Dólar caro, también reflejo de riesgo político

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Por | Zully Orozco – Economista e investigadora – Economista Liberal y apartidista

Zully Orozco | Economista e investigadora

Probablemente julio 7 de 2022 pasará a la historia como el día en que el precio del dólar superó todas las expectativas del mercado y alcanzo un máximo histórico de $4.353. No resulta inusual, la tendencia del dólar en el país se ha mantenido en permanente alza desde el mes de mayo después de que la FED anunciara un aumento de tasas de interés en 50 pb. para contener la creciente inflación en los Estados Unidos, lo cual ha alentado el riesgo de recesión.

Como consecuencia, gran parte de las monedas de todo el mundo se han depreciado. Los inversionistas internacionales han retirado capital de los mercados emergentes y de economías en desarrollo, incluidos los países de América Latina para trasladarlo hacia mercados más seguros y para aprovechar la rentabilidad del dólar, debilitando, en efecto, el valor de las monedas locales frente a la moneda extranjera, pese a que el alto precio internacional de las materias primas, ha venido incrementado la entrada de divisas desde el mes de enero.

Lo que estamos presenciando en este momento, es un riesgo al que temíamos desde que inicio la crisis por la pandemia. La FED hiper-redujo la tasa de interés de política por debajo del 1% y desde entonces el mundo entero se inundó en liquidez. Así, Las empresas aprovecharon el abaratamiento del dólar para elevar su endeudamiento, mientras que los gobiernos utilizaron el exceso de inversión para cebar los enormes déficits y expandir el gasto fiscal. Todo ello pone ahora en peligro a las economías latinoamericanas ante el endurecimiento más agresivo de la política monetaria en los Estados Unidos, porque, un dólar fortalecido, incrementa el pago de intereses por deuda externa, aumentando las presiones fiscales para los gobiernos, a par que dispara el precio de las importaciones, debilitando, en consecuencia, el consumo nacional y elevando más fuertemente la inflación.

Ciertamente, la depreciación de las monedas, en parte, se trata de un fenómeno generalizado que no solo ha venido afectando a América Latina, sino también a la Eurozona y países de Asia. No obstante, en el último mes, el peso colombiano ha sufrido una depreciación más profunda en 12,96% frente a monedas como el peso chileno, que se devaluó en 3,4 % y el euro en 3,3% (INFOBAE). No tiene entonces sentido suponer que es únicamente por el endurecimiento de las condiciones financieras internacionales que el peso colombiano se ha depreciado tres veces más que las demás divisas. La razón es porque el riesgo político es la causa principal.

Los inversionistas extranjeros, que por décadas vieron en el país una oportunidad para obtener buenas rentabilidades y un clima de negocios favorable para el desarrollo de iniciativas empresariales, se encuentran claramente hoy en un estado de incertidumbre y aversión ante las medidas en materia de política fiscal y comercial que Gustavo Petro ha anunciado públicamente. Cuanto mayor es la probabilidad de incrementos tributarios y arancelarios, menor será la rentabilidad y, por lo tanto, menor será la cantidad de capital que las empresas extranjeras deseen invertir en el país.

El efecto de la guerra entre Rusia y Ucrania y el cada vez más alarmante riesgo de recesión en Norteamérica es significativo, pero evidentemente el mayor intervencionismo estatal y el estrangulamiento fiscal con el que Gustavo Petro pretende ahogar a las empresas y a los inversionistas, es el factor que mayormente explica la masiva salida de capitales y, en efecto, el impacto en el precio del dólar.

A Gustavo Petro le gusta tanto ahuyentar la inversión que quiere acabar con la producción de hidrocarburos, cuando es claro que el sector ha concentrado la mayor proporción de la inversión extranjera directa del país, crecido por encima del 70% durante los últimos diez años. Sin contar que busca gravar con elevadísimos impuestos a los ricos y a las empresas para financiar su generoso gobierno de gasto y despilfarro y subir los aranceles para elevar el costo de las importaciones y así terminar volviendo menos competitivas a las compañías que invierten en el país. 

Un dólar caro, aunque el Estado busque desmentirlo, es el reflejo de la incertidumbre, de la desconfianza en un gobierno menos solvente, del intervencionismo excesivo y del fortísimo aumento de impuestos. La reciente fuga de capitales está movida principalmente por el miedo.

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