Bienvenidos al futuro

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Por | Silvio E. Avendaño C.

Escribo desde el futuro que se prometía para dejar atrás la lucha entre modernizadora y reaccionaria, entre demócrata y autoritaria que ha caracterizado al país, pues mediante la construcción de una política inteligente sería posible alcanzar el desarrollo. Y, el recurso no era otra cosa que las recomendaciones del Consenso de Washington para sacar el país del marasmo. Había que mirar la historia para darse cuenta que el nazismo, fascismo, socialismo  y comunismo no conducen al desarrollo y, que la senda a seguir no era otra que el neoliberalismo, pues se había llegado al fin de la historia, como lo había planteado Fukuyama: “la victoria absoluta del liberalismo económico y político significa no solo el fin de la Guerra Fría, o la conclusión de un período particular de la historia, sino el fin de la historia como tal: es decir, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano”.

El fin de la historia no quiere decir decadencia, significa que la economía de mercado y la democracia del voto han alcanzado la plenitud que no pudieron conseguir los otros sistemas políticos. El final de la historia llegaría a ser realidad en el Segundo y Tercer Mundo cuando se extendiera la democracia del voto, como forma de gobierno universal y, por la apertura a la economía de mercado, es decir mediante la creación de mercados globales.

Y así, para superar la endemia del subdesarrollo se dio paso a las privatizaciones. La política económica, para dar el salto al desarrollo, comenzó a delegar responsabilidades y funciones del gobierno al sector privado: “la privatización ha llegado a simbolizar una nueva manera de percibir las necesidades de la sociedad frente a la ineficiencia del Estado.” Las reformas liberarían el gasto social “antes malgastado por las empresas estatales.” Y, en el áspero suelo se logró privatizar la salud, las pensiones, servicios públicos y, el auge de importaciones de alimentos, ropa, calzado. Siguiendo las recomendaciones se desindustrializó el país y la agricultura echó al saco del recuerdo el trigo, el algodón, la papa y hasta el café… También para hacer libre al capital la reforma laboral flexibilizó el trabajo, pues permitió a las corporaciones la disminución del empleo, la precariedad y los bajos salarios acentuando la debilidad de los trabajadores en sus aspiraciones. Con ello, la terciarización (práctica cuando una empresa contrata a otra firma para que ésta preste el servicio, proceso que se hace para disminuir los costos). Y en esa marea de innovaciones, el mercado internacional copó las superficies comerciales. Y, no faltó el apoyo a las autopistas de prosperidad con la libre importación de vehículos que hizo posible la instalación de los trancones en todo el país.

De esta manera, el Consenso de Washington, la economía de mercado, es decir la apertura económica y la democracia del voto, no la democracia popular, llevaron a que se llegara al futuro.

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