De paso

Foto: Pierrot Le Chat
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Por | Silvio E. Avendaño C

Botellas y latas vacías de cerveza en un rincón de la esquina y, mientras camino, los autos se detienen porque el semáforo ha cambiado de color. Pero varias motos continúan como si no existiese la regla de tránsito. La lluvia cesa, pero el agua fluye hacia la rejilla y se empoza porque el sifón está tapado por papeles, cáscaras, plásticos y tapabocas. Y, cuando el color pasa de amarillo a verde, lentamente los automotores ganan velocidad y entonces el agua acumulada en un bache es arrojada contra una mujer que lleva una canastilla. Mas, debo bajarme del peatonal porque dos automóviles se parquearon sobre el espacio de los caminantes. Sigo por la vía en la cual hay un tumulto de personas que esperan el turno para que les entreguen una fórmula médica. Paso de largo y camino por la orilla del pavimento, pero las motos y bicicletas se trepan en la acera y por poco soy atropellado.

Entonces, de camino hacia el sector histórico, paso por un barrio de casas elegantes cuyos antejardines han dejado de serlo para quedar convertidos en lápidas de cemento. Pero debo andar con cuidado para no pisar excrementos de perros que ya han salido de paseo con sus amos.

Tengo que correr porque al atravesar la vía un auto veloz puede terminar con mi vida. En la plaza de mercado el arrume de productos del campo desbordan el espacio público, pues parece que el tomate, plátano, la yuca, tuviesen vida, y se salen de los locales. Debajo del puente, a la orilla del río, viven los mendigos. Las lluvias prometen la alevosa inundación que se llevará los desperdicios que se arrojan a la orilla.

Y comienzo a acercarme al downtown de la ciudad por pavimento agrietado, de escaso espesor y, que desdibuja los contratos de los ingenieros. Paso por el lugar de los teléfonos deslucidos con la llegada de los celulares.  El tubo de escape de los autos deja un gas casi invisible. Los raponeros están al acecho de las bicicletas, de los celulares, del dinero, mientras las bibliotecas, archivos y universidades están cerrados.

Pero, en fin, avanzo por el casco de la ciudad con nostalgia de heroicidad. Los andenes dejan ver las grietas de la historia. Las tapas de los medidores de agua han sido hurtadas. En el parque principal de la ciudad encuentro colas a la entrada de los bancos. La multitud que se desplaza hacia las cuadras vecinas de vendedores informales, quienes de pronto levantan sus parasoles y petates porque el camión de la policía se acerca. Las palomas se lanzan desde el atrio de la basílica por un puñado de maíz. Y, al llegar al centro del comercio legal, a sus puertas, me ofrecen desinfectantes, la última cena de las ratas, el empaque para la olla de presión, mientras los periódicos anuncian la reforma electoral, cuando lo que se necesitan son reformas sociales: trabajo, salud, vivienda, educación.

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