desigualdades por ellos mismos provocadas. Toda oscuridad pasará y así como el sol brilló con la revolución francesa, aquí también pasará, porque ninguna sedición podrá impedirlo.

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