Cuando la “diplomacia” resulta más lenguaje de hipocresía

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Nada encontraremos más válido y legitimo para reconstruir y transformar la conciencia de los hombres y de los Pueblos, que contemplar el desarrollo desde sus propias perspectivas, como en una lucha por llegar a “ser”.

No sabríamos decir si la diplomacia puede ser invocada por naciones que entre sí se han adentrado a manejar lenguajes muy distintos y hasta contrapuestos. A veces las posiciones se radicalizan tanto, que se acaba por descartar aún la diplomacia, como una de esas formas para evitar distanciamientos y aun rompimientos entre pueblos o naciones.

La famosa “guerra fría” de hace 40 y más años, nos hace pensar en “maquillajes” que en medio de todo se manejaban desde conceptos de diplomacia. Aunque muchas posiciones forzosas, más eran para entenderlas como formas de “coexistencia pacífica”. En el trasfondo de los manejos, no faltaban los casos de “espionaje”, aún desde embajadas, lo cual daba para que se hablara de la existencia de una “guerra fría”.

Viendo hoy la polarización a que llegó buena parte del mundo y aún de Latinoamérica, con la experiencia de tensión y de desafíos en el manejo de la historia, entre potencias aún de poder armamentista, cada una manejando su propio proyecto de producción y economía, no sin planes particulares de orden expansionista, encontramos que ha sido como la gran disputa de liderazgo en el mundo entre el capitalismo y el marxismo. El uno comandado por Norteamérica y el otro por Rusia y aún la República de China.

Para bien o para mal, todo ha venido “pasando a la historia”, como se dice; cada “monstruo” con sus propios manejos sabrá por qué la misma “guerra fría” los llevó a que otro podía ser el rumbo de la historia, sin que por ello se haya llegado a cúlmenes que permitan establecer que lo que se experimenta hoy sea el gran signo de vida y esperanza para los pueblos y naciones que hoy buscan trazarse sus propios destinos, sobre todo en un continente tan promisorio como América Latina.

Claro que ya al replantear lo que ha de ser el presente y futuro de nuestros pueblos en el continente, se ha llegado en su mayoría a la feliz experiencia de descubrir que no es el neoliberalismo o “capitalismo salvaje” el que pueda llegar a aproximarse al sentido de justicia y por ende de lo humano que debe encerrar la vida, desde cualquier óptica que se le tome, sino que es lo social y aún lo comunitario, lo que más puede llegarle al alma y al corazón del hombre sociológico en el contexto latinoamericano.

En otros términos, se alcanza a creer que nada resulta más válido y legitimo para reconstruir y transformar aún la conciencia de los hombres y de los pueblos, que contemplar el desarrollo desde sus propias perspectivas, como en una lucha por llegar a “ser” y que  es tanto como crearse sus propios modelos de Estado y hacer que los gobiernos figuren como defensores incondicionales de las clases populares, que son en definitiva las que tienen pleno derecho a cuanto les ha podido ser negado desde sistemas, estructuras y políticas excluyentes, obsoletas, arbitrarias.

Vaya a lograrse que “clases dirigentes” en naciones como Colombia, lleguen a entender y mucho menos a aceptar nuevos órdenes de vida, de los que puedan estar siendo planteados desde nuevas concepciones de la política en el llamado continente de la esperanza, como se le llama en nuestros días.

Queramos o no aceptar, se está dando aún en países vecinos el caso de gobernantes que hasta han perdido su confianza en el término “diplomacia”. Pareciera que hubieran llegado a la conclusión de que la “diplomacia” puede resultar en muchos casos como uno de los tantos lenguajes de la hipocresía.

Y cuando surgen entre pueblos hermanos actitudes de prevención y de tensión, es porque se ha llegado a manejar lenguajes diferentes, lo cual es mal síntoma. Van a verse las diferencias de fondo: unos intereses muy distintos por defender. Y en el mismo discurso, cada mandatario reflejará, lo que se propone defender. Aunque todo resulta fácil de establecer, si se manejan lenguajes desde las perspectivas de los “excluyentes” o si por lo contrario se actúa desde los miramientos de los “excluidos”.

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